¿Qué es ser cristiano hoy?
Llega Navidad, fiesta religiosa transformada en otra cosa, pero no para estos cuatro creyentes que explican por qué mantienen su fe en este siglo XXI.
Llega la Navidad, la fiesta nacida de las Saturnales romanas y transformada por el nacimiento de Jesús, pero hoy cuesta encontrar su origen religioso, espiritual, bajo las toneladas de regalos, confeti y luces. En un país de base cristiana como el español, las Misas del Gallo no se llenan y, en casa, las retransmisiones televisadas desde Roma o Belén son un añadido más a las cenas familiares, una curiosidad de una vez al año que se pone de fondo y se puede eliminar a golpe de mando a distancia.
Es cada vez más la tónica general, pero siguen estando ahí los cristianos que sí viven la fiesta como el origen de todo, de su fe y su esperanza, de su modelo de vida y sus anhelos. También de la estructura poderosísima que lo sustenta. Estamos en el siglo XXI y hay en el planeta 2.500 millones de cristianos, el 33% de la población mundial. No hay confesión con más fieles. España tampoco ha dejado de ser católica, como vaticinaba Manuel Azaña: un 66% de los españoles aún se considera como tal, por más que la cifra baje año tras año y esté lejos de ese 92% que afirma haber sido educado como tal. Por el camino se han caído 12 millones de fieles, según un estudio del Pew Research Center.
En El HuffPost hemos hablado con cuatro personas de las que aún “creen”, “perseveran”, “militan”, en sus propias palabras. Estos son sus motivos para seguir siendo cristianos y su visión de lo que eso supone en nuestros días.
“Es un afán por mejorarnos a nosotros y al mundo a través del amor”
“Soy cristiano por herencia, sí, pero también por elección. Me viene de familia, como a la mayoría, imagino; me lo dio el entorno, pero luego, en completa libertad, he podido elegir. El mandamiento en casa era ser feliz. Si sigo dentro es porque ser cristiano es militar en la piedad, la solidaridad y la justicia. Para mí eso es irrenunciable”. Habla Mauricio Jaén, cordobés de 52 años, abogado y activista vecinal.
Lo hace con firmeza y convencimiento. Rechaza etiquetas como “meapilas”, “fanático”, “iluso”, que dice que le regalan, entre bromas y veras, algunos de sus amigos y hasta familiares, porque es de misa dominical fija y hasta ha ejercido de catequista en Valencia o Murcia, donde lo ha llevado el trabajo. “Yo tengo fe, creo que algo trasciende al hombre, que hay un poder superior que está más allá de la ciencia. Tengo clarísimo que las cosas no empezaron como dice la Biblia y que lo que existen son mensajes muy profundos transmitidos como pedían los tiempos, para entenderlos entonces, pero llega un momento en que ni todas las pruebas científicas me dan respuestas a todo. Es como que tienes sed todo el tiempo. Con mi fe me sacio, pienso que hay algo por encima de todo, al principio del principio”, reflexiona.
Defiende Jaén una fe “que movilice, no mustia, a la espera”, que cuaje en obras. “Lo de hechos son amores...”, afina. “Ser cristiano es creer y hacer. Es un afán por mejorarnos a nosotros mismos y al mundo a través del amor, que es la mayor lección que nos legó Jesús. Ese sí es un mensaje documentado en la historia y transmitido a lo largo de la historia que resiste a metáforas, imágenes y comparaciones”.
A su entender, los “valores de compasión absoluta” son los que fijan su creencia, incluso en nuestros tiempos. “Yo no veo un alejamiento del cristianismo, sino al contrario. Con el coronavirus la gente tiene más preocupaciones morales, sobre los que tenemos cerca y a los que podemos hacer daño, sobre los que sufren o se entregan por los demás, como los sanitarios. Eso lo he hecho siempre: tratar de que mi vida responda al ejemplo de Jesús y construya sociedad, en mi barrio, en mi oficina o en mi familia. Justicia y perdón, eso es clave”, añade.
¿Y cómo lleva la estructura de la Iglesia a la pertenece, la Católica, y sus polémicas, de los abusos sexuales a los negocios? Resopla. “Es obvio que tiene que modernizarse. Igual que tiene que cambiar el lenguaje, tiene que tener una mirada más misericorde, empezando por sus propios pecados. Reconocerlos y asumirlos. Y abrir debates que antes no han estado presentes, como la homosexualidad. Somos comunidad y todo lo que pase en la comunidad hay que estudiarlo. Claro que hay política en la Iglesia, hay que ser honestos, pero me apena que sea lo único que sale. No la obra social que hace, el trabajo de base en rincones donde no llegan ni los Gobiernos. Eso retrata cómo es, su identidad”, defiende. Augura crisis futuras si no flexibiliza su capacidad de poner “a todos bajo su manto”. “Sólo hay que releer a Jesús. Con eso estaría todo hecho”, concluye.
