Qué es un bulo
La mentira es tan vieja como la propia política. La humanidad asiste desde hace siglos a luchas por controlar la información.
Los bulos son armas antiguas. En política, la mentira es un arte tan viejo como la propia política. La humanidad asiste desde hace siglos a luchas despiadadas por controlar la información, que moldea la mente. Los hechos, sean reales o inventados, influyen en la percepción y en la opinión. La guerra por crear realidades alternativas se libra desde la Grecia antigua y si algo enseña la Historia es que la primera víctima de la guerra es la verdad.
La novedad del asunto radica en el potencial del armamento. La sociedad recibe bombardeos constantes de información por varias vías, algo impensable hace apenas un siglo. Internet fue la bomba H de los bulos y las redes sociales son precisos bombarderos que sobrevuelan vigilantes cualquier objetivo. Por eso, no es extraño que haya dos ejércitos en constante tensión: los creadores de mentiras y sus cazadores.
Este jueves se vio en directo a dos de ellos en plena confrontación. El periodista de TVE Diego Losada desmontó en dos minutos al secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, tras el polémico tuit con el que la ultraderecha vinculó inmigración y delincuencia y que motivó la suspensión de la cuenta por “incitación al odio”. Los datos de Vox, sin fuente, no eran ciertos y Losada lo demostró con datos del INE.
Pablo Hernández, coordinador de investigación académica de Maldita.es, un medio que ha hecho de la batalla contra la desinformación su seña de identidad, sabe a qué bando pertenece. Alguien que ha hecho de la caza de la mentira su modo de vida conoce muy bien el arma al que se enfrenta: “Un bulo o una desinformación es un contenido falso que se vuelve viral y que la gente interpreta y viraliza como real. A veces fabricado explícitamente para ello y otras no”, cuenta.
Los medios de comunicación son un engranaje clave de la batalla. El presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (Fape), Nemesio Rodríguez, recalca que un bulo es la antinoticia, un atentado contra el material del oficio: “Es una noticia falsa, propagada de mala fe para conseguir un fin espurio”, sintetiza. La cuestión es saber quién está detrás de la mentira y qué fin persigue con cada palabra encaminada a crear otra realidad.
“Identificamos tres razones por las que alguien los origina. La primera es ganar dinero, ya que con ellos crea contenido viral que sirve para hacer caja a base de clics. La segunda persigue un fin ideológico que busca manipular la percepción para crear una realidad distorsionada que favorezca una determinada causa política. Y, el último, es un cajón de sastre difícil de definir. En ocasiones tiene que ver con crear un contenido para ver hasta dónde llega, casi en modo troll. Y, a veces, porque alguien crea algo y lo publica creyendo que es real y se viraliza aunque sea falso... Las motivaciones en este último grupo son difíciles de definir si no es caso por caso”, detalla Hernández, de Maldita.es
Nemesio Rodríguez anima a toda la sociedad a combatir la plaga de la desinformación: “Los periodistas debemos luchar contrastando las noticias. Pero esta lucha no solo corresponde a los periodistas. Necesitamos un esfuerzo colectivo. Los políticos, no mintiendo. Los gobiernos, siendo transparentes e invirtiendo en alfabetización mediática. Las plataformas digitales, invirtiendo más en herramientas para desactivar y retirar las noticias falsas. Los ciudadanos, no creyéndose lo primero que les llega, sobre todo lo que proceda de familiares y amigos, y buscando confirmación en otras fuentes”.
Uno de los grandes problemas que acarrean los bulos es que son efectivos. El periodista de Maldita.es, quien se reconoce siempre “trabajando para que no te la cuelen”, sabe el porqué: “La gente recibe mucha información y tiene muy poco tiempo para comprobarla. La desinformación se aprovecha de la buena fe. Cuando a alguien le llega un mensaje de algún familiar o de un amigo es normal que se lo crea y muchas veces lo difunda sin pensarlo. Además, los bulos están diseñados para llamar nuestra atención. Nos sorprenden, nos asustan, nos enfadan, afectan a nuestros sentimientos y eso hace que tengamos la tentación de compartirlos”.
El equipo de este medio especializado también conoce los efectos que provocan: “Crean una sociedad polarizada y con miedo. Los bulos envenenan el debate público y dejan tocada la democracia. Son muy peligrosos incluso para la salud. Lo estamos viendo con la epidemia de covid-19. Los mensajes con supuestos remedios mágicos o animando a no llevar mascarilla porque la enfermedad no es para tanto no solo ponen en peligro a quienes se los creen, sino también a todo el que les rodea”, explica el periodista.
¿Y cómo frenarlos? El presidente de la Fape apunta el valor añadido de la prensa como arma básica, “porque aporta información verificada y contrastada que contextualiza los hechos”. Y hace un llamamiento claro a todos los editores a que separen nítidamente la información de la opinión y contribuyan, en épocas de alta polarización como la actual, a “aportar sosiego y soluciones, no a enconar el debate”.
