Por qué a un hombre le hacen un electrocardiograma y a una mujer le dan un ansiolítico
Carme Valls explica que las mujeres "no han nacido dos veces locas o deprimidas", pero el machismo y las malas praxis las llevan a sufrir más y a estar sobremedicadas.
Que levante la mano la primera que no haya recibido una receta de anticonceptivos cuando ha ido al médico quejándose de que el dolor de regla la incapacita cada mes. O quien, tras acudir a una consulta por cansancio y malestar, se haya encontrado con la respuesta de que no tiene nada físico sino psíquico, y de paso con otra receta de un psicofármaco.
“Las mujeres están sobremedicadas”, afirma Carme Valls Llobet (Barcelona, 1945), médica especializada en endocrinología y medicina con perspectiva de género. “Hay una medicalización en todas las etapas de la vida de la mujer. En lugar de investigar mejor cada problema que se plantea, enseguida sale una pastillita para disimularlo”, sostiene la experta.
“Por ejemplo, para trastornos de la menstruación enseguida se receta un anticonceptivo en lugar de buscar por qué esa chica tiene hemorragias tan fuertes cada mes; en la etapa media de la vida, si la mujer está cansada y dolorida le dicen que es porque está estresada o porque tiene problemas emocionales, y entonces se le receta un psicofármaco; después del parto, está sola, dolorida, sin ayuda y lactando, pues le dicen que tiene depresión postparto. ¿Y por qué no puede ser una tiroiditis postparto, que la desarrollan una de cada cuatro?”, ilustra.
“Se creyó que las mujeres no podían tener infartos”
Carme Valls es autora de Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), un título en absoluto anodino. “En los años 1880 y 1890, cuando se estudió las enfermedades coronarias, el infarto, etcétera, sólo incluyeron hombres en los trabajos de investigación”, explica la médica. “No se sabía qué les pasaba a las mujeres, porque se creyó que ellas no podían tener infartos. Así que no había ciencia de esto. Y ahora se ha visto que la principal causa de muerte de las mujeres en todo el mundo es la cardiovascular”, lamenta.
Desde los años 90 del siglo XXI, sí se incluye a mujeres en los estudios sobre cardiopatías y salud cardiovascular, pero sólo en un 38% de ellos. Por eso Valls defiende una medicina diferenciada, una perspectiva de género en todas las investigaciones que busque, también, qué le ocurre a las mujeres y por qué. Así queda establecido en la Ley de Igualdad española de 2007, pero este epígrafe “se cumple poco”, dice Valls.
“Ha habido prejuicios a la hora de hacer ciencia”, afirma la médica como respuesta a la pregunta de por qué a un hombre se le hace un electrocardiograma y a una mujer se le da un ansiolítico cuando ambos acuden a urgencias por un dolor en el pecho, una cuestión que ella misma plantea en el libro.
Esta invisibilización general de las mujeres en la medicina viene de lejos. “En la historia de la humanidad siempre se ha pensado que la mujer era menos importante, así que no se estudiaba”, explica la médica, directora del programa ‘Mujer, Salud y Calidad de Vida’, en el Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS). “Incluso los griegos pensaban que las mujeres eran vasijas que contenían a los hijos, pero que no participaban en nada en la gestación”, apunta. “Los griegos no sabían nada de la ovulación; decían que el espermatozoide débil daba lugar a una mujer y el espermatozoide fuerte daba lugar a un hombre”, prosigue.
“Si se valora más al hombre, lo que le pase a la mujer es poco importante”
Ella, que prefiere no hablar de “culpa”, sino de “irresponsabilidad”, achaca esta invisibilización a “la ignorancia” y la “mala praxis” a lo largo de los siglos. Y, también, al machismo sistémico de la sociedad. “Si se valora más al hombre, entonces lo que le pase a la mujer es poco importante”, resume.
Una de las principales razones que le llevó a escribir este libro fue “deshacer” el mito de que ‘las mujeres son unas locas y unas histéricas y todo está en su cabeza’, un prejuicio tremendamente dañino en la sociedad, pero mucho más pernicioso si procede de un profesional de la salud. “Es verdad que vivir en una sociedad androcéntrica en la que no te valoran, en la que piensan que eres inferior y que no vales, afecta a la salud psíquica de una persona. Pero eso no quiere decir que todas las mujeres tengan un trastorno mental”, apunta.
