Porque hay vida más allá del turismo de sol y playa… ¡Piérdete en un bosque!
Un recorrido por algunos de los mejores bosques de España.
El placer de pensar en verde, de respirar aire puro, del no ruido. Es un hecho que de vez en cuando necesitamos, y además es sumamente recomendable, escapar de la ciudad y huir al campo, a la montaña… y en definitiva, a la naturaleza. Por eso hoy, ropa cómoda y mochila al hombro, vamos a recorrer algunos de los mejores bosques de España donde perdernos y por supuesto, pasados unos días, volvernos a encontrar. Confirmado: hay vida, y mucha, más allá del turismo de sol y playa.
El bosque de laurisilva de Garajonay, en La Gomera
Tal vez no imaginabas que precisamente fuera en La Gomera donde se ubica uno de los bosques más mágicos de cuantos se puedan encontrar en España. Si bien es cierto que todos tenemos posicionadas las Islas Canarias como un destino de sol y playa, en la verde isla de La Gomera la oferta para descansar y desconectar se multiplica como en ninguna otra. Uno de los mejores lugares donde hacerlo es en el Parque Nacional de Garajonay, que con una superficie de casi 4.000 hectáreas, alberga el idílico bosque de la laurisilva, la mejor representación del bosque de laurisilva existente en el Archipiélago. Garajonay, catalogado como Parque Nacional desde 1981, fue declarado en 1986 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, está ubicado en el centro de la isla, en La Palmita, y cuenta con una altitud máxima de 1.487 en el pico Garajonay. Entrar en el bosque de la laurisilva supone cruzar una puerta ficticia que separa la realidad de un mundo mágico habitado por fayas, laureles (de ahí su nombre), helechos, cedros, etc., que gracias a su caprichosa ubicación dan lugar a numerosos senderos a través de los que recorrer el parque y por los que merece la pena perderse. La belleza de este bosque prehistórico comparte protagonismo con otro gran número de especies vegetales y es aquí donde sucede uno de los fenómenos más impresionantes de la naturaleza, conocido como “lluvia horizontal” o de una forma más romántica, como “el llanto de los árboles”. Este suceso es provocado por las nubes que generalmente gobiernan estos bosques de La Gomera, y cuando los recubren completamente, hacen que se condense el agua directamente sobre las hojas de los arboles provocando este asombroso efecto.
Selva de Irati, en Navarra
Ponemos rumbo a la belleza salvaje de Navarra para visitar el segundo hayedo-abetal más extenso y mejor conservado de Europa, justo después de la fotogénica Selva Negra de Alemania. Más de 17.000 hectáreas conservadas en estado casi virgen rodeadas por montañas como Ori o Abodi. Un auténtico lugar donde evadirse. Tupidos hayedos, pastizales, abetos y frescas aguas como las del río Irati pintan un paisaje de colores vivos que se transforma con cada nueva estación. Todo un tesoro natural donde vivir multitud de sensaciones, ¡justo lo que estábamos buscando! Estamos más que listos para experimentar ese encuentro a solas con la naturaleza, sentir el rumor salvaje del agua entre hayas y abetos, el frescor del embalse de Irabia, el sonido huidizo de los animales y el olor a los frutos del bosque y la suavidad del manto de hierba que cubre esta joya de los Pirineos. Zapato cómodo y cámara en mano, es el momento de recorrer cualquiera de los senderos balizados que recorren el bosque. Para llegar hasta ellos puedes elegir entre los dos accesos a la Selva de Irati: por su costado occidental desde Orbaizeta y por el oriental desde Ochagavía, donde además encontrarás el Centro de Interpretación, fundamental para informarse de todo lo necesario sobre la Selva de Irati y su entorno. Y si a este bosque de cuento le faltaban los personajes, ya los tenemos aquí. Cuenta la leyenda que aquí habitan personajes legendarios como las brujas y lamias que aprovechan la niebla para pasear el espíritu de doña Juana de Labrit -reina hugonote envenenada en París - y hacen desaparecer a quienes se encuentran a su paso. O Basajaun, el señor del bosque, de alta estatura, larga cabellera y fuerza prodigiosa. Y una advertencia final, si te lo cruzas por el camino, no huyas, hay que obedecer sus órdenes para que se transforme, gustosamente, en tu guía protector durante tu visita al bosque.
