¿Qué queda del 23-F? Esa no es la pregunta
Los responsables políticos creyeron que, con el paso del tiempo, el Ejército español dejaría atrás el Franquismo, pero los problemas continúan.
En el verano del 2019, mientras se estaba dirimiendo judicialmente la exhumación del Valle de los Caídos, mil militares de todas las graduaciones, en su mayoría jubilados, firmaron un manifiesto a favor de la figura de Franco, calificado como “un militar ejemplar para todos los soldados”. La Fundación Nacional Francisco Franco, dirigida por un general, recoge en su página web las opiniones de buen número de militares de alta graduación y rememora las “gestas” del “bando nacional” durante la Guerra Civil, mientras se repite como un mantra que se están dando las condiciones políticas —Frente Popular incluido— que provocaron la contienda. Hace unos meses, varios generales en un chat llegaron a conclusiones involucionistas, dichas con mucha alegría, claro que para cambiar las cosas “habría que fusilar a 23 millones de españoles”.
A quien esto escribe, le viene a la cabeza aquella “charla de café” de 1978 en la que varios militares se reunieron para planear la posibilidad de un golpe de estado. Fue la Operación Galaxia. Casi tres años más tarde, el 23 de febrero de 1981, uno de sus participantes asaltó el Congreso. Recordemos: “Todo el mundo al suelo”. “Pronto vendrá una autoridad, militar por supuesto”.
Fue el golpe del 23-F, un suceso que, a pesar de su fracaso, no supuso el último intento golpista descubierto. Días antes de las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, que dieron la victoria al PSOE por mayoría absoluta, fue desmantelada otra intentona, bautizada como “el golpe de los coroneles” y estaba prevista para la jornada de reflexión, el 27-O.
Desde noviembre de 1975 hasta octubre de 1982, el ruido de sables era constante. Durante la Transición a la democracia, la amenaza de los cuarteles sobrevolaba cualquier decisión política de progreso. El Ejército de Franco seguía intacto, también sus símbolos, su presencia física en cuarteles y compañías, sus estatuas, las inscripciones heroicas y los discursos. Ninguno de los golpes descubiertos sirvió para desmontar las tramas golpistas y las conspiraciones. Nunca se investigó más allá de los “involucionistas” detenidos en cada operación, que siempre fueron vistos con admiración, como unos héroes, dentro del Ejército.
Cuando llegó Felipe González a la presidencia, su Gobierno tomó dos decisiones que resultan ilustrativas de la situación política que se vivía. Una, fue crear la Brigada Antigolpe, al mando de un comisario y formada por policías ideológicamente afines, que se dedicaba a investigar las tramas golpistas militares, las conspiraciones en marcha y las conexiones civiles de extrema derecha. Para este trabajo, era imposible recurrir a expertos militares, como hubiera sido lo razonable, ya que sus servicios de información —el CESID, antiguo SECED franquista— habían estado implicados en el 23-F. Uno de sus cuadros más destacados participó directamente en él y otros estuvieron en la intentona pero consiguieron zafarse a tiempo como buenos espías.
La otra decisión tenía como objetivo la creación de una milicia profesional, apolítica, defensora de la Constitución, homologable a los ejércitos europeos de países democráticos. Una de las primeras medidas para desactivar el polvorín consistió en ofrecer la jubilación anticipada en las mejores condiciones posibles, subirles un grado en el escalafón y pagarles la pensión correspondiente hasta el final de sus vidas. Un premio. En resumen, se trataba de confiar la solución de los problemas a la cronología; confiar en que, con el paso del tiempo, el fallecimiento de una generación acabaría con el problema. El mismo método aplicado frente a las exhumaciones de las víctimas del franquismo y la Guerra Civil enterradas en fosas y cunetas. Un aplazamiento sine die. Dejar que el tiempo pase, a ver si se olvida la cuestión. Hoy no lo vamos a resolver, mañana, quizás…
Bueno, pues han pasado casi 46 años desde la muerte de Franco, y estos problemas continúan sin resolverse. Siguen presentes con fuerza en la sociedad española, en la agenda política, en la realidad de miles de familias. Los rasgos, los gestos, los síntomas que salen a la superficie no resultan muy halagüeños para una sociedad democrática. ¿Qué queda del 23-F? Esa no es la pregunta. La pregunta es: ¿El Ejército español ha dejado atrás el Franquismo? Como cantó Dylan, “la respuesta sigue flotando en el viento”.