Por extraño que suene, disfruté cuando me hicieron la cesárea
"Eran las 6 de la mañana y me desperté pensando que me había hecho pis encima..."
Dar a luz nunca me ha dado miedo. De hecho, me hacía ilusión pasar por una nueva experiencia. Sin embargo, fui discreta con mi embarazo y solo se lo dije a mis amigos cercanos y a mi familia. Soy una persona tímida y reservada, pese a que gran parte de mi trabajo lo hago en las redes sociales. El principal motivo por el que no fui pregonando que estaba embarazada fue por una reunión que tuve con una clienta.
Había ido bien y le habían encantado mis ideas, de modo que después de tres horas conociéndonos, le dije que estaba embarazada de tres meses. No volví a saber nada del trabajo. Cuando le mandé un correo para preguntarle, respondió: “Imaginaba que ya tendrías bastante faena con el embarazo”. Fue la primera y última clienta a la que se lo dije.
La tripa fue fácil de disimular en las reuniones porque era invierno. De todos modos, mis matronas me decían que tenía una “tripa estupenda”. Trabajé hasta los nueve meses de embarazo y eso me mantuvo cuerda. Estaba emocionada.
Ocho días después de salir de cuentas, tenía toda la pinta de que me iban a inducir el parto. Pero finalmente no hizo falta. Al principio salieron las aguas a chorro, luego, poco a poco durante horas. Así fue como lo sentí. Eran las 6 de la mañana y me desperté pensando que me había hecho pis encima. Cuando me levanté, el agua me corrió por las piernas. Yo creía que cuando rompiera aguas, habría una explosión y nada más, pero no se pareció en absoluto. Duró horas y horas.
Tenía contracciones suaves y me dijeron que me quedara en casa hasta hasta que sintiera que estaba a punto de dar a luz. Aguanté con una botella de agua caliente en la espalda, donde más me dolía, y seguí trabajando en el ordenador, dándome baños de forma regular y relajándome en el dormitorio. A las 10 de la noche, intenté irme a dormir pronto.
Pero claro, apenas lo conseguí. Utilicé técnicas de hipnoparto que había aprendido para respirar entre contracciones y eso ayudó. A las 6 de la mañana, ya no era capaz de seguir haciéndolo. El dolor era horrible. Fuimos directos al hospital y, por suerte, la sala estaba vacía, de modo que me asignaron mi propia habitación mientras esperaba a que me atendieran.
Cuando la matrona comprobó si había dilatado suficiente, dio la señal de alarma. Mi marido odia los hospitales de por sí y en ese momento se le fue el color de la cara. Se quedó blanco.
No teníamos ni idea de lo que pasaba.
De la nada, aparecieron 20 trabajadores corriendo y me llevaron a urgencias, donde había mucho más ajetreo. Más adelante me enteré de que cuando la matrona me había atendido, había llegado a tocar la cabeza de mi bebé y que el ritmo cardíaco de mi pequeño se había desplomado de repente. Me conectaron a varias máquinas para mantenerme monitorizada y conseguí dilatar hasta 9,5 centímetros naturalmente gracias a mis ejercicios de respiración.
A estas alturas ya habían pasado 48 horas desde que rompí aguas y estaba completamente exhausta. Tanto que empecé a tener alucinaciones con la decoración de la pared que tenía enfrente. Me imaginé que era Lake District y que estaba caminando con mi padre, que hace mucho senderismo. Súmale a eso las contracciones dobles que estaba sufriendo sin pausa entre ellas. Estaba destrozada.
Al final, pedí la epidural. Mi marido no quería que me la pusiera porque quería que fuera un parto natural y mi abuela también me había intentado convencer, pero me sentí genial, como si me hubieran revitalizado. Ya no me dolía nada.
Aun así, las horas pasaban y no conseguía dilatar hasta los 10 centímetros. Vino el médico para hablar conmigo y me dijo que mi bebé no estaba bien posicionado para salir y que por eso, cada vez que empujaba, le presionaba la cabeza y le bajaba el ritmo cardíaco.
Al final nació por cesárea. Estas cosas no se pueden planificar, pero, por extraño que suene, me gustó la experiencia. Fue muy tranquila. Yo estaba calmada y no sentí nada de dolor, solamente emoción por conocer a mi bebé. A mitad de operación, me distraje con una de las trabajadoras: ”¡Yo te conozco!”, le dije. Iba a un curso menos en mi colegio. Fue gracioso.
No recuerdo con claridad el momento en el que me pusieron a Leo en brazos. Estaba tan medicada a estas alturas que todo era una neblina en mi mente. Poco después de que naciera, me entró malestar. Odio tener náuseas, preferiría hacer puenting. Estaba tiritando y me castañeteaban los dientes.
A medida que se fue pasando el efecto de los medicamentos y yo entré en calor, se me fueron las náuseas y pude conocer a mi hijo en condiciones. Nos condujeron a Leo y a mí a una habitación privada donde pudimos estrechar nuestro vínculo. Durmió en una cama junto a mí mientras lo mecía y lo tranquilizaba desde mi cama. Fue un momento maravilloso. Ambos nos quedamos fritos y dormimos toda la noche.
No recibas a visitas nada más dar a luz. Tómate un descanso, dúchate, refréscate y solo entonces recibe visitas. Trata de disfrutar de la experiencia y haz tantas fotos y vídeos como puedas. Ah, y la epidural fue mi salvación.
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Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.