¿Por quién lloran las mujeres? La guerra contra nosotras se recrudece a golpe de estadística
El 70% de las empresas estatales en nuestro país carecen prácticamente de mujeres en sus puestos directivos.
Entre otras muchas injusticias, nos lamentamos por la desigualdad en las cuotas y las listas cremallera, gracias a las que muchas mujeres están donde están. La Ley de paridad obliga a la sociedad, a todo el abanico, a incluir mujeres en los estamentos públicos, en la política o en las empresa cotizadas y no cotizadas, así como en los consejos de administración. El techo de cristal granítico no se abría, pero se movía a trancas y barrancas.
Desgraciadamente, las cifras cantan: el 70% de las empresas estatales en nuestro país carecen prácticamente de mujeres en sus puestos directivos. A lo cual hay que añadir la horrible crueldad de algunas congéneres contra las de sus propios partidos. Y me refiero la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que conformó un Gobierno con diez sujetos y tres compañeras.
Cuando gran parte de la ciudadanía se rasgó las vestiduras ante semejante desfachatez, la dama popular acuñó perlas como “hay que combatir el machismo pero no a los hombres” o ”ahora más que nunca tenemos que cubrir la discriminación contra las mujeres”.
En la primera, la señora política patina sin freno y con la quinta puesta. Si el machismo proviene de la parte masculina de nuestra sociedad y no quiere ir contra ellos, ¿cómo lo va a realizar? Y con la segunda se carga a todas las mujeres de su partido igualmente válidas, o más, que sus diez negritos. Un caso de manual y parejo al de Begoña Villacís de Ciudadanos, ese círculo que nació de un desnudo y que estaba llamado a ser la pera limonera como revulsivo de la política en nuestro país. La vicealcaldesa de Madrid no se cortó ni un pelo al declarar públicamente a favor de otro alto cargo de su bandería, Ignacio Aguado, cuando nos despertó a soez golpe de brutalidad patriarcal, aduciendo a tenor de los listados repletos de Varón Dandy que su formación no iba a estar llena de pajines o aídos, en referencia a dos ministras socialistas de la era Zapatero. Ante el revuelo montado, la respuesta fue: “En mi partido no ponemos mujeres al peso y Aguado no es machista″. No hay mejor ciega que la que no quiere ver, consensuando con su amiguita ideológica del PP que a sus mujeres ni fu ni fa. Si son válidas bien y si no también.
De esta forma, si contemplamos a las mujeres como sujetas de género—y no solo como individuas concretas— en los puestos de las estructuras de poder, hay que detenerse y ver por qué pensamos y declaramos o actuamos así. Según mi Maestra Mary Beard, si hay un patrón cultural que funciona precisamente para despojar del poder a las mujeres, ¿cuál es exactamente y de dónde lo hemos sacado? En esa respuesta está la clave, nuestros supuestos culturales a revisar sobre las relaciones de las mujeres con el poder. Y aquí entran las cuotas y las listas cremallera.
Si todas nos pusiéramos las gafas moradas o lentillas violeta cada mañana, veríamos las cosas tal como son. Y no tal como nos las quieren hacer ver.
Ahora está de moda el feminismo. Para bien y para mal. Hasta hay varones feministas y yo trato con algunos. Son pocos pero van en aumento. Han hecho sus deberes y puesto al día su masculinidad tóxica dando la vuelta a tradiciones y sistemas jerarquizados, hijos de un sistema poderoso históricamente que les ha educado en el abuso de poder y autoridad en lo económico, laboral, bélico, político, emocional y miles de etecés, y se han situado a nuestro nivel.
Pero la actualidad es engañosa. Tanto para los—y digo los— que te dicen “yo soy feminista y femenino”, como para las féminas que aducen lo mismo, educadas en un sistema que las desfavorece y del que no quieren salir. Ambas opciones habitan un autoengaño socialmente instaurado. Con estas personas no me molesto ni en hablar.
Y sin embargo, nosotras las mujeres feministas con dosis elevadas de conciencia y significado de ser mujer ayer, anteayer y mañana, hemos empujado a una sociedad patriarcal a que revise algunas de las injusticias históricas que se han cometido contra nosotras solo por el hecho de haber nacido mujeres, con el fin de propiciar la igualdad. Hablando en plata, como ELLOS no compartían ni puestos de altura en la política o en las empresas cotizadas y no cotizadas, ni en los consejos de administración, la ley logró algunos avances.
El resultado final a estas alturas es patético y malo para todas nosotras. Se pierden mujeres muy preparadas y válidas en favor de un tipo de varones que no quiere renunciar a nada. Entre estos últimos los hay de todo pelaje buenos, malos y regulares.
En definitiva, la paridad en nuestro país no existe, y algunos colectivos políticos de las derechas rancias se niegan a su aplicación. Por eso hay muchas que lloramos con las gafas violetas puestas.