Pandemónium

Pandemónium

No hay evidencias de que estemos dando la talla como especie, como sociedad, como planeta.

Inmigrantes llegados a las costas de Motril durante la pandemia. Carlos Gil Andreu via Getty Images

El mundo es ahora un “lugar con mucho ruido y confusión”. Literalmente, un pandemonio, según la RAE. La confusión que provocan el sufrimiento, la pérdida y la incertidumbre. El ruido que generan los medios masivos, grupales y personales, que nos saturan de alertas y mensajes a favor y en contra de todo lo imaginable. ¿Cómo encontrar sosiego entre esta congregación de espíritus alterados a la que se ha convocado a todos los demonios? ¿Cómo manejarnos en la crisis y el desconcierto? ¿Haciendo más ruido? 

Algunos aplaudimos agradecidos, elevando a los sanitarios a la categoría de héroes del momento, algo que muchos de ellos rechazan porque entienden la hipérbole del aplauso más largo del mundo como un desahogo ajeno al reconocimiento sostenido de su dignidad profesional y sus derechos laborales o como una impostura que se contradice con la conducta de los ciudadanos durante el resto del día. Otros simplemente golpean insidiosos sus cacharros de cocina, sumando malestar y sin proponer nada ni construir nada. 

Cuando algo nos pone en riesgo a todos por igual cabría pensar que es el momento de tomar decisiones conjuntas, aunar voluntades y sumar esfuerzos. No solo a nivel nacional, sino continental y global. Pero parece que estamos perdiendo la oportunidad de demostrarnos que podríamos ser mejores de lo que habíamos demostrado. Nos ratificamos como decepcionantes. No hay evidencias de que estemos dando la talla como especie, como sociedad, como planeta. La pandemia no nos convoca para evitar el pandemónium, sino que incluso lo exacerba.

Entre unos se propaga el sálvese quien pueda, pero sabemos que otros están dando lo mejor de sí mismos.

Con toda la generación de personas mayores amenazada -sin que eso exima de riesgo a los que son algo o incluso mucho más jóvenes-, hemos descubierto, avergonzados, el mal trato que reciben y el mal lugar que ocupan muchos de ellos como individuos y todos como colectivo. Se ha puesto en evidencia que no hemos sabido darles el espacio ni el reconocimiento que merecen. Aunque ya sospechábamos que no estábamos siendo justos con ellos, esta epidemia ha subrayado la mala relación que tenemos como sociedad con el paso del tiempo y la vejez, y cómo eso se traduce en el olvido y el descuido de toda una generación. Ese mismo lugar y ese mismo trato será el que ocuparemos y recibiremos los demás cuando lleguemos a su edad, si no aprendemos algo, aunque sea por puro egoísmo proyectado al futuro.

Nos encontramos rondando la decepción de la oportunidad perdida, pero sin querer desterrar aún la posibilidad de utopía. Nos preguntamos si seremos capaces de hacer algo con lo que nos permite ver esta situación excepcional para todos. Nos hemos emocionado al ver cómo la hierba crecía entre los adoquines, como bajaban los niveles de contaminación y como algunos animales salvajes se asomaban a los entornos urbanos. Nos hemos percibido como alimañas nocivas para nuestras propias vidas, pero a la vez estamos deseando volver a hacer todo lo que hacíamos. ¿Incorporaremos alguna enseñanza de lo que estamos viendo durante este periodo? ¿O lo olvidaremos todo cuando tomemos la segunda cerveza con los amigos?

Con la crisis económica ya instalada y proyectando su sombra alargada sobre nuestro horizonte inmediato y con la amenaza sanitaria aún en fase creciente para el conjunto del planeta, no resulta fácil pensar que de todo esto pueda salir algo bueno. Entre unos se propaga el sálvese quien pueda, pero sabemos que otros están dando lo mejor de sí mismos. No se trata de hurgar en nuestras carencias y purgar nuestros pecados. Se trata de preguntarnos si somos capaces de hacer algo para estar mejor, para ser mejores. Nosotros y los otros. Con menos ruido y menos confusión. Para no sentir que la existencia se reduce a la frase de Macbeth, al ruido y la furia de la vida como una sombra, como una historia contada por un necio, que no significa nada.