¿Qué está pasando en Israel y Palestina? Las claves de la peor oleada de violencia en un año
Cuatro atentados en suelo israelí y las operaciones militares posteriores en Cisjordania y Jerusalén Este han elevado la tensión en mitad de las pascuas y el ramadán.
Israel y Palestina viven estas semanas una ola de violencia como no se veía en la zona desde un año atrás, cuando en mayo de 2021 la fiebre subió en Jerusalén y contagió a Cisjordania y Gaza, causando 250 muertos palestinos y 13 israelíes. Hasta el momento, la nueva cadena de atentados terroristas, redadas, limitaciones al culto y protestas masivas han acabado con la vida de 39 personas. Los heridos rozan los 300 y los detenidos -en el lado palestino-, los 600.
¿Qué ha pasado esta vez? Desde finales de marzo se han cometido en suelo israelí cuatro atentados terroristas, ejecutados tanto por árabes israelíes (casi el 21% de la población del país, 1,8 millones de habitantes) como por palestinos provenientes de la Cisjordania ocupada, que se cree que actuaban como lobos solitarios y no de forma coordinada con células terroristas sólidas. En ellos han muerto 14 personas, todos civiles salvo tres policías. El más mortífero dejó cinco asesinados y 10 heridos en Bnei Brak, una ciudad al sur de Tel Aviv, la capital; en este caso, un joven de Yabad (norte de Cisjordania) atacó a los judíos ultraortodoxos de la zona, muy numerosos, a los que disparó en la calle y en los balcones de sus casas, para luego escapar y acabar muerto por la policía.
Antes, el 22 de marzo, otras cuatro personas murieron y dos resultaron heridas en Beersheva (centro), donde un hombre de pasaporte israelí, beduino del desierto del Negev, atacó con un cuchillo y atropelló a las personas con las que se cruzó en la calle, en una gasolinera y en un centro comercial. Todo, en ocho minutos apenas. Acabó muerto por disparos de un conductor de autobús.
También el 27 de marzo se produjo un atentado en Hadera (norte) en el que dos árabes armados atacaron una parada de autobús con sus rifles de asalto. La zona, con muchos restaurantes, estaba concurrida, por lo que se produjeron dos muertos (dos policías de fronteras) y 10 heridos. Otro agente les disparó y los “neutralizó”. De seguido salió a la luz un vídeo previo en el que ambos reivindicaban la acción como obra del Estado Islámico, que ya hace bandera de ella en sus comunicados.
El más reciente es el atentado terrorista de Tel Aviv del pasado 7 de abril, con un saldo de tres muertos y 15 heridos por los disparos de un palestino llegado desde Yenín (Cisjordania), que abrió fuego contra las terrazas de los bares de la zona de Dizengoff. El agresor fue localizado nueve horas después en Jaffa, al sur de la capital israelí. Todas estas agresiones han sido condenadas por el Ejecutivo palestino de Mahmud Abbas.
Desde el primer atentado, las autoridades de Israel iniciaron una intensa campaña de registros, redadas y detenciones de personas cercanas a los atacantes o de manifestantes de los que, tanto en el este de Jerusalén como en Cisjordania, salían a la calle a recordar que el conflicto sigue abierto y la causa de su pueblo, sin solución. Manifestaciones, huelgas, calles cortadas con neumáticos, lanzamiento de piedras... Hasta 25 palestinos han muerto en esta oleada, según datos de la Autoridad Nacional. Entre ellos hay miembros de grupos armados pero sobre todo manifestantes (violentos y pacíficos), e incluso una mujer desarmada que supuestamente abordó a los agentes de un puesto de control en Belén y un abogado de derechos humanos disparado en el pecho en Nablus (ambas ciudades cisjordanas).
También ha habido protestas de simpatizantes y miembros de Hamás o la Yihad Islámica que, sobre todo en Gaza, se han felicitado por los ataques, incluso. Con más ganas, aún, después de que en este contexto de violencia creciente fuerzas israelíes mataran el 2 de abril a tres miembros de la Yihad Islámica durante un operativo en Cisjordania.
Una muerte que duele obviamente a los suyos pero que también escuece fuera de la milicia armada, porque la operación de las IDF se produjo en el primer día del Ramadán. Y es que los atentados y las respuestas se han producido en un contexto que sólo se da cada tres décadas, aproximadamente: la coincidencia en Tierra Santa del mes de ayuno sagrado musulmán, la pascua judía o Pesaj y la Semana Santa cristiana.
Un escenario de especial sensibilidad en el que cualquier mecha encuentra más gasolina a su alrededor, y nunca faltan en esta tierra: de nuevo, grupos de judíos nacionalistas y colonos han tratado de acceder a lo que para ellos es el Monte del antiguo templo de Salomón y para los musulmanes, la Explanada de las Mezquitas. El recinto hoy está destinado al culto musulmán, aunque sí se admiten visitas a turistas de cualquier credo, pero la presencia de judíos en visitas numerosas enciende los ánimos. Así, se han vuelto a producir cargas policiales en el terreno sagrado, el tercero en importancia en el Islam tras Medina y La Meca, con más de 400 detenidos y 152 heridos sólo en la ciudad vieja jerosolimitana.