En Maldita añaden que “un desmentido rápido y una ciudadanía alfabetizada mediáticamente y con cultura crítica” son también armas eficaces para cortar la cadena de transmisión de la desinformación. “En Maldita hemos comprobado que cuando difundimos un desmentido, los bulos empiezan a perder fuerza. Es muy importante que haya verificadores en constante alerta y que actúen rápido para que los desmentidos lleguen a la gente antes que el bulo. Pero la única vacuna contra la desinformación en el largo plazo es la educación”, explica Hernández.
Un plan gubernamental polémico
El plan de actuación contra la desinformación que aprobó el Gobierno en noviembre sigue las directrices de la Unión Europea para combatir las fake news. El objetivo es evitar la intromisión de información falsa que afecte al funcionamiento de las instituciones y de los procesos democráticos. Y, para ello, el Gobierno, según la orden ministerial, pretende examinar “la libertad y el pluralismo de los medios de comunicación”, algo por lo que han puesto el grito en el cielo las asociaciones de periodistas.
Nemesio Rodríguez, veterano del oficio, no admite que el Ejecutivo se inmiscuya, de la forma en que pretende, en la guerra contra los bulos: “Siendo el comité que se ha creado un órgano gubernamental, existe el riesgo de que se pueda utilizar con fines partidistas. El poder político no está legitimado para controlar a los medios y todo aquello que publican sus periodistas. Son ellos, amparados por el artículo 20 de la Constitución, quienes deciden qué se publica”.
La Fape ahonda en la polémica. El último jefe de gabinete del expresidente Mariano Rajoy, José Luis Ayllón, comparte la crítica: “Me preocupa que no se haya hecho un trabajo previo con la oposición y el resto de actores implicados, porque la línea entre regulación y control es tan fina que si te la pasas… Sería bueno que ese espacio de monitorización estuviera sometido a escrutinio del Parlamento. El caso es que el Gobierno ha decidido crear un organismo ministerial, pero lo han puesto en el más personalista: el gabinete de la presidencia del Gobierno, porque es una cuestión que recae directamente en el presidente del Gobierno. Él manda y decide”, explica.
Ayllón, el Iván Redondo de Rajoy en su última etapa, reconoce que las guerras informativas ya preocupaban a la cúspide del Gobierno cuando él estaba en él: “Fue en el año 2015 cuando la Unión Europea puso en marcha una serie de iniciativas ante la posibilidad de que determinadas potencias extranjeras incorporaran noticias falsas a nuestra opinión pública. Y ya en el Gobierno de Rajoy aquello preocupó, igual que preocuparon los efectos que tuvo ese fenómeno en el Brexit. Por eso, se analizó desde el punto de vista de la UE, dónde se podía incorporar una estrategia para poner coto a esto”.
Este abogado, ahora en la consultora de comunicación y lobby LLYC (la antigua Llorente&Cuenca) donde dirige el área de contexto político, analiza con claridad el daño de las redes en la opinión pública: “No existe igualdad entre los periodistas y el resto de personas que informan en redes. La mejor manera de garantizarla es hacer que cada vez exista más responsabilidad individual en las redes y que quien publique algo lo haga con su nombre y apellidos, en igualdad de condiciones con el periodista. Yo no estoy a favor de que los periódicos sean los únicos con capacidad de informar. Pero para poder hacerlo en igualdad se debe garantizar la transparencia para que, en el caso de que una información no sea veraz, se pueda señalar a su autor y que este asuma su responsabilidad. Si no hay igualdad, se produce opacidad. Ahora mismo en las redes puede salir alguien que responda a un interés de una potencia extranjera y verter una información con la que me puedo reafirmar con cosas que son falsas”, zanja.
No deja de llamar la atención cómo surgen los bulos. Por ejemplo, después de las elecciones estadounidenses de 2016, se descubrió que se había estado creando desinformación a favor de Donald Trump desde una pequeña ciudad de Macedonia. “Era un grupo de jóvenes macedonios que quería hacer negocio difundiendo mentiras en Estados Unidos y vieron que ganaban más dinero inventando bulos a favor de Trump que a favor de Hillary Clinton. Crear un bulo es relativamente sencillo. Cualquiera con un equipo informático y malas intenciones puede fabricarlo”, explica el equipo de Maldita.es
Según Brandwatch, un medio especializado en contenido en Internet, en Twitter se publican 500 millones de tuits cada día, unos 6.000 por segundo. La empresa, consciente de que muchos de ellos son potenciales mentiras, pone parches en la red. Los últimos: recordar a los usuarios que un titular no refleja todo el contenido de una información e invitar a leer una pieza antes de poder compartirla y una herramienta, de momento solo disponible en EEUU, con la que los usuarios pueden advertir la mentira del tuit en una nota y contextualizarlo con información. Pero las mentiras vuelan directas de móvil móvil. Y pararlas es muy difícil.