¿Por qué te enamoraste de alguien con TLP?
Este trastorno afecta a entre un 2% a un 5% de la población, con un mayor diagnóstico en mujeres que en hombres.
El imaginario colectivo está repleto de historias romanticonas en las que chico guapo y normal se enamora de chica guapa, excéntrica y alocada. El cine nos ha regalado muchos de estos momentazos protagonizados por chicas ‘pixies’ y sus séquitos masculinos. Es probable que la primera imagen que venga a tu cabeza sea una lacónica Audrey Hepburn con un embelesado George Peppard en Desayuno con Diamantes de Blake Edwards (1961). Si eres más de la Nouvelle Vague, tal vez rescates a Jeanne Moreau con bigote en Jules et Jim de François Truffaut (1962). O tal vez sonrías al recordar a la histriónica Jane Fonda y al desquiciado Robert Redford en Descalzos en el Parque de Gene Sacks (1967).
Son retratos (muy superficiales) de mujeres audaces, pasionales, frágiles y valientes. Son diferentes. Tienen un encanto especial y no parecen regirse por las mismas normas que el resto de los mortales. Los protagonistas masculinos parecen sentir una atracción desmedida ante sus excentricidades y un impulso de protección ante su vulnerabilidad. Parecen pasar por alto su inestabilidad emocional y unas profundas dificultades para sentirse cómodas en su piel.
La fragilidad y espontaneidad aparente de una chica pixie puede enmascarar una enraizada dificultad para la regulación de sus emociones y el control de sus impulsos. Existe una clara distinción entre una persona emocionante e imprevisible y otra con un trastorno límite de la personalidad, sin embargo, a veces el límite puede ser confuso.
El trastorno límite de la personalidad (TLP), también referido como personalidad borderline, es una etiqueta diagnóstica con una creciente presencia en la sociedad actual. Existe cierto consenso en que el TLP afecta a entre un 2% a un 5% de la población, con un mayor diagnóstico en mujeres que en hombres, lo cual no significa necesariamente que afecte a más mujeres más allá de las muestras clínicas o que sea un trastorno típicamente femenino (el TLP está claramente infradiagnosticado en muestras clínicas masculinas). Sin embargo, el público general sabe muy poco sobre el trastorno.
Las características principales del TLP son la inestabilidad emocional y la impulsividad. Son rasgos que afectan a los diferentes ámbitos vitales de la persona que lo padece y de sus allegados.
El mundo de una persona con TLP se construye en términos de blanco y negro, los grises escasean. Tienen dificultades para controlar sus impulsos y medir las consecuencias de sus acciones (en sí mismos o los demás). Su estado anímico es cambiante, con episodios de intenso malestar, irritabilidad, ira o angustia que pueden ser seguidos de otros de aparente normalidad.
Las relaciones afectivas o interpersonales acostumbran a ser intensas, turbulentas e inestables. Se involucran rápidamente y de forma apasionada, independientemente de su género o preferencia sexual. Para el otro, esta pasión puede resultar fascinante inicialmente, y perversamente dolorosa e incluso adictiva en el medio plazo.
Amantes de los extremos, son personas propensas a cambiar su percepción los demás, pasando de la idealización a la demonización con facilidad. La persona con TLP es capaz de pasar en cuestión horas de un estado de entrega incondicional a otro de profunda aversión. El cambio puede justificarse en la más mínima decepción y a menudo es motivo de conflicto. Es común la victimización y el chantaje emocional. La persona con TLP tiende a explicar su malestar en el comportamiento decepcionante del otro, y por tanto, a menudo reprochan o chantajean a partir del sufrimiento que padecen.
Es frecuente que sufran una autoimagen o sentido de sí mismo inestable. Es decir, su autoestima es frágil y mutan con facilidad de objetivos vitales, valores, aficiones, etc. Consecuentemente, es común encontrar en el relato de las personas con TLP un sentimiento de vacío permanente o insatisfacción crónica. La vulnerabilidad extrema despierta en el otro la necesidad de protección. En muchos casos, la pareja de una persona con TLP tiende a responsabilizarse de su cuidado. La dinámica relacional que se genera es ambivalente y compleja. En sus extremos, la persona con TLP puede mostrarse como una cría de animal herido a la más agresivas de las fieras.
El miedo al abandono o los celos también acostumbran a formar parte de la dinámica. Sienten tanto miedo al abandono, que en muchas ocasiones provocan la ruptura con tal de no ser rechazadas. Suelen presentar cierta intolerancia a la soledad y experimentan la necesidad de estar acompañadas, sintiendo ansiedad ante la separación (aunque sea temporal).
Para el otro, la demanda es tal que acostumbran a dejar de lado otras parcelas de su vida. El otro se ve atrapado un torbellino de emociones que desencadenan estados deprimidos o ansiosos recurrentes, y a menudo presenta dificultades para recuperar su vida anterior. En la mayoría de los casos, las parejas no conocen el trastorno o saben muy poco de sus implicaciones. En consulta acuden tantas parejas de personas con TLP como las propias personas con TLP.
Volviendo al cine, el espectador comparte con los protagonistas masculinos la tendencia a olvidar aquellos indicios que son incoherentes con la historia de amor que nos proponen. Jeanne Moreau se arroja al río Sena sin motivo aparente, salvo llamar la atención de sus pretendientes. Jane Fonda no tolera separarse de su pareja, y pasa de la dependencia absoluta a una demanda de divorcio en el momento que su noche deja de ser divertida. Y Audrey Hepburn mantiene un discurso verborréico y egocéntrico (y regado de alcohol) cuyo eje es la huida hacia delante y las dificultades de su oficio en la búsqueda de un millonario. Es igual, tanto coprotagonistas como espectadores perciben que son mujeres especiales, diferentes, y se las quiere tal y como son, con TLP incluido.