Papeletas, papeles y papelones
La mayoría de nuestra clase política desconoce la diferencia entre lo esencial, lo importante y lo urgente. Lo urgente ahora es que todos vayamos a votar.
La culpa de todo este galimatías del vergonzoso y triste espectáculo que nos estamos tragando por una elecciones innecesarias, la tiene Jordi Évole. ¡Cómo se le pudo ocurrir rescatar a José María Aznar de las catatumbas, desde donde apenas le oíamos y éramos taaan felices!
Al abrir la caja de Pandoro —rayos y truenos— el genio megalómano se desmelenó para recrearse con el sonido de su propia voz y más a sabiendas de que contaba una nutrida audiencia. Como siempre, con ese goce que le da a José Mari repetir palabras una y otra vez, exhibiendo su arrogante sonrisa ladeada, dejó muy claro que sus sucesores básicamente son unos inútiles. Vino a decir que, como los okupas que destruyen los pisos donde se han instalado antes de abandonarlos, estos ilusos jovenzuelos sin chicha ni limonada, hicieron trizas el PP, la derecha unida y, ya que estamos, la sede de Génova, que él había consolidado, fortificado y lanzado al estrellato mundial.
Ante tales afirmaciones podemos imaginar algunas reacciones. Pablo Casado, mirándose al espejo convencido, se habrá dicho en plan mantra: “No se refiere a mí”, mientras comenzaba a temblar como mi perro cuando le echo la bronca por haber destrozado un cojín. El problema de este líder —llamémosle así para darle ánimos— es que recuerda a la gelatina, se bambolea cuando se le agita: más a la derecha, venga al centro o incluso un pelín a la izquierda, pero no se mueve de su sitio aunque el postre vaya cayendo.
En su futuro cercano, se intuye un sutil declive que evoca al de Hernández Mancha, el siglo pasado, antes de extinguirse en el panorama político. La cucharada final la dará Isabel Díaz Ayuso, reparando el desagravio que sufrió la pobre Cayetana Álvarez de Toledo, al presidente del PP se le da de maravilla fichar dominatrix.
Prosiguiendo con las anafilaxia que pudo provocar la entrevista de Aznar, Inés Arrimadas, negando con la cabeza, soltaría unos cuantos “uy, uy y uy, la que se nos viene encima”, para después lanzarse de inmediato a montar las trincheras.
En cuanto a Vox les debió dar igual, ellos, en aquella época gloriosa del PP no habían nacido. Ahora existen y seguirán existiendo. Lo suyo es ser comparsa de Carnaval, les encanta hacer mucho ruido, mientras más ensordecedor mejor, así a ninguno se le pasa por la cabeza pensar. Lo suyo es molestar y ahora se lo están pasando pipa vomitando hacia la izquierda y contemplando el desplume sanguinolento de los polluelos de la derecha.
Está claro, como en Los Inmortales, solo puede quedar uno... O quizá una, esa señora que es un mix singular entre Cleopatra, Margaret Thatcher y Betty Boop. Un ser que nos ha enseñado de modo ejemplar el significado de la palabra “caradura”, en su definición de desvergüenza, como por mantener un rostro de piedra tanto si llueve, como si hay un incendio o se le derrumba la casa. Hablo de Isabel Díaz Ayuso, esa mujer que ha decidido derrochar mis impuestos para reafirmar su ego.
Ella sí, gracias al programa de Évole, tuvo una revelación: escuchó y acudió a la llamada del gran Aznarín, cual Renfield, el siervo de Drácula, al mandato de su amo, convocándola para acabar con el revoloteo de tanta mosca insignificante.
