Por qué al feminismo oficial le incomoda hablar de Oriente Medio
Habrán leído que en Arabia Saudí las mujeres se están incorporando al mundo del trabajo gracias a las reformas del príncipe Mohamed bin Salman. No lo den por hecho, yo estuve allí en una misión del Parlamento Europeo y, aunque se están dando pasos en favor de la igualdad, todo tiene un aire demasiado propagandístico. Arabia sigue siendo un régimen dictatorial arcaico, no una democracia en la que se pueda confiar. Habrá que ver hasta dónde llega la apertura, pero no es de esto de lo que quiero hablar ahora, sino de lo que el caso saudí revela del feminismo hegemónico de Occidente.
Vuelvan a leer la primera línea de este post. Incluso si llega a ser cierta, la incorporación de la mujer al mundo laboral se estará produciendo medio siglo después que en España, y nosotros ya llegamos con retraso. El gran anuncio del príncipe heredero ha sido que las mujeres podrán conducir.
¡Asombroso avance! En realidad, estas reformas lo que logran es recordarnos cuál es la situación de las mujeres en Arabia y en tantos otros países de Oriente Medio, África, Asia... En buena parte de América Latina, mientras tanto, los índices de violencia de género alcanzan niveles que aquí ni podemos concebir.
Cuando recuerdas esto, siempre aparece alguien que te acusa de blanquear la situación de las mujeres en España y en los países de nuestro entorno, de no querer entrar en lo mucho que hay que mejorar todavía en nuestras sociedades. Es una acusación que se vuelve contra quien lo hace, porque mientras yo puedo acreditar mi trabajo en el Parlamento Europeo por la igualdad, el acusador (o la acusadora) demuestra su incomodidad con el hecho de que fuera de Occidente, en términos generales, las mujeres lo tienen mucho peor.
La izquierda fue una vez, hace mucho tiempo, internacionalista, pero el feminismo oficial no lo ha sido nunca. Sus representantes se apoyan en una ideología que mezcla los derechos de las mujeres con el anticapitalismo, el posmodernismo relativista y ciertos ecos del marxismo. Consecuencia: para este feminismo excluyente que aspira a ser el oficial, la enorme desigualdad de las mujeres fuera del odioso Occidente capitalista es a la vez incómodo e incomprensible.
Algunas mujeres -cada vez más- reclamamos un feminismo liberal, que tiene el objetivo a la vez ambicioso y realista de lograr igualdad real dentro de nuestro marco democrático. Mi liberalismo no es incompatible con las cuotas ni con la intervención del Estado cuando se haya demostrado empíricamente que funciona para romper inercias persistentes, desequilibrios que duran demasiado. Y mi feminismo no es contrario a la libertad económica ni individual, no ve la sociedad como una guerra de hombres contra mujeres y, sobre todo, no ignora que, con todos nuestros problemas, en Occidente hemos recorrido ya un camino que en lugares como Arabia apenas han comenzado (y ya veremos si no se revierte).
El feminismo liberal se va a abrir camino porque no se apoya en ideologías caducas ni es contrario a los hechos. Y, sobre todo, porque no ignora a las mujeres del resto del mundo. Quien sí lo hace, ese feminismo tan respetuoso con "otras culturas" que se olvida de quienes las padecen, incurre sin saberlo en el paternalismo soberbio de los viejos colonialistas.