Por qué hemos pasado del humanismo al robotismo: las inquietantes ideas de los adoradores de las máquinas
Hoy día ya no queda ningún periódico ni red social que no se haga eco de noticias sobre el incontenible avance de los robots y sobre el terrible futuro que, al parecer, nos espera.
Frente a aquel humanismo post-medieval que, con el hombre de Vitruvio como bandera, situaba al ser humano como centro y medida de todas las cosas, hoy encontramos por todos los rincones un inquietante y urgente "robotismo" que adora a las máquinas e insiste en recordarnos que tenemos los días contados. En este contexto quizá sea conveniente establecer algunas líneas de reflexión.
La primera de ellas tiene que ver con quién está detrás de las tesis que constantemente afirman que los robots nos aventajan en todo. Que seremos desplazados por autómatas en nuestros puestos de trabajo. Que es una cuestión de tiempo que las máquinas acaben dominando el mundo. Nadie duda de que, en muchos casos, son profesionales que se han tomado muy en serio las complejas cuestiones relativas a este ámbito. Sin embargo, en muchos otros lo que se lee o escucha parecen ser simplemente fritos de refritos, escritos o pronunciados por esos instantáneos y autoproclamados gurús, tan frecuentes hoy en día, que hablan con la misma prontitud y desconocimiento de todas aquellas causas que les proporcionan atención mediática.
En otros casos los futuros distópicos tampoco parecen ser descritos por personas que tienen motivos fundamentados para creer en ellos, sino por quienes realmente desean que ocurran.
El mundo de las fobias y filias es tan extenso como sorprendente, y a veces da la impresión de que hay personas que adoran a los robots como otras se pirran por sus mascotas o mueren por sus divas. Adultos a los que quizá de jóvenes impactaron aquellas tres leyes de la robótica que nacieron entre las pobladas patillas del autor de Yo, robot. O a los que, de adolescentes, les sorprendió su primer erguimiento mientras contemplaban los salientes misiles mamarios que le fueron implantados a Afrodita-A en aquel memorable episodio de Mazinger-Z. O puede que fueran seducidos por la intrigante y replicante Rachael, o por los macizos bíceps enfundados en cuero negro de Terminator, resbalando en cualquiera de los casos por la falacia del test de Touring, que se confunde en la frontera entre realidad y engaño.
Entre unos y otros hay un inconsciente grupo de opinión que contempla la cuestión de la robótica como un juego de suma cero, en el que ganan los robots porque los seres humanos pierden.
En ocasiones da la impresión de que, realmente, esas mentes desearían vivir un futuro como el que se dibuja en Matrix, con todas las personas del globo sometidas para que las máquinas puedan alimentarse de la electricidad que generan sus cerebros. Resulta sugerente preguntarse dónde se situarían en esa trama los apóstoles del robotismo. Quizá se imaginan como el mismísimo Neo, revistiéndose de un papel protagónico en una guerra que, paradójicamente, ellos mismos han alentado. También es probable que piensen que no estarán aquí cuando todo eso suceda. O puede que, simplemente, no lo hayan pensado bien.
La última reflexión, y sin duda la más importante de todas, es que al final pasará lo que queramos que pase. A día de hoy la humanidad ya debería haber superado su adolescencia y tendría que ser suficientemente madura como para sostener el timón de su existencia y pronunciarse sobre su destino. Hemos vivido ya muchas revoluciones como para saber ya que la cuestión de fondo de la robótica es todo menos tecnológica. Y, a pesar de que este es, con frecuencia, el único argumento que se pone sobre la mesa, tampoco se trata de un tema exclusivamente económico.
Lo que subyace a este asunto es simplemente, o nada menos, una pregunta acerca de qué es el ser humano y qué queremos que sea en los años venideros. Entre otras cosas porque puede que la humanidad sea víctima de las mismas profecías autocumplidas que también aquejan a las personas y, de tanto pensar en un porvenir dominado por robots, realmente acabe aconteciendo. Quizá por ello tal vez sería mejor ir imaginando un futuro en el que, lejos de plantearse como un juego de suma cero, las máquinas sirvan y ayuden a los seres humanos a ser mejores. Es decir, a ser más humanos.