Panem et circenses
"Los payasos ríen al ver los datos de audiencia mientras su público rumia pan mohoso".
[…] desde hace tiempo, exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo; ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y circo (Juvenal, Sátiras X, 77–81)
Ploc… ploc… ploc...
Una gota de agua cae fría de manera constante cada cinco segundos, blanda y húmeda al caer, dura y seca al aterrizar sobre la frente del reo que, atado e inmovilizado bocarriba, mantiene los ojos bien abiertos y mira petrificado, como si fuera un bloque de granito, eso que le terminará enajenando. Tras unas horas de incesante goteo, la piel comenzará a reblandecerse y a mostrar las primeras lesiones, similares a las que sufren las yemas de los dedos tras un baño caliente, dolorosas como quemaduras de cigarrillos. A las diez horas aproximadamente, los párpados intentarán cerrarse fruto del cansancio, pero es imposible conciliar el sueño en esas condiciones. El reo tendrá sed, pero no alcanzará a beber el agua que le dio la vida y que ahora se la quitará. Se frustra. La gota prosigue con su erosión hasta que, por fin, perfora el hueso frontal del cráneo y penetra en lo más hondo de la conciencia. Finalmente, tras varios días de dolor, impotencia, delirios, sufrimiento y locura, llega la muerte por fallo cardiaco.
De la misma manera, el ávido consumidor de telebasura, reo de la televisión, recibe de manera ininterrumpida, tumbado y también inmovilizado en decúbito supino en su sofá, información que ni le compete ni le aporta absolutamente nada. Tan solo chismorreos improductivos, nada que ver con los chismes y cotilleos que nacieron con una causa y que han ayudado a conformar la historia desde hace, vaya usted a saber, 70 millones de años, 27 millones de años o 70.000 años, allá cuando nuestros antepasados adquirieron unas posibilidades lingüísticas que les permitieron intercambiar información, no sólo sobre su entorno sino sobre los demás, detectando y descartando así a aquellos semejantes menos fiables y poder formar grupos cada vez más amplios en los que la obtención de información era lo que decidía en muchas ocasiones estar vivo o muerto, y en los que la colaboración era clave. Y sin duda, más estrecha. Nada que ver tampoco con aquellas habladurías y rumores que hicieron de Roma lo que fue a base de traiciones, conspiraciones y secretos. Chismorreos productivos.
El goteo tóxico es constante; la erosión, intelectual; y la muerte, de los valores.
Desde luego, cada persona puede tirar su tiempo a la basura de la manera que más le plazca. Y su salud también porque, no me cabe duda, este tipo de contenidos son perniciosos para la salud individual. Además del sedentarismo físico inherente a esta adicción, el adicto se somete a una inacción mental voluntaria que mantiene su actividad eléctrica a un nivel basal salpicado de vez en cuando por picos de excitación coincidentes con, qué sé yo, tensiones o visitas a Instagram para subir un story y dejar claro que vas con la Pantoja, con el otro o con la madre que los parió, o que ya le vale a no sé quién por estar follándose a no sé quién o a no sé qué. Estupideces que tan solo benefician a los protagonistas bufos y, posiblemente, a médicos expertos en trastornos del sueño que tratan de rentabilizar las consecuencias que tiene para el adicto el acostarse cada noche a las tantas de la madrugada tras haber recibido y asimilado su sistema nervioso infinitas ondas, colores, muecas, griterío, publicidad y morralla. Aunque ya se sabe que en casa del herrero cuchillo de palo, y anda que no habrá médicos expertos en trastornos del sueño que lleguen a la consulta al día siguiente con el sueño trastornado por haberse quedado hasta las mil, escuchando córvidos graznar.
Independientemente del daño individual que todo enganche conlleva, es peor el daño colectivo que estos contenidos causan. A diario vemos en las calles, en las carreteras, en los portales, en las familias, entre amigos, en los trabajos y en la vida misma, comportamientos estúpidos, insolidarios, egoístas, vulgares, groseros y carentes de empatía. Luego enciendes la televisión y, et voilà, los contenidos más vistos encajan como dos piezas de un mecano en la descripción anterior.
La duda es si este entretenimiento ponzoñoso, que no es más que un tipo de condicionamiento destinado y, seguramente, premeditado para que los seres humanos descendamos un peldaño en nuestra ética o virtud, se creó porque el público ya era así y los medios dan lo que les piden o si, por el contrario, nos hemos convertido en lo que desafortunadamente somos a fuerza de ver y consumir ponzoña. Es decir, ¿estos contenidos están creados para idiotas o para crear idiotas? Quizás ambas opciones. Lo que es indudable es que estos espectáculos dantescos que espantarían al mismísimo Dante Alighieri, transmiten y normalizan unos valores de escaso valor pero, en los cuales, mucha gente se ve tan identificada que los llegan a considerar normales y hasta los reflejan en sus vidas y en sus actos cotidianos para con los demás. Mal estamos; así, mal seguiremos.
Existe un estudio realizado por la London School of Economics, que siempre suena bien, que dice que consumir este tipo de programas hace peores a las personas que los ven, en el sentido de que aumentan sus sentimientos materialistas y egoístas y disminuyen la empatía y la solidaridad, incluso con una breve exposición a ellos. El estudio se centró en programas y realities que promueven el glamour, la fama, el lujo y la riqueza. La banalidad, al fin y al cabo. Es por ello por lo que no me queda claro que este estudio se pueda aplicar a nuestros productos televisivos de cotilleos patrios, donde el glamour brilla por su ausencia y, la caspa, aunque mantenga el brillo de la gomina seca, es caspa; no glamour.
Personalmente, si bien no considero que estos programas hagan peores a las personas que los consumen, en ningún caso las instruye o las hace mejores.
Las tertulias ahora son mercadillos, los debates bares y a los cotilleos deberían retirarles el sustantivo “corazón” y usar otro simil anatómico, por ejemplo, “recto”, pues es ahí donde se recogen los materiales de desecho y se forman las heces.
La televisión es una despensa llena de alimentos de toda índole, unos buenos, otros malos, otros insípidos. Y nadie, o casi nadie, opta por comer comida basura a diario a sabiendas de que es perjudicial para su salud física. Es difícil comprender, sin embargo, cómo tanta gente descuida su salud social y opta por comer telebasura a diario. “Porque me entretiene”, repiten siempre como justificándose. Ya, pero hay entretenimientos planos, sin más, y los hay tóxicos, como este.
En el fondo, somos lo que comemos. Somos lo que consumimos. Ergo.
En este circo, los payasos ríen al ver los datos de audiencia mientras su público rumia pan mohoso.
Que aproveche.