Patriotismo constitucional y respeto institucional
Sobre las circunstancias de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma.
Hará veinte años más o menos que un Magistrado del Tribunal Constitucional me explicaba su frustración diaria por las filtraciones que empezaban a existir de las deliberaciones de las reuniones del Pleno y las Salas del Tribunal y cómo se hacía un uso torticero alterando el sentido de las palabras, o con actitudes que no se correspondían con la realidad. Era una deslealtad interesada.
En aquella época, iniciática, la prensa empezaba a ver que había Magistrados susceptibles al ego de ver cómo se alteraba el respeto a la institución jurídica más relevante del país como consecuencia de su actuación. El Magistrado que actúa de esta forma, me atrevería a decir, padece el complejo del exhibicionista, cuyo gran placer se reduce al acto de exhibición sin atender ni a la molestia que causan ni a los problemas que provocan. Un acto profundamente egoísta. Pero aquello era un problema de mucha menos importancia que ahora, a pesar del escándalo que suponía para algunos, como para el Magistrado al que me refiero, ya que entonces empezaba a generar problemas internos.
La frustración y el enfado era un problema de respeto a uno mismo, a lo que consideraba que debía ser el desempeño en la alta función constitucional, pero, sobre todo, de falta de respeto a la Constitución y a la institución en la que se prestan los servicios. En aquel momento, era un grave problema porque, era un fenómeno novedoso, ya que, durante la etapa anterior, nunca había ocurrido y generaba desconfianza interna.
Hoy la gravedad del problema es mucho mayor y ha aflorado con toda su importancia en una sentencia políticamente crítica, la que resuelve el recurso planteado sobre la proclamación del estado de alarma. Pero no, no voy a hablar de la sentencia.
Hoy nos enteramos de las deliberaciones del pleno sobre el estado de alarma, las discusiones entre los grupos de magistrados. Tenemos un anticipo de la sentencia, a la que han tenido acceso dos medios de comunicación. Un tercer medio de comunicación publica, además, extractos del voto particular que hace uno de los magistrados de la minoría disidente. Esto es incumplir las obligaciones de la Magistratura e incluso podría ser catalogado como delito de revelación de secretos.
O incluso en otro medio nos hemos enterado del currículum del letrado que, aparentemente, ha ayudado al Magistrado ponente a hacer la resolución.
La propia forma de dar publicidad institucional al fallo genera frustración. No es conveniente publicar una mini noticia en la web del fallo de esta sentencia por cuanto, por su mero contenido, habrá mucho que matizar en cuanto se vea el contenido de la resolución. Da pie, en mi opinión, a que desleales con la institución actúen como lo están haciendo.
En aquella época lejana, había una gran frustración porque no se renovaba la composición del Tribunal. Se remitieron cartas institucionales y se realizaron gestiones para acelerar la renovación. Se consideraba que, transcurrido el plazo de nueve años, se encontraban en una situación similar a la de estar en funciones, lo cual cuestionaba la legitimidad de su actuación y reducía su capacidad de actuación.
En la actualidad el Tribunal Constitucional tiene 11 miembros en lugar de 12, tras la dimisión de un miembro el año pasado. No hay posibilidad de cubrir la vacante ni de renovarlo por el bloqueo institucional que está prestando el partido ese que usted, lector, está pensando. Pero hay tres Magistrados más (el Presidente González Rivas, la Vicepresidenta Roca y el Magistrado Andrés Ollero) cuyo mandato está caducado. Hace falta conseguir 210 votos en el Congreso de los Diputados, imposible con el obstruccionismo a que antes hice referencia.
De hecho, como sigan así las cosas, en 2022 se va a juntar la renovación postpuesta con la futura.
No se oye la molestia de los Magistrados en la actualidad.
Desde luego, el constitucionalismo tiene como vertiente básica el respeto a las instituciones. El Tribunal Constitucional está en un momento especialmente crítico por la falta de respeto desde fuera como desde dentro. La articulación jurídica tiene una vertiente política que es clara (algo que en otros países, como EEUU, se tiene muy asumida, pero que en nuestro país no está tan interiorizada, a pesar de que, en la práctica sea así). La dignidad del magistrado es la que diferenciará al brazo de madera del que cumple escrupulosamente con su papel, desde sus posiciones conservadoras o progresistas.
El juego político hace que el resultado electoral repercuta en la sensibilidad de quienes ocupan la magistratura. Pero ese juego político se tenga que conservar, porque es lo que ordena la Constitución, y la renovación sea inevitable.
Defender la Constitución no es ir con una bandera, ni llenar la boca de la palabra constitución ni hablar de partidos constitucionalistas. Eso es pura palabrería. Defender la Constitución es respetar su contenido, incluso el que no gusta o el que puede provocar que institucionalmente se esté en una situación de debilidad. Es el marco constitucional que lo genera y, por ello, hay que defenderlo.
Todo ello ha surgido con la sentencia del estado de alarma. No toca hoy hablar de ella, sino de esta falta de respeto institucional que deriva en falta de patriotismo constitucional.