¿Por qué ha arrasado Boris Johnson?
Cuatro motivos que explican la aplastante mayoría absoluta cosechada por el primer ministro británico.
Que el primer ministro británico, Boris Johnson, iba a ganar las elecciones en Reino Unido, era algo que estaba claro. Pero que lo fuera hacer como lo ha hecho, con una aplastante mayoría absoluta, pocos se atrevieron a predecirlo. El resultado logrado por el Partido Conservador representa una profunda reestructuración del mapa electoral británico, en el que la derecha ha conseguido entrar en terrenos hasta ahora vetados, a costa del descalabro de un Partido Laborista vapuleado en sus bastiones tradicionales tras los peores resultados desde 1935.
¿Pero, qué ha pasado para que se haya dado una proeza no electoral que no se veía en este país desde tiempos de Margaret Thatcher? Por decirlo de alguna manera, que Johnson ha sido capaz de aprovechar el momento que atraviesa Reino Unido, absorbido como lo está por el tema—pesadilla— que lo domina todo desde hacer tres años: el Brexit.
El Brexit que lo cambió todo
Porque sí, la primera lectura que se hace de los resultados electorales es que los votantes han premiado a quien les había ofrecido certidumbre en materia de salida, confirmando la eficacia del mensaje directo con el que el primer ministro, Boris Johnson, se había jugado el órdago para apuntalar su presencia en Downing Street.
Su “Materialicemos el Brexit” (“Get Brexit Done”, en su versión original) suponía una mera modernización del ‘Recuperemos el Control’ (“Get Back Control”) que había decantado la consulta que determinó el fin del matrimonio de conveniencia mantenido por Reino Unido y la Unión Europea desde 1973. Su efectividad no ha perdido vigencia tres años y medio después, frente al rechazo y la diseminación del apoyo obtenidos por las fuerzas que ofrecían ambigüedad, o reabrir el debate.
Así que los británicos, muy cansados después de tres años de debate que parecía un bucle sinfín, han sido prácticos y muchos de ellos no han votado optando por su opción ideológicamente favorita, sino la más práctica en lo que a la resolución del divorcio se refiere.
Corbyn no fue claro...
Parejo al punto anterior está la ambigüedad con la que se ha movido en el terreno del Brexit. Él, vinculado a la izquierda más radical del partido, prometía acabar con las desigualdades pero rehusó pronunciarse sobre la cuestión más importante para el país. Una indefinición que le ha costado las elecciones y su futuro al frente del partido.
Euroescéptico de larga data, Corbyn, presionado por su partido, tomó finalmente una decisión: si llegaba al poder prometió negociar un nuevo acuerdo de divorcio que mantuviese una estrecha relación con la UE -para proteger empleos y medio ambiente- y someterlo a referéndum junto con la opción de anular el Brexit. Pero nunca desveló su postura personal sobre la relación con la Unión Europea y anunció que se mantendría “neutral” en la campaña de un segundo referéndum.
Defensor de la causa palestina, enfrentó también durísimas acusaciones de racismo antijudío, por no reaccionar a tiempo ni con firmeza a las numerosas denuncias de antisemitismo en las filas de su partido.
Así que Corbyn no logró ser la estrella que por contra siempre fue Johnson.
... Y el frente común que plantearon los laboristas se estrelló
Si ya de por sí la debacle laborista duele a Corbyn, todavía se ha visto más incrementada con el decepcionante saldo de los liberal-demócratas, un partido que esperaba capitalizar el voto pro-UE con su controvertida promesa de revocar el Brexit y que ha acabado viendo cómo su líder, Jo Swinson, perdía su escaño en el Parlamento, víctima de la avalancha del Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), el otro gran vencedor este 12 de diciembre, en el que ha recabado la mayoría de los 59 asientos que disputaba en Westminster.
Si bien es cierto que laboristas y liberaldemócratas se han visto afectados por la división del apoyo del electorado partidario de la continuidad, Corbyn tendrá difícil mantener la línea argumental de que el divorcio, y no sus penosos índices de aprobación, o su forzada ambivalencia en materia de Brexit, ha sido el catalizador fundamental del colapso del jueves. Su marcha es inevitable, por lo que la transición será clave para evitar que la izquierda se resquebraje en una guerra civil por el control interno.
El ostracismo al que ha quedado condenada contrasta con el vuelco que Johnson ha logrado imbuir con una recuperación histórica que resarce a los conservadores de la humillación que supusieron los 13 años de reinado del Nuevo Laborismo. Su reacción inicial ante los resultados sugiere que el ‘premier’ comprende las repercusiones de la reescritura de los lindes ideológicos y partidarios que han dejado las primeras generales celebradas en diciembre desde 1923.
La economía
Con uno de los programas más izquierdistas que haya visto en Reino Unido en décadas, jugó todas sus cartas a una “transformación nacional” sin precedentes: prometía invertir 150.000 millones de libras (193.000 millones de dólares, 174.000 millones de euros) para mejorar escuelas y hospitales y 250.000 millones para impulsar la descarbonización de la economía. También prometió renacionalizar servicios como el agua, la electricidad, el ferrocarril, el correo y la fibra óptica. Y, enzarzado en una guerra contra la desigualdad, amenazó incluso con acabar con las escuelas privadas del país. Pero no consiguió conectar con electorado en las ciudades deprimidas de la post-revolución industrial, de larga tradición obrera y singular. ¿La prueba? Lo que ha pasado, por ejemplo, en Blyth Valley, una zona minera en el Norte, laborista desde 1950 y que ha pasado a los Conservadores.
A Boris Johnson todo esto no se le escapó y en campaña sentenció que el ideario económico de su rival no era más que una “catástrofe económica”. Y había más: hasta un parlamentario laborista había descrito los planes económicos de su líder como “la carta de suicidio más larga de la historia”.