“La ansiedad y la depresión que conlleva vivir en una sociedad androcéntrica se ha de combatir con una igualdad de oportunidades en todos los campos, no a base de pastillas y psicofármacos”, zanja. Pero, “por desgracia” —admite la experta—, “cuando no hay ciencia de lo que le puede estar ocurriendo a una mujer, es muy fácil darle un sedante o un antidepresivo”.
Las mujeres consumen entre dos y tres veces más psicofármacos que los hombres, y el porcentaje de mujeres en España que toma antidepresivos llega a alcanzar el 24%. Efectivamente, es más fácil y menos costoso dar un ansiolítico que ir al quid del problema, a menudo bastante complejo y arraigado.
“Las mujeres no son más propensas a sufrir estrés y depresión”
“Las mujeres no son más propensas por razones biológicas a sufrir estrés y depresión”, asegura Valls, que cita los estudios de dos investigadores suecos, Marian Frankenhauser y Ulf Lundberg, que demostraron “que lo que estresa más a una mujer no es el trabajo remunerado, sino el no remunerado, el que tiene que hacer desde las 5 de la tarde hasta las 12 de la noche cuando se prepara la clase o la conferencia del día siguiente mientras cuida a los hijos, recoge la casa, pone la lavadora y prepara la cena”, ilustra. “Los hombres, a esas horas, descansan en el sillón. Y eso ocurre en todos los países del mundo”, denuncia. “La mujer no está estresada porque sea más propensa, sino porque tiene que hacer el doble de trabajo”.
Los casos de depresión, en cambio, son distintos. “Se ha visto que la sufren más amas de casa que no tienen perspectivas laborales, que están muy desvalorizadas porque su trabajo no es remunerado, dependen del sueldo del marido y tienen pocas perspectivas vitales”, explica Valls. En resumen, “no es que hayamos nacido dos veces locas o dos veces deprimidas”, sino que “las condiciones de vida y de trabajo favorecen la ansiedad y la depresión”.
Si una de esas mujeres va al médico en esas circunstancias y el facultativo le receta un antidepresivo antes siquiera de hacerle un cuestionario sobre sus condiciones de vida y trabajo, “la mujer no ha de rendirse y pensar: ‘Ah, pues a lo mejor sí que estoy loca’”, aconseja Carme Valls. “La mujer ha de mantener los síntomas que tenga. Si no se encuentra bien, ha de buscar ayuda, naturalmente. Si se encuentra con un chasco y no hay una buena respuesta, ha de buscar otra ayuda para saber qué le está pasando, y luego aceptar que a lo mejor ella también tiene que cambiar sus relaciones personales y profesionales”, añade.
“La mujer tiene que poner límites y no ser la chacha de nadie”
Y aquí entra el tema de los cuidados, y el rol de la mujer como cuidadora omnipotente y omnipresente. “Muchas veces, la mujer cree que ha de cuidar a los demás porque eso es lo que le han dicho. Pero ese no es un mandato divino. A lo mejor lo hace porque lo hacía su madre”, indica Valls. “El papel de cuidadoras es un estereotipo que tira de nuestra mente. Y si queremos lo hacemos, pero se ha de repartir. No podemos estar cuidando siempre sin una remuneración o sin la corresponsabilidad doméstica. Esto es muy importante para liberar la carga de estrés que recae sobre las mujeres”, incide.
“La mujer tiene que poner límites en su vida personal, no ser la chacha de nadie. Será la madre o la hija de alguien, pero no la criada perpetua que no protesta y no dice nada”, prosigue la médica. “Y luego, ante la medicina, tiene que escuchar y buscar alternativas. A veces no son exactamente médicas; por ejemplo, hay mujeres que han aprendido a mejorar su síndrome premenstrual haciendo yoga u otras actividades que las armonicen con su cuerpo”, recomienda la experta. “Hay que ampliar la mirada sobre el propio cuerpo y no castigarlo más”, dice.
De hecho, en lugar de castigarlo, habría que buscar más el deseo del propio cuerpo. “A lo largo de la historia, el deseo sexual de las mujeres ha estado abolido, no ha contado y ha sido manipulado por todos los movimientos. Es ahora cuando empieza a contar, y lo debemos recuperar. Eso nos ayudaría a tener salud y reduciría la ansiedad a la mitad”, sostiene Carme Valls. “Recuperar la sensualidad y recuperar los deseos nos puede aliviar un poco la dureza de la vida y, en parte, la ignorancia médica sobre nuestro cuerpo”, señala.