“Es ir más allá de mis necesidades y tratar de ver las de los demás”
Alba Jiménez es enfermera, ha trabajado como cooperante en Palestina, Jordania y Senegal y, en este último destino, lo hizo cobijada por una comunidad de misioneras francesas. Su familia es cristiana de las que practican poco o nada, como ella misma. Su fe se reforzó sobre el terreno, en sus destinos. Primero, “con sorpresa”. Después, “sin dudas”.
¿Qué lleva a ese cambio a una mujer que tenía entonces 31 años? “Acabé la carrera, busqué trabajo en Reino Unido y Alemania, quería un salario, un piso para mí, independencia. Lo tuve y entonces centré mi vida en consumir y gastar, tanto el tiempo como el dinero y la energía. La cooperación fue unas salida para estar con mi pareja de entonces, nada más. Ahí me di de bruces con una realidad tan dura, la de las personas como nosotros que sufren lo indecible, que me vi pidiendo a Dios fortaleza para pasar los días y ayuda para que las cosas les fueran bien a mis pacientes. La impotencia diaria ahí tenía consuelo”, narra.
Recuerda esos días con un cruce de sensaciones. Habla de cierta incomprensión por parte de sus compañeros, aunque estando en Tierra Santa el entorno ayudaba para tener dónde y con quién compartir sus pensamientos. Ahí entran las religiosas y, luego, África. “Yo no soy monja, en absoluto, pero con ellas he reconocido la utilidad de creer. Si te despegas, si eres escéptico, el esfuerzo me resultaría más vacío. Cada cual es un mundo. Yo no me lo planteo como algo sobrenatural, sino como una fuerza que me levanta, ser cristiano es ir más allá de mis necesidades y tratar de ver las de los demás. Lo que había sido algo mecánico se convirtió en misión”, sostiene.
Aún hoy acude a pocos oficios religiosos, pero a lo mejor se deja caer en una misa entre semana o va a confesarse para ganar paz. Repite términos como “bondad”, “comunión” y, sobre todo, “humanidad”. “Es la mayor aportación, a mi juicio: el mensaje de amor a los otros. No hay que creer a pies juntillas pasajes de la Biblia sobre costillas o milagros, no yo, al menos. Lo que hay es que creer en el mensaje de Jesús y llevarlo a la práctica, eh, que las palabras son muy bonitas”, advierte.
Y se despide con un mensaje político cargado de intención. “Cada vida, todas las vidas, cuentan y son preciosas y tienen dignidad y valor. A mí que no me vengan ciertos partidos que hacen bandera de Cristo a decirme que ellos, los individuos de una nacionalidad, un color y unas ideas, merecen más que los que llegan en patera o profesan otra religión. Eso es lo que no es cristiano hoy”, zanja.
“El cristiano tiene una agenda en el corazón que incluye todas las necesidades del mundo”
“Hola, soy Paco, cristiano”. La presentación lleva retranca, porque la hace el padre Juan Francisco Ferrer, cura con doble nacionalidad hispano-chilena. La noticia sería que no lo fuera. Su explicación es, lógicamente, la menos llana de entre los entrevistados, aunque se agradece el empeño en bajar a la arena. “La palabra cristiano significa “literalmente seguidor de Cristo y discípulo” significa “alumno” o “aprendiz”. Eso es lo que es hoy y siempre un verdadero cristiano, el que además de creer en Jesús aprende de él y sigue y aplica sus enseñanzas. Es esforzarnos en imitar su ejemplo de entrega, el mayor que existe. Tan sencillo y tan complicado”, reconoce.
La religión también le viene dada a este hombre de 41 años por parte de su familia, españoles exiliados desde Asturias en los estertores del franquismo. La vocación, por la lectura y la necesidad de “colocar el puzzle” que era su cabeza de joven con dudas. “Yo entiendo que he dado un paso más de compromiso, que podría haber sido comunidad, pero es que Jesús es revolucionario y lo cambia todo. Cuestiona lo que no es justo, concede perdón y descubre al mentiroso, al hipócrita. Es un imán imbatible”, resume.
A su entender, un cristiano hoy necesita ir más allá de sí mismo, “del narcisismo de las redes sociales o el egocentrismo” y de sus “necesidades inmediatas”, para virar los ojos hacia los demás. “Siempre los demás, que somos nosotros”. Y Jesús en el centro, dice, como ejemplo a imitar. “Es una manera de experimentar la vida en su máxima expresión, que creo que se está extendiendo en estos tiempos duros, porque nos ayuda a reflexionar sobre el mundo y tratar de hacer algo transformador sobre él. Lo más alejado del cristianismo es el conformismo”, denuncia.
