Putin en su laberinto

Putin en su laberinto

Con un Putin desatado y posiblemente no muy en sus cabales puede decirse que Ucrania somos todos, porque a todos los europeos nos alcanzarán las olas de este tsunami.

Putin, durante uno de sus discursos a la naciónAlexei Druzhinin via Getty Images

Hay varias formas de ver una misma cosa: Rusia y los excéntricos europeos que son pacifistas cuando Europa ejerce su derecho a la disuasión, pregonan que fue la OTAN la que sentó las bases del actual conflicto al abrirle las puertas a las naciones del Este que la URSS tenía sometidas a su vasallaje desde el fin de la II Guerra Mundial. Aquella doctrina heredada de los zares, que Breznev teorizó como ‘estados de soberanía limitada’, era y sigue siendo para el Kremlin un cinturón de seguridad sobre el que tiene derecho de pernada.

Pero una cosa, eso es seguro, pensaba Agamenón y otra su porquero. Los miembros del ‘Pacto de Varsovia’ no entraron en la órbita comunista por su propia decisión. Ni se mantuvieron por profundas convicciones. Entraron a la fuerza o mediante pucherazos electorales. A partir de ahí se acabaron las elecciones libres. Los tanques sustituyeron a las urnas. Fue cuando Winston

Churchill pronunció su famoso discurso el 5 de marzo de 1946, en la Universidad de Fulton, en Missouri (Estados Unidos): “De Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático, una cortina de hierro (también traducido como ‘telón de acero’) se ha abatido sobre el continente…”. También dijo lo siguiente, premonitorio: “…Estoy convencido de que nada admiran más (los rusos) que

la fuerza y respetan menos que la debilidad”. Lo cual tiene serias  contraindicaciones porque suele confundirse la debilidad con la prudencia. Ucrania está demostrando valor y arrojo, a pesar de su enorme inferioridad en tropas y armamento frente al invasor.

Cuando implosionó la Unión Soviética, víctima de sus falsas virtudes políticas y económicas, nunca tantos millones de personas escapan de unos paraísos como alma perseguida por el diablo, todos aquellos países salieron en desbandada hacia occidente: en busca de un paraguas de protección, tocaron desesperadamente en las cancelas de la OTAN y de la Unión Europea. Como había funcionado el miedo a la ‘destrucción mutua asegurada’, también pierde

el que aprieta primero el botón rojo, esperaban que lo único que podía frenar el

expansionismo de Moscú eran las cabezas nucleares disponibles, la economía, la alta tecnología y la unidad de las democracias. Igual que lo único que disuade a una banda latina de Madrid de otra banda latina de Madrid es la cantidad y el largo de sus machetes.

Los que aún ahora ‘entienden’ las razones de Rusia para aplastar a Ucrania, los ’buenistas’ habituales, no acaban de entender, sin embargo, que sus razones no son de este tiempo y este siglo

En diciembre de 1997 el embajador de Rumanía en la UE y la OTAN, Constantin Ene declaraba: “Los motivos que nos impulsan a entrar en la OTAN permanecen inalterados, ya que deseamos ingresar en una organización basada en un conjunto de valores (…) compartidos por todos sus miembros y formar parte de un área de estabilidad y seguridad que solo la OTAN puede garantizar”. En octubre de 2017 el ex presidente Estonio Tomas Hendrik ahondaba en El País:

“Rusia desea mucho debilitar a nuestras democracias promoviendo la discordia y el separatismo”. Nada nuevo bajo el sol, o las nieves.

Los que aún ahora ‘entienden’ las razones de Rusia para aplastar a Ucrania, los ’buenistas’ habituales, no acaban de entender, sin embargo, que sus razones no son de este tiempo y este siglo. ¿Y qué más da que Rusia quiera Ucrania?, ¿y qué si cree que tiene sobre ella derechos históricos, más bien histéricos?, ¿y qué si fue parte de la URSS? O tempora o mores. Gibraltar fue español y también lo fue el Virreinato de la Nueva España, que incluía territorios en lo que

ahora son los Estados Unidos; y las Filipinas y etc. Aquel imperio donde nunca se ponía el sol de grande que era. Y a nadie en su sano juicio se le ha ocurrido jamás volver a unir por la fuerza lo que la historia y los hombres han separado.