Llamada a la calma
Desde Naciones Unidas, su secretario general, Antonio Guterres, ha dicho tres veces en una semana que está “profundamente preocupado” por esta situación, por lo que ha hecho un llamamiento a “todas” las partes para rebajar la tensión. Ha habido un tirón de orejas para las autoridades de Israel al reclamar que se respete el statu quo de los Santos Lugares en Jerusalén, declarado desde 1967, por el que el rezo en la Explanada de las Mezquitas queda reservado para los musulmanes y motivo por el que suele prender la llama. El espacio de culto reservado para los judíos es el cercano Muro de las Lamentaciones, pero cada vez son más los que acceden a la Explanada, lo que viola ese statu quo y se entiende desde el lado palestino como una provocación.
Estados Unidos y varios países de la Unión Europea se han sumado a esta petición, eso sí, sin recordatorio añadido.
En estos días tan señalados se han impuesto desde Israel limitaciones al rezo y al acceso a determinados espacios sagrados y cierre de fronteras en Cisjordania y Gaza, para “garantizar la seguridad” de la pascua judía. Se han incrementado las patrullas y los controles y se han colocado bloques de hormigón cortando barrios enteros en Jerusalén este. La sensación de cierre y de ocupación se ha acentuado, porque no hace falta nada mucho para que en esa tierra cansada surjan brotes de violencia.
A los hechos concretos de los atentados, Jerusalén y Cisjordania, se suman más de 70 años de contienda, abierta o soterrada, y peor aún, más de 20 años de proceso de paz fracasado, que apenas ha arañado cambios, y que ha cuajado en un statu quo beneficioso para Israel. Con el muro que separa Cisjordania y el este de Jerusalén cesó el terrorismo de los 90 y primeros 2000, sigue ocupando la capital y en el 62% de Cisjordania manda Tel Aviv, sin poder alguno de la Autoridad Nacional Palestina.
Las colonias siguen creciendo, en ellas residen unos 600.000 judíos de forma ilegal según el derecho internacional, el problema de los refugiados sigue sin resolverse -hay cinco millones en el mundo, la mayor diáspora desde la Segunda Guerra Mundial hasta que estalló la guerra en Siria-, y no hay visos de una solución de dos estados, pese a que la mayoría del mundo reconoce a Palestina como uno de pleno derecho y es observador ya en Naciones Unidas.
Crisis de gabinete
El primer ministro de Israel, el ultranacionalista Naftali Bennett, ha dicho este domingo que sus fuerzas de seguridad tienen “carta blanca” para tomar las medidas pertinentes que “garanticen la seguridad de los ciudadanos de Israel”, en medio de esta escalada de violencia.
“Estamos trabajando para calmar las cosas por un lado, pero ellos también están actuando enérgicamente contra los violentos por el otro. Las fuerzas de seguridad están preparadas para cualquier escenario”, indicó tras mantener una reunión con el gabinete de seguridad, ante el aumento de los choques en Jerusalén.
El mandatario se enfrenta a su peor crisis, desde que llegó al poder en junio del año pasado. Su poder se sostiene sobre una coalición cogida con alfileres para derrocar a su antecesor en el cargo, Benjamin Netanyahu, y entre las formaciones que lo sustentan está el partido islamista Ra’am, un hecho insólito en la historia del país. Justo este lunes, la formación árabe ha dicho que va a “congelar temporalmente” su participación en la alianza, en respuesta a la presión sobre su gente.
La decisión, informa EFE, ha sido comunicada al gobierno por el líder del partido, Mansur Abás, tras una reunión del Consejo Shura, un consejo consultivo de la sociedad árabe que es parte del Movimiento Islámico de Israel y tiene gran influencia dentro de los partidos árabes como Ra’am, cuyo electorado lo conforman sobre todo los beduinos del Néguev, de origen palestino.
Se trata de una medida más bien simbólica, ya que en estos momentos la Knesset (el parlamento) está en receso por la Pascua judía y la suspensión es sólo temporal, pero es un paso que responde a las presiones en su colectivo para que abandone el gabinete, una alianza contranatura para no pocos de sus electores que supuso una suma de programas con el único empeño de sacar a Netanyahu del poder.
Según fuentes citadas en medios locales, la suspensión estará en vigor solo dos semanas y ha sido coordinada previamente con Bennett y con el ministro de Exteriores, Yair Lapid, artífice de la actual coalición al liderar al partido más votado y quien asumirá la jefatura del Gobierno en 2023.
Está por ver si la violencia va a más y eso redunda en una crisis de Gobierno mayor, que permita a Netanyahu volver por sus fueros mientras las aspiraciones palestinas siguen donde siempre, en el limbo.