“Los cristianos saben que Dios los ama. Ellos reconocen que su rebelión los separa de Dios, esto es lo que la Biblia llama pecado. Saben que Jesús vino a la tierra, murió y volvió a la vida para ofrecer perdón. Los cristianos han respondido a la oferta de perdón de Dios al tomar la decisión de dejar de vivir para sí mismos y permitir que Dios les haga lo que Él quiere que sean”, sostiene.
Ciencia, tecnología... Todo eso lo admite Ferrer, “si se tiene la centralidad de Cristo”. “Todo lo que hay en el mundo lo ha creado Dios y es como debe ser. Ciencia que nos explica y nos cura, tecnología que nos facilita la vida o entretiene. ¿Quién dice a eso que no? El cristiano del siglo XXI vive con eso y es bueno que sea así, puede dedicarse a ello, obviamente, pero además enfoca su vida en una misión de servicio, tiene una agenda en el corazón que incluye todas las necesidades del mundo. Las pequeñas acciones de cada uno lo son todo”, insiste.
Añade que creer en la existencia de algo superior aporta “calma” ante unas personas “vulnerables, especialmente en la actualidad”, y da sentido a la vida. “Hay que dar respuestas a las necesidades sociales y espirituales del momento en que nos ha tocado vivir”. Por eso, dice, está creciendo el movimiento ecologista cristiano, por ejemplo. “El amor por la humanidad lo abarca todo”, sentencia.
Frente a eso, los “grandes pecados” actuales. “El insulto a los pobres con el olvido y hasta con el odio o la ceguera tranquilizante que impide que nos movilicemos y nos mantengamos cómodos en la poltrona”.
¿Y los pecados de la Iglesia? ¿No hacen que la fe se encoja? Se niega a ir más allá de una defensa a ultranza del Papa Francisco, de las “reformas” que está emprendiendo, de su “empeño” en abordar temas espinosos “o que traen los nuevos tiempos”. Sí concede que, “a lo mejor”, la Iglesia Católica necesitaría de una estructura “más ligera” y “más cercana”, que “llame a la acción” y convenza también a los jóvenes, pero insiste en que se están haciendo cosas y son los que están fuera, ajenos, los que no lo ven. “El mensaje de Jesús es imperecedero y seguirá conquistando almas”, augura.
“Yo no sé qué hay, pero hay, y me consuela”
Miriam Castillo es cristiana “de sentimiento”. No va a una parroquia salvo que haya sacramentos y amigos de por medio, lo que ha visto hacer a su familia desde siempre. “Bueno, a mi abuela no. Con ella tenía una vereda hecha para ir a San Lorenzo”, la plaza donde está la basílica de Jesús del Gran Poder, en Sevilla. No es cofrade, pero es un mundo que “estéticamente fascina”.
No pasó de la primera comunión, no ha confirmado su fe pero afirma sin duda que es cristiana. ¿Eso puede ser? “Quien quiera quitar diplomas que los quite. Yo lo siento. Creo que hay algo que nos sobrepasa, creo que hay algo que es mayor que nosotros, creo que Jesús fue un personaje real, documentado, que dejó unas enseñanzas revolucionarias, para empezar, sobre el papel de las mujeres. Esas lecciones a mí me sirven para vivir y, cuando tienes dudas, te las reducen”, explica.
Defiende que sí hay fe y pertenencia aunque no se adscriba a la comunidad cristiana como tal -“No necesito eso, porque lo que siento me basta”-, algo denostado desde El Vaticano. Defiende el aborto justificado por razones médicas, avala la igualdad “radical” de un matrimonio homosexual y uno heterosexual, metería en la cárcel a cada cura pederasta suelto y compensaría a las víctimas, hablaría con otras religiones para reforzar el mensaje de humanidad. “Mi abuela -otra vez la abuela- me decía que era calvinista por lo menos, jaja, pero yo creo que es sólo otra manera de sentir y llevarlo”.
Afirma que a veces expresarse así es “un riesgo”, tanto ante creyentes practicantes que “no dan valor” a su “experiencia” o ante ateos que le insisten en que si defiende “la ciencia, y el origen de las especies y las investigaciones de la NASA”, no puede creer en nada más, aunque persistan las dudas. “El cristianismo es una religión de amistad, de convivencia y tolerancia. A eso se suma que yo no sé qué hay, pero hay, y me consuela que así sea”.
Castillo se ríe al hablar de la polémica de Jorge Bergoglio sobre si el infierno existe o no. “Anda ya. Entiendo que todo eso eran mensajes para ganar seguidores hace 2.000 años, claro. Sin embargo, no se ha respondido a qué pasa después de la muerte. Eso nadie lo sabe. Yo quiero creer que sí hay inmortalidad para el alma y que habrá encuentros y alegrías, no sé cómo. Esa trascendencia me la da la religión. Si a esa trascendencia le sumas el mensaje de todos valemos lo mismo, todos somos iguales, el amor es el motor, que no he visto en otros cultos, pues tengo motivos para quedarme”, concluye.