¿Somos los ciudadanos más educados que los políticos?
Hemos preguntado a unos cuantos diputados y la conclusión es una gallegada, un ‘depende’.
Dicen los expertos que se dedican al protocolo que tener buena educación es importante, pero el complemento perfecto es tener buenos modales. ¿Los tiene nuestra clase política? No hace falta hacer una encuesta en la calle para saber que la respuesta sería un ‘no’. ¿Quieren influirnos para que nosotros seamos maleducados, incluso violentos? Eso parece, pero no todos son iguales, una obviedad que hay que repetir cada día.
Hemos preguntado a unos cuantos políticos y la conclusión es una gallegada, un ‘depende’. Es difícil apearse de echar la culpa al otro, salvo en honrosas excepciones. La ministra de Justicia, Pilar Llop, expresidenta del Senado, lo tiene claro. “El clima político está contagiando a la ciudadanía y no al revés. Es peligroso, porque los representantes públicos deberían destensar y generar espacios para acordar cuestiones que interesan a todos, en lugar de hacer lo contrario. No todos los políticos son iguales, pero hay que tener claro que no hay democracia cuando existe menosprecio”.
Llop, que ya contestó a Ortega Smith en una comparecencia en el Congreso con la lista de improperios que suele soltar Vox desde los escaños, está muy preocupada porque se haya estado aprovechando la crisis sanitaria, política y social para crispar aún más.
Enrique Lynch, el escritor y filósofo que escapó de la dictadura argentina a nuestro país, defendía que la rebelión contra los modales, los cambios de protocolos y de indumentaria, los cambios en el habla —los insultos— no son espontáneos y tienen bastante de infantil e irrisorio, pero no hay que perderlos de vista. Y citaba el caso de cambios notables que han marcado y hecho historia: la barba entre los revolucionarios castristas o el momento en que los políticos chinos abandonaron el traje y el cuello Mao y optaron por las corbatas.
Para Pilar Marcos, la diputada del PP y alma de FAES, “la exhibición de Carolina Bescansa — fundadora de Podemos y ex diputada— dando de mamar al bebé en la Cámara, es un cambio de formas y modales que está ahí” y no precisamente para bien, opina ella. La actitud de llevar al niño a la Cámara y fotografiarse con él, además de pasarlo entre sus señorías de Podemos recién llegadas, marcó un cambio en los comportamientos, como lo de vestir con camisetas reivindicativas, en opinión de Marcos. A su lado, Gabriel Elorriaga, uno de los diputados del PP con más masa gris y formación intelectual, además de una larga trayectoria política, mantiene que las señorías son una representación de lo que hay en la calle, fuera de estos pasillos.
Tanto Marcos como Elorriaga parecen convencidos de que las formas en el hemiciclo representan a la ciudadanía, “o así debería ser”, remarca Marcos. Elorriaga coincide en que la situación ha variado, en cuanto a modales y comportamientos, desde que cambió la composición del hemiciclo, con la llegada de nuevos partidos, como Podemos. Ambos apuntan que los más faltones son los representantes de Esquerra Republicana y los de la CUP. “Son peores que Vox”, recordando el “insulto” de la diputada de ERC, Maria Carvalho, a Macarena Olona —Vox— a la que le espetó “fascista” a la altura de su escaño cuando Carvalho regresaba de exponer su posición en la tribuna a una proposición de Vox sobre la corrupción.
No hay tiempo y espacio para una mención expresa a los tiempos de Donald Trump, a quien politólogos, sociólogos y filósofos atribuyen el triunfo del insulto y la mentira, que le llevaron a la Casa Blanca, desde donde siguió practicando ambos. Este martes 28, al regreso al Pleno tras el episodio de “bruja” de la semana pasada, la presidenta Meritxel Batet soltó una reprimenda notable, en un intento de que “insultos y ofensas queden fuera de esta Cámara”.
A la vista de lo que El HuffPost ha testado entre los dos principales partidos en los mismos pasillos del Congreso y entre sus señorías de nuevos y viejos, no parece que haya futuro para la esperanza. La calma durará unos días. Ni eso. Los principales protagonistas de las broncas y los insultos siempre echan balones fuera, esgrimiendo que los ataques son de los otros. Eso sí, en voz alta y en voz baja se achaca a los extremos —en conjunto— la capacidad de insultar: Vox, la CUP o ERC son ejemplos citados constantemente. También son los que han estudiado más fenómenos como el de Trump y las enseñanzas de Steve Bannon, el ideólogo de Trump que inspira a Vox.