Parque Nacional d’Aigüestortes, en Lleida
Siempre merece la pena escaparse a la montaña, pero si como destino final tenemos uno de los parques naturales más bonitos de España, aún más. Y si además de eso tenemos a su alrededor pueblos como Boí, Durro o Taüll, entre otros, ya tenemos la conjunción perfecta entre naturaleza, descanso, arte y cultura. La Vall de Boí está formada por un conjunto de ocho iglesias y una ermita declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y juntas representan una de las rutas del románico más importantes, y mejor conservadas del país. La Vall de Boí es, además, punto de acceso natural a Aigüestortes, que es el único Parque Nacional de Cataluña con cumbres que superan los 3000 metros. Aunque lo más impresiona al visitante en busca de contacto real con la naturaleza, son sus más de 200 estanques de diversas formas y colores, sus ríos, sus barrancos, cascadas y ciénagas que nos hacen sentir como si estuviéramos, verdaderamente, en el país del agua. Con el acceso desde Boí, desde donde salen taxis de forma permanente, la zona de Aigüestortes a la que se accede es, precisamente, la zona de bosque, justo lo que estábamos buscando. Los senderos son de tierra y los sinuosos caminos circulan, de forma idílica, entre el bosque y los prados. Se trata de una de las mejores zonas para descubrir de forma pausada, ya que el itinerario circular de Aigüestortes no presenta ninguna dificultad. Tampoco el camino hacia el lago Llong, ya que se trata de una pista forestal. Primavera, verano y otoño son las mejores fechas para descubrir este precioso parque nacional. Aquí el invierno es duro y, aunque bello, el caminar se hace pesado, ya que una buena capa de nieve blanca suele cubrir su preciosa estampa durante los meses de diciembre a marzo. De ahí que sea un destino perfecto para amantes de los deportes de invierno, o por ejemplo para un paseo en raquetas.
Parque Nacional Ordesa y Monte Perdido, en Huesca
El macizo calcáreo más alto de Europa determina la orografía del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Hay que ponerse serio para hablar de las impresionantes crestas montañosas y valles glaciares de este parque nacional cuya mayor elevación es el Monte Perdido. Es el lugar ideal para desconectar, para reconectar y para disfrutar de la naturaleza en su estado más puro. Como pureza es la que encontramos en el emblemático valle de Ordesa, sinuosamente recorrido por el río Arazas, origen del Parque Nacional. Resulta impresionante contemplar su vasta superficie forestal donde aparecen sus frondosos bosques con pinares de pino silvestre, hayedos y abetales. Un paraje hacia el que adentrarse para descubrir el auténtico silencio solo roto por los sonidos de la naturaleza y por la variada fauna de montaña que alberga. Los más valientes encontrarán en la parte más alta del parque las grandes extensiones de rocas desnudas, desangeladas, y dibujadas por unas características hendiduras de erosión que nos presentan un paisaje pétreo, casi lunar. De bajada, merece la pena pararse para fotografiar las múltiples cascadas que atravesaremos por el camino, como la Cascada de la Cola de Caballo, Gradas de Soaso o Cascada del Estrecho. Y aunque no pertenece al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, destacamos también el valle de Bujaruelo hacia la zona oeste. Está situado ya en territorio francés y representa otro impresionante circo glaciar que luce con orgullo el hecho de poseer la cascada más alta de Europa, con unos vertiginosos 400 metros de caída vertical. Pero si lo que estás buscando son las emociones un poco menos fuertes, basta con organizar una de las rutas más populares y sencillas, la de Cola de Caballo, que sin duda es un buen entrante para iniciarse en Ordesa, y gracias a la cual tenemos la oportunidad de atravesar el famoso bosque de hayas, un lugar mágico dentro del valle, sobre todo en otoño, cuando se crea un impresionante manto de hojas caídas de colores mostaza, ocre y rojizo, más que suficiente para sentirnos ese contacto único con la naturaleza.