Pasé un año sin comprar ropa y así me ha cambiado la vida
Mi amor por la moda surgió más o menos a la vez que mis hormonas de adolescente. Cuando no estaba en una tienda de ropa descubriendo las últimas modas, me pasaba los fines de semana devorando las revistas Elle y Vogue y colándome en el dormitorio de mi madre para probarme sus zapatos.
Luego llegaron los finales de los 90, además del estreno de Sexo en Nueva York. Estaba obsesionada. Carrie Bradshaw y su grupo eran mujeres fuertes e independientes que tenían un estilo de vestir envidiable. Para mí y mis amigas veinteañeras, esas mujeres y sus bolsos Baguette de Fendi eran la moda que nos inspiraba.
Queríamos estar a la altura. Por suerte, la solución era sencilla: comprar más. Y más. Y, a medida que estallaba la industria de la moda durante la década siguiente, los grandes vendedores de ropa se encargaron de saciar nuestras ansias con su inagotable producción de prendas bonitas y baratas.
Durante años, fui llenando mi armario y vaciando mi cuenta corriente en tiendas como Zara y H&M, cuyo nombre en los extractos bancarios me servían como recordatorio permanente de mi adicción a la “ropa rápida” mucho tiempo después de haberla comprado, llevado y tirado a la basura.
Todo cambió en 2014, cuando cumplí los 30. ¿Merecía la pena conservar todo aquello de lo que me había rodeado? ¿Qué decía sobre mí esa montaña de ropa de poliéster de usar y tirar, teniendo en cuenta que considero que la moda es una forma de expresión personal? ¿Y qué había estado haciendo con mi tiempo para acabar con tanta ropa? Me di cuenta de que no podía seguir así.
Al principio me propuse cambiar lo que consumía y cómo lo consumía. Empecé a informarme sobre la procedencia de los productos y de qué materiales estaban hechos. Sin embargo, tras ver el documental de 2015 The True Cost, que trata sobre el daño terrible que le provoca la industria textil al medio ambiente y a las personas que fabrican las prendas que llevamos, supe que tenía que hacer algo más. Decidí no comprar nada de ropa durante un año.
Durante las primeras semanas, me sentí increíblemente empoderada: ya no era presa del consumismo. La industria de la ropa rápida que había amado y había terminado por detestar ya no controlaba mis gastos.
Luego empecé a encontrarme algunos obstáculos. Sabía desde antes de empezar que iba a ser una batalla cuesta arriba, pero no había previsto qué desafíos implicaría en la práctica. Por ejemplo, la vez que fui a la inauguración de un establecimiento de la cadena de ropa Barney’s y me sentí completamente fuera de lugar. También están los días en los que me sentía tan harta de la ropa de mi armario que prefería quedarme en casa. Pero el mayor obstáculo era recordar ese adictivo hormigueo que sentía al salir de las tiendas de ropa, bolsas en mano, con la promesa de una mejor versión de mí misma.
No obstante, con el tiempo las cosas empezaron a cambiar. Cuando tenía un mal día, ya no convertía las compras en mi terapia. Cuando me aburría, ya no salía a pasear sin rumbo para comprar la ropa que estuviera expuesta en los escaparates. Puede que suene superficial, pero cuanto más pensaba en las consecuencias que tenía mi adicción a la moda, tanto en el medio ambiente como en las personas que fabrican la ropa, más me replanteaba otras facetas de mi vida. Para mí, eso implicó redistribuir mis energías; empecé a hacer ejercicio y a trabajar de voluntaria en comedores sociales y en un colegio local de primaria. Estas experiencias me aportaron una nueva perspectiva y me acabé dando cuenta de que había otras vías para ser feliz.
Al final de mi año sin comprar ropa, había reajustado mi relación con la moda y había cortado con el consumismo desmesurado. No lo he echado de menos. A día de hoy sigo comprando ropa, sobre todo de segunda mano, aunque también compro marcas de comercio justo como Aday y Ocelot Market. Mis días de comprar en tiendas como Zara han terminado.
Esta filosofía se ha extendido a otras facetas de mi vida. Aunque sigo comprando sábanas, toallas y ropa interior de comercio justo, todo lo demás (muebles, electrodomésticos e incluso regalos) lo compro en tiendas de segunda mano y páginas como Craigslist. En esencia, ya sea una prenda o una lámpara, ya no compro por el simple placer de hacerlo.
Tania Arrayales es la fundadora del instablog Sustainably Stylish, que trata temas como la moda y la vida desde un punto de vista sostenible. También es la cofundadora de Fashion of Tomorrow, una organización que lucha por una industria de la moda sostenible y libre de explotación.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.