Lo que para Vladimir Putin sería el fin de la historia es solo el principio de una carrera armamentística, que tendrá un coste enorme para la economía rusa, que cada vez se parece más a un huevo sin yema. El ataque generará a mayores una escalada incontrolable de la tensión, aparte de que siempre hay un Espartaco; provocará un conflicto interno que puede descoser las costuras de un régimen corrupto y autoritario, y ahondará el aislamiento internacional.

¿Y China? Contaba Henry Kissinger que en una entrevista con Zhou Enlai en Pekín, en 1971, el mandatario chino resumía un tanto sardónico la concepción del orden mundial de Mao: “Todo bajo el cielo está en caos. La situación es excelente”. El impenetrable Xi parece seguir este principio mientras gana posiciones con la ‘nueva ruta de la seda’, sea lo que sea que tenga en mente.

De momento los ucranios están viendo como su presidente, Volodimir Zelensky, un actor y mediocre político, hasta ahora, se transfigura en un héroe nacional. La fuerte resistencia ofrecida por los ucranios y un liderazgo valiente han frenado el avance ruso, a pesar de su aplastante superioridad y de ese matonismo de anunciar mientras se abren unas negociaciones bajo el fuego de los cañones que las fuerzas de contención nuclear están preparadas. Hay un dato que no se debe olvidar: tanto en la URSS como en EEUU los generales huyen de los callejones sin salida.

Pero a su vez la ‘teoría del caos’ despliega todo su catálogo de efectos secundarios: hay dos que modificarán muchas circunstancias que a su vez darán paso a otras nuevas. La Unión Europea ha aparcado sus diferencias internas; como decía Leonard Cohen “a veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están al otro lado”. Hasta los más euroescépticos han puesto en el congelador sus estrategias, marcando distancias con el oso.

Alemania ha dado un giro radical a su política militar. El canciller socialdemócrata Olaf Scholz ha anunciado una inversión especial de 100.000 millones de euros para las Fuerzas Armadas de la RFA y una dotación anual de más del 2% del PIB. Toda la UE, muy probablemente, aumentará su presupuesto de Defensa. España ya lo contempló en 2021 para los PGE de este 2022. Tal como están las cosas, con un Putin desatado y posiblemente no muy en sus cabales puede decirse que Ucrania somos todos, porque a todos los europeos nos alcanzarán las olas de este tsunami.

Los argumentos de algunos seguidores de Putin, bolcheviques de corazón y nostálgicos de aquellos tiempos de idealismo y luchas, a pesar de que este ‘zar’ sea de extrema derecha, corrupto y cruel, que tienen más fe en el horóscopo que en el método científico, e insisten en el derecho ruso a amputar parcelas de soberanía nacional a sus vecinos por el mero hecho de serlo, me recuerdan a los del comunista canario Fernando Sagaseta, fiel a sus ideas y a su ortodoxia hasta la muerte, aún a costa del sacrificio personal y familiar. Un día, creo que en 1977, tuvimos un debate en una emisora local. No sé a cuento de qué le dije que cómo defendía con esa vehemencia a la Unión Soviética si allí a los disidentes los metían en un manicomio. Él me miró, condescendiente, y con media sonrisilla. “Tristán, la URSS es el paraíso de los trabajadores, eso está claro y no cabe discusión; y quien no esté de acuerdo e intente destruirla es un loco …¡y los locos van al manicomio!”

José Antonio Marina en su libro Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades, (Anagrama 2010), cita a Wilhelm Dilthey: “Solo podemos conocer lo que es el ser humano si atendemos a las cosas que ha hecho a lo largo de la historia”.

Por eso muchos creímos que el coste de la locura, ahora y a largo plazo con una economía que tiene más o menos el PIB de Italia y poco más que el de España para 145 millones de habitantes, iba a disuadir al antiguo espía del KGB de embarcarse en esta guerra insensata. Pero no hay loco que considere que lo que hace es una locura; como no hay estúpido que se dé cuenta de que lo que hace es una estupidez.

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.