A Ignacio Gil Lázaro, el diputado que durante 33 años fue del PP —aquel que hacía la vida imposible a Alfredo Peréz Rubalcaba— y desde hace tres es de Vox, a quien representa en la Mesa del Congreso como cuarto vicepresidente, la pregunta de si los políticos son más maleducados que la gente normal, le parece “perversa, porque ni toda la ciudadanía es maleducada ni todos los políticos lo son”. Pero afirma con un aplomo encomiable que “en Vox somos los más respetuosos de la Cámara. ¿Hemos llamado bruja a una diputada? Hace muy poco, en el Parlamento de Andalucía un socialista llamó bruja a otra diputada de Vox y le invitó a que cogiera la escoba. Son grupos parlamentarios como el socialista los que ejercen la violencia verbal contra Vox”, añade Gil Lázaro en el patio del Congreso, sin pestañear, prueba de que todo depende del cristal con que cada señoría se dedique a mirar las cosas.
“Yo ni soy fascista, ni homófobo ni xenófobo y me lo llaman. Eso es más grave que llamar a alguien bruja. ¿Y qué hay de que una diputada de ERC se acerque a una nuestra (Macarena Olona) y la llame fascista? No somos lo que nos llaman, y encima, me lo llaman los herederos de los asesinos. Eso es el colmo”, sentencia, olvidando naturalmente de las veces que se han utilizado términos como “comunista, bolivarianos”, etcétera, contra las señorías de Podemos. Gil Lázaro, 36 años en estos pasillos, tampoco entra en otros tiempos duros, cuando él formaba parte del PP de Aznar y Rajoy, aquella vez en que el entonces líder de la oposición, el expresidente Rajoy, acusó a Zapatero de traidor a los muertos de ETA.
Sí, a medida que avanza la mañana las cosas no mejoran en cuanto a expectativas, aunque las hay optimistas. María Jesús Montero, la ministra de Hacienda, echa mano de la realidad cotidiana sobre esa mala educación de la clase política. “Lo que se expresa desde la tribuna del Congreso tiene bastante de apariencia, forma parte de la estrategia. Pero luego ocurre que esos diputados que han sido maleducados, en los pasillos y el bar son bastante correctos”. Aunque es cierto que se han deteriorado los modales y comportamientos entre las señorías —no solo desde la tribuna, sino en pateos, insultos, gritos y gestos desde los escaños— no cree que la situación haya sido por la llegada de nuevas fuerzas políticas, como Podemos, la CUP o Vox. Y mantiene que el más insultante, a distancia, es el partido de ultraderecha, que aprovecha “cualquier intervención para soltar una retahíla de insultos”. Montero sí que tiene una cosa clarísima, como conclusión, y es que “los insultos en la Cámara aumentan, como los decibelios, cuando no gobierna el PP”.
Y luego están los periféricos, las señorías que ven las cosas desde la otra España real, la que no tiene su base en Madrid, los que han llegado hace menos tiempo y empiezan a entender las cosas ahora, pese a la alarma del principio. Es el caso de Tomás Guitarte, el hombre de Teruel Existe. “No se trata de que el hemiciclo sea un fiel reflejo de la calle, sino de que aquí se dé el nivel que se espera del Congreso. No se deben trasladar conductas a la calle que no son las adecuadas. Por un lado tiene que ver con la educación personal y por otro, con que se usa un lenguaje que busca llamar la atención más por la forma de expresarse que por el contenido”.
“Cuando llegué por primera vez me sorprendió mucho la dureza de los enfrentamientos. Se alcanzaba tal grado de tensión que veía imposible poder llegar a acuerdos o sentarse a negociar juntos después. Me di cuenta que luego no sucede eso. Pero es exigible por parte de los ciudadanos que estemos por encima de este grado de confrontación tan elevado y que los políticos se dejen de ‘zascas’”.
Guitarte retrata, pues, lo mismo que Montero subraya y tantas veces se explica a la gente. Que una cosa son los insultos y los gritos desde la tribuna y otra lo que luego sucede cuando no están los focos sobre sus señorías. Ocurre, sin embargo, que lo que los ciudadanos vemos son las barbaridades que se gritan, el espectáculo deleznable que ofrecen cada día —cuando les prestamos atención, que cada día el personal está más lejos de ellos— y la tensión y la crispación, como señalaba la ministra Llop, se trasladan a la calle.
Pero ¿somos conscientes del teatro y la manipulación cada vez que los vemos? No. Somos los destinatarios de esos berridos, como los que lanzaba Trump incitado por las estrategias de Bannon, como los que nos lanzan los partidos populistas para captar nuestro voto. Y quizá algún día, nuestros modales violentos. ¿Es lo que buscan? Probablemente, pregunten a los colectivos LGTBI. Por ejemplo.