Otro apocalipsis, y van…
Cada vez que España conquista nuevos derechos y libertades el ala conservadora de este país entra en ignición y predice el fin del mundo.
La derecha sigue anclada en el Pleistoceno. Cada vez que España conquista nuevos derechos y libertades el ala conservadora de este país entra en ignición y predice el fin del mundo. Hemos asistido esta semana a otro ejercicio de sobreactuación y pronósticos apocalípticos a cuenta de la aprobación de la Ley de Eutanasia por parte de una amplísima mayoría del Congreso de los Diputados. La extrema derecha de Vox y la derecha descentrada del PP (tomo prestado este término sagazmente acuñado por mi compañero José Aurelio Aguilar ‘Josele’) han puesto el grito en el cielo y nos han obsequiado con lo mejor de su repertorio medieval, trasnochado y rancio: “barbarie”, “tragedia”, “la industria de la muerte”, “ley frívola que traerá consecuencias aterradoras”, “traición despiadada, inhumana e ilegítima”, “fracaso de nuestro sistema sanitario y de nuestra sociedad”... El elenco de manifestaciones tremebundas sería inacabable.
Mucho ruido y artificiosa gesticulación para tapar que estos dos partidos se han quedado solos contra el derecho de una persona a tener una muerte digna. Una ley que nos equipara con las democracias más avanzadas, que supone una conquista ética para evitar el sufrimiento insoportable de enfermos terminales. Como el divorcio o el aborto, la eutanasia no es una obligación, es una decisión libre de la persona. Además, ha de estar autorizada por comités médicos cuando la enfermedad alcanza un estadio incompatible con la dignidad del ser humano. Poder contar con este instrumento legal, significa un paso decisivo y reconfortante en memoria de todos los que sufrieron y de sus familiares. ¡Y qué lejos se sitúan estos dos partidos del dolor de muchos conciudadanos y sus familias! A falta de pasar por el Senado, esta ley nos hace mejores, más libres y más solidarios con el dolor ajeno.
Pese a todo, el escenario se repite. Lo mismo que hemos vivido en estos últimos días con la regulación de la eutanasia ya aconteció cuando se legisló en España sobre el divorcio, el aborto o el matrimonio entre personas del mismo género. Distintos momentos históricos, idénticas respuestas. El inmovilismo de la derecha es proverbial y anacrónico. Cuando en junio de 1981 en España se aprobaba el divorcio, Manuel Fraga sostenía que no eran momentos de leyes como ésta y los primeros que se beneficiaron de la norma fueron gentes de derecha (las consecuencias de un divorcio no están al alcance de cualquier bolsillo).
Otro tanto aconteció con la promulgación de la primera ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, la conocida como ‘Ley de plazos’, en 1985. Un primer paso para garantizar la libre elección de la madre que fue furibundamente atacado desde altavoces conservadores, que, hipócritamente, hacían la vista gorda ante las familias bien que podían permitirse el desplazamiento a Londres para abortar. Años después, ya con el Gobierno de Rodríguez Zapatero y Bibiana Aído como ministra de Igualdad, vio la luz una nueva ley que regulaba el aborto libre en las primeras catorce semanas y la derecha, además de la catarata de moralina y mensajes furibundos contra la medida, llevó este texto ante el Tribunal Constitucional. También judicializó el PP el matrimonio entre personas del mismo sexo y, acompañado por la cúpula de la Iglesia católica, organizó una campaña de concentraciones blandiendo el arcaico precepto religioso de que el matrimonio es “uno, para toda la vida y entre un hombre y una mujer”. Con el correr del tiempo, hasta destacados dirigentes populares han hecho uso de este derecho.
En su acción política, la derecha pretende seguir imponiendo su moral a los demás y se revuelve de forma contumaz contra estos avances que mejoran nuestras vidas y profundizan en nuestras libertades. “Los que se oponen a estas leyes”, escribía José Asenjo en su columna semanal en Málaga Hoy, “sí intentan, como ha ocurrido en el pasado, imponer las creencias y supersticiones de su tribu moral al conjunto de la sociedad”. No entienden, como acertadamente sostiene Marguerite Yourcenar, que la moral es una convención privada y que, por consiguiente, no puede ni condicionar ni interferir en la esfera de lo público.
La derecha española no se moderniza a la vez que la sociedad a la que quiere representar. Suele ir a remolque de las transformaciones sociales. Tantos años de nacionalcatolicismo y prejuicios lastran su evolución. Si por el búnker conservador fuera, aún estaríamos en un modelo político marcado por el binomio Iglesia-Estado. Desde esta perspectiva atávica, continúa muy lejos de alcanzar los estándares democráticos de sus homólogos europeos. Y lo que es más sintomático y preocupante: no manifiesta interés alguno en cambiar. Así le va.