Presupuestos y normalidad democrática
En plena crisis sanitaria y económica Bildu ha demostrado más responsabilidad y ha pensado más en las urgencias de la gente que la derecha pseudopatriótica española.
“O bombas o votos”. El recordado Alfredo Pérez Rubalcaba, una figura clave en la derrota final de ETA, resumía así a principios de 2010 la exigencia sostenida por la sociedad española durante décadas a la organización terrorista y a su entorno. Meses después, la banda hacía pública su renuncia a su actividad armada y desde entonces la democracia vive sin esa insoportable lacra, esperando una condena sincera al mucho dolor y sufrimiento causado por la sinrazón terrorista, y teniendo siempre presente la memoria de las víctimas. Eso sí, la violencia y la extorsión desaparecieron del espacio público en beneficio de una convivencia pacífica.
Han pasado ya nueve años, y aunque algunos personajes que lideran el mundo abertzale nos recuerdan a los duros momentos de plomo, ya toca pasar página. Sin olvidar nunca a los que cayeron ni a sus familias, pero intentando afrontar el futuro desde un nuevo pacto social. Muy en la línea que nos propone Fernando Aramburu en Patria. Si la izquierda española, perseguida y represaliada por el franquismo, no hubiera actuado con altura de miras, la Transición habría sido un fracaso. Toca hacer un ejercicio de responsabilidad como en ese momento histórico. La normalización democrática exige generosidad y concesiones de ida… y también de vuelta. Parafraseando a Rubalcaba, siempre certero, si se han silenciado las bombas, se abre el tiempo de los votos, de la política. Con la palabra se puede defender cualquier posición en democracia. Lo reivindicamos siempre y ese prolongado compromiso ético nos exige ser consecuentes hoy.
Como es habitual, la derecha española se ha rasgado las vestiduras por el apoyo anunciado por Bildu a los Presupuestos Generales del Estado para 2021. Son unas cuentas de corte netamente socialdemócrata y que responden a las necesidades urgentes del país para superar la crisis derivada del Covid-19. No hay más trampa ni cartón tras el apoyo de la formación abertzale. Hasta 198 votos han recibido en contra las enmiendas a la totalidad y conviene recordar que la mayoría absoluta está en 176 y que Bildu tiene sólo cinco representantes. Pero todo vale en el búnker conservador para generar crispación y desviar la atención sobre lo principal: disponer de una planificación y unos recursos acordes a este tiempo excepcional y dejar atrás de una vez el presupuesto prorrogado desde 2018, marcado por los recortes de la etapa de Mariano Rajoy. ¿O le que se perseguía era sumar una crisis política a todo lo que tenemos ya sobre la mesa?
Necesitando España, por consiguiente, un instrumento útil para encarar este momento histórico, la cuestión sería por qué el Partido Popular se ha resistido a apoyar las cuentas. No iba la vaina de dar un cheque en blanco al Gobierno, sino de actuar con grandeza para no poner en riesgo el bienestar de España y los españoles. En el fondo, Pablo Casado albergaba una mínima esperanza de que el proyecto de Presupuestos no pasara este trámite, fuera devuelto por el Congreso y poner al gabinete que preside Pedro Sánchez entre la espada y la pared de un eventual adelanto electoral. En plena crisis sanitaria y económica, el PP sólo actúa buscando el desgaste del adversario y le importa bien poco el interés general y lo que nos estamos jugando. En este sentido, Bildu ha demostrado más responsabilidad y ha pensado más en las urgencias de la gente que la derecha pseudopatriótica española. El ruido de la derecha sobre el apoyo de la izquierda aberzale a los PGE lo único que pretende es tapar la escasa visión de Estado y la incapacidad para alcanzar acuerdos del Partido Popular. Ni en unas circunstancias tan complicadas los populares están a la altura de lo que requiere España y deciden aparcar sus prisas y su ambición de poder.
Cuando ETA aún mataba, sin embargo, no hubo tanta crítica al escuchar a José María Aznar, entonces presidente del Gobierno, referirse a la banda terrorista como “movimiento de liberación nacional”; o cuando el muy conservador Jaime Mayor Oreja dijo, como ministro del Interior, estar “dispuesto a sentarse con ETA” (y bien que lo hicieron y negociaron en Suiza), concedió terceros grados y acercó a prisiones vascas a casi 200 terroristas; o cuando el actual portavoz popular en el Senado, Javier Maroto, hoy vecino de un pueblo de Segovia para tener escaño en la Cámara alta y antes alcalde de Vitoria, sostuvo que en el entorno aberzale “hay mucha gente buscando la paz desde el principio” y defendió su pacto con Bildu al grito de que “cunda el ejemplo”. Ahora se escandalizan y claman al cielo. Pura hipocresía.
Hace unas días, una víctima del terrorismo, el periodista Gorka Landaburu, en su videoblog para Cambio 16, lamentaba esa insistencia de la derecha española en “meter a ETA en todas las salsas”, un discurso que resulta, a su juicio, “cansino y contraproducente”. Por eso, pedía a “los ofuscados” que “basta con que se abstengan o que voten los Presupuestos” ante una crisis de esta magnitud. Si una persona mutilada por un atentado es capaz de este ejercicio de generosidad y de anteponer el bien común, ¿por qué el PP se encastilla en no mover ficha?