Procrastinadores
Desde que el ser humano puebla la Tierra hay Homo postergaris, personas que no ven el momento adecuado para terminar una tarea.
Procrastinar es un verbo que deriva etimológicamente del latín “procrastinare” que literalmente significa postergar hasta mañana. En la antigua Grecia se usaba el vocablo “akrasia” que significa hacer algo en contra de nuestro mejor juicio, en definitiva, una falta de autocontrol.
La procrastinación consiste, básicamente, en eso, en aplazar y delegar las tareas más importantes, en sustituirlas por otras, a pesar de que sabemos conscientemente de que no son tan cardinales.
Uno de los mayores procrastinadores de la historia ha sido el genio renacentista Leonardo da Vinci, del cual el papa León X solía quejarse de que “nunca terminaba nada”. Y es que el pintor, escultor, inventor y autor de algunas de las piezas artísticas más icónicas comenzaba simultáneamente muchos proyectos –multitasking- pero no concluía ninguno.
Su curiosidad impertérrita, al tiempo que multidiversificada, le llevaba a saltar de un proyecto a otro sin tener tiempo para acabar ninguno. Entre las obras que dejó inconclusas se encuentra, por ejemplo, la Mona Lisa.
Desnudo para vencer la procrastinación
Otro de los grandes procrastinadores fue Víctor Hugo. Es sabido que el escritor francés aplazó hasta la eternidad, para desesperación de su editor, la entrega de El jorobado de Notre Dame. La situación se hizo tan insostenible que el empresario le impuso una fecha límite, imposible de alcanzar, para entregar la novela, menos de seis. En aquellos momentos Víctor Hugo todavía no había comenzado la primera línea.
Estableció que si Víctor Hugo se retrasaba en la entrega correría con una sanción económica desorbitada. Para evitar eludir la procrastinación comenzó a escribir desnudo, ordenando a su mayordomo que le escondiera la ropa durante las horas de trabajo para no tener la tentación de acudir a las tertulias con sus amigos. La verdad es que la estrategia función y, al final, el escritor galo consiguió entregar a tiempo su novela.
Uno de los arquitectos más emblemáticos del siglo XX fue Frank Lloyd Wright, otro gran procrastinador. Al parecer tenía que entregar un proyecto arquitectónico pero nunca encontraba el momento idóneo para llevarlo a cabo, hasta que, pasado un año, el cliente le exigió que le hiciese llegar el proyecto en papel. Fue entonces, en apenas dos horas, cuando diseñó su obra maestra: la Casa de la Cascada.
Mozart tampoco se quedó atrás, se cuenta que en 1787 escribió completa la obertura de su ópera Don Giovanni la noche antes de su representación.
Efecto Zeigarnik
Nuestro cerebro es una encrucijada de misterios, hay tareas que las procrastinamos para otro momento pero, sin embargo, hay otras para que estamos especialmente motivados para terminarlas. La intención de realizar una tarea crea una necesidad psicológica que la mantiene activa, un estímulo que cesa cuando la tarea se completa. A esto lo conocemos como efecto Zeigarnik.
De alguna forma cuando nuestro cerebro concluye la tarea la marca como “finalizada” y se olvida de ella. Algunos estudios han demostrado que las tareas no concluidas se recuerdan, aproximadamente, el doble de tiempo que las completas, suscitando una tensión.
Este efecto lo conocen muy bien algunos directores de cine, que buscan mantener la trama inacabada, cimentando el suspense y manteniendo la tensión hasta el final de la cinta.