Pero hay más actores en este lamentable sainete. Edmundo Bal, ese personaje descorazonado, como salido de un cuadro de El Greco que se pregunta una y otra vez: ”¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?”. Pero en el fondo está tranquilo, si todo sale como está previsto, retomará feliz su profesión como abogado del Estado, olvidará el Congreso e intentará no contarle a sus nietos nada sobre cómo un partido agonizante tras hacerse el harakiri le envió a la hoguera cual Juana de Arco antes de extinguirse definitivamente. Lo que llama la atención es que se presente a unas elecciones sin ánimos de ganar, cuando ya no tiene nada que perder, y decida regalar su enclenque dignidad para pactar con su verduga.
Le toca a Unidas Podemos. Pablo Iglesias, el no humilde, ya no sabe qué hacer para recuperar el cariño que otrora le profesaban los suyos antes de ser un apóstata y compartir lecho y orgías con la Casta. Y así acabó: adicto a todas las bajas pasiones del poder contra las que despotricaba en aquel glorioso 15-M. Si Santiago Carrillo o Julio Anguita levantaran la cabeza... El chaval se ha quedado con un discurso bolchevique algo anacrónico para esta época.
Entre pataletas y lloros para reclamar sus imposiciones, este Peter Pan que se piensa imprescindible, no sabe diferenciar entre gobernar o manifestarse en plan universitario ante el Gobierno del que forma(rá) parte. Con lo que le gusta salir en la tele y sobreactuar, ya sería hora de que dejara el testigo a otro miembro de su formación —muchos le superan ideológicamente— y se entregara de lleno a la famosología apuntándose a una apestosa tertulia televisiva. Más tarde o más temprano, su personaje mediático se agotará (ya se está agotando) y el hombre gris con delirios de grandeza que le empuja por detrás quedará en evidencia.
Ángel Gabilondo me encanta: es culto, inteligente, educado y tiene buenas ideas, pero presentarse como cabeza del PSOE no es una buena idea. Yo cambiaría de Gabilondo, total todo queda en familia. Haría un enroque de Ángel el silencioso, por Iñaki el locuaz. El candidato actual ya está de vuelta, a dos pasos de su jubilación y por su experiencia no cuenta con el armamento de videojuegos necesario para lidiar con tanta pedantería inconsistente como la que hay en la guardería del Gobierno de Madrid. Ya se sabe: el que se acuesta con niños amanece mojado.
La señora Monasterio, esa inmigrante cubana a la que no le gustan los inmigrantes, es un claro ejemplo de la veracidad del repelente latiguillo facha: “Calladita estás más guapa”. No dice nada, porque no tiene nada que decir, pero habla sin parar cual la niña de El Exorcista escupiendo una barbaridad tras otra. La candidata de Vox me da vergüenza ajena como ser humano, como política y especialmente como mujer. Eso sí, es modélica a la hora de representar a los dirigentes más vulgares, mediocres y menos capacitados que hemos visto desde que estrenamos democracia.
Y para despedir esta disección de papeletas, papeles y papelones, nos queda Mónica García de Más Madrid. A mí me da que esta señora, con muy buenas maneras e intenciones, sólidos argumentos, cercanía y el talento de saber explicarse, podría dar un nuevo Carmenazo. Inspira confianza. Piensa. Se la ve persona como tu vecina, el farmacéutico o tu médica de cabecera, dispuesta a escucharte y colaborar en lo que haga falta. Pero reconozco que en el cierre del único debate que ha habido entre los candidatos, me chirrió su mensaje final dirigido, en primer lugar, a sus hijos. No me lo creí. Me pareció inducido, seguramente por sus asesores, forzado y lo peor de todo es que me recordó a la célebre Niña de Rajoy.
En definitiva, lo que no soporto de la derecha es que ellos quieran imponer sus ideas prohibiendo las de los demás. Y lo que no aguanto de la izquierda, es que quieran imponer sus ideas, seguros de que ellos son los buenos de la peli y por eso tienen razón. ¿Sabrán lo que es el consenso? La mayoría de nuestra clase política desconoce la diferencia entre lo esencial, lo importante y lo urgente. Lo urgente ahora es que todos vayamos a votar.