Oso disecado con botón nuclear
Ni ha funcionado la táctica, ni se ha acertado con la estrategia. Todo ha sido una enorme chapuza.
Cuenta atrás para los 100 días de guerra. Uno de los ejércitos más poderosos y
temidos del mundo mundial entró en Ucrania creyendo que iba a ser un paseo
triunfal, cosa de tres o cuatro días, con la población ‘liberada’ encantada del olor a pólvora y de recibir a los tanques rusos. Vladimir Putin había ordenado
preventivamente el cerrojazo informativo con una dura ley que reprimía las
”noticias falsas”, equivaliendo la falsedad no a la mentira sino a la verdad
descarnada de los hechos.
Esta falsificación de la realidad, esta ‘verdad alternativa’ de la que el trumpismo
fue pionero, sustituía el término guerra, que era el apropiado, por el eufemismo de ‘operación militar especial’ de ‘desnazificación’ donde nazis equivalía a patriotas contrarios a la rusificación forzosa y que preferían el estilo de vida y libertades de la Unión Europea. De fracaso en fracaso, continúa el ridículo de los primeros días que como en el cuento de ‘el rey desnudo’ ha desnudado al exespía del KGB encumbrado en presidente de la Federación Rusa, con ínfulas de zar o al menos de un híbrido entre Stalin y el politburó de los años ortodoxos.
Ni ha funcionado la táctica, ni se ha acertado con la estrategia. Todo ha sido una
enorme chapuza. Una superpotencia, como Estados Unidos o China, tiene que
descansar básicamente en dos pilares: una economía pujante, con un peso clave de la investigación, la innovación y la industria tecnológica puntera, y un poder militar acorde con los tiempos modernos. Rusia falla en estos dos requisitos, como se ha venido demostrando en el devenir de la ‘guerra de Ucrania’.
Además, el Kremlin no ha tenido en cuenta ese ‘plan B’ que todos en todo momento importante tenemos que tener preparado para hacer frente a las contingencias. Hay algún dato sobre las verdades ocultas, como el rapapolvo que Putin le echó en público al jefe de sus espías… que fue muy tibio en su apoyo a la aventura. La ‘energía’ y la ‘fe ciega en el triunfo’ del mandatario fue televisada en directo. Pasados estos días aciagos parece evidente que quien tenía razones para la prudencia era el director del FSB, heredero del KGB. Es obvio que a él los ditirambos políticos no le distraían de la solvencia de sus informes.
La falta de visión de las consecuencias de la iniciativa, y de la teoría del caos que se activaba en nombre de la grandeza de la ‘madre patria’ y otras monsergas nacionalistas y nostalgias del pasado imperial, tanto zarista como soviético, desaparecido con la implosión de la URSS, ha tenido consecuencias desastrosas para la imagen y la política exterior del putinato. Y para su propia seguridad.
Es como si una mosca cojonera subida en los cuernitos de una enorme jirafa se
creyera ella misma un gigante. El rey del mambo. Pero, como dice un refrán
canario, quien nace lechón muere cochino.
Putin ha conseguido debilitar lo que pretendía fortalecer. Técnicamente, en
definición apropiada al momento lleno de incertidumbres en que vive, los tiros le están saliendo por la culata: sus mejores barcos, aviones, tanques… están siendo neutralizados.
Por otra parte está el cambio de circunstancias. Mientras Moscú se debilita, la
OTAN se fortalece. Países de acrisolada neutralidad, como Suecia y Finlandia,
asustados ante el expansionismo ruso, no olvidan las lecciones del pasado. Así que tras la invasión de Ucrania y esa cruel ‘tierra quemada’… han dado un vuelco a su condición y, como antes que ellos los países que tenían su soberanía limitada por ese ‘campo de concentración’ que era en la práctica el Pacto de Varsovia, han decido pedir el ingreso en la OTAN por la vía de urgencia en aplicación del conocido aforismo: cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar.
Las amenazas son preexistentes: hace años que son habituales los ejercicios
aéreos, navales y terrestres rusos de amedrentamiento en el Báltico. Unidades de la OTAN, entre ellas españolas, forman parte del operativo de disuasión de la
Alianza destinado a dar protección a las tres repúblicas bálticas: Estonia, Letonia y Lituania.
Para la Alianza Atlántica esta doble decisión nórdica es una inyección de moral
extraordinaria. Su simbolismo equivale, por el momento elegido, al ingreso de
España en la Organización, y mediante referéndum además, en otra circunstancia ‘arco de bóveda’: en los estertores de la crisis de los euromisiles desatada por la ruptura del ‘statu quo’ por parte de la Unión Soviética, que rompió equilibro con la instalación de los SS-20 y activó a través de sus infiltrados en el movimiento pacifista manifestaciones y protestas multitudinarias… la decisión de Felipe González fue decisiva. Ahora, finlandeses y suecos reconocen, implícitamente, que la OTAN sigue teniendo sentido.
Cierto es que hay un estado miembro, Turquía, que ha manifestado objeciones
para la ampliación, pero es una evolución natural del gobierno-régimen de
Erdogan, que ya ha tenido visibles acercamientos al putinato. Puede establecerse un principio político sobre esta cuestión: todos los autócratas son de la misma especie, y se reconocen, se huelen, se aparean ideológicamente, suponiendo que pueda llamarse ideología a la querencia o instinto. Trump, Bolsonaro, Orbán… La extrema derecha muestra sus afinidades grupales. También hay populismos de izquierda que parecen extrapolar su lealtad al dueño y señor de la Plaza Roja sin más consideraciones.
Esto pasa en el núcleo duro de Podemos, que muy en sintonía con el pasado
soviético no apoya abiertamente a Ucrania ni a la ayuda para su defensa sino que ladinamente propone la alternativa de la paz en su vertiente bucólica, pastoril, arcangélica y de agua bendita. Sin embargo hay disidentes con sentido común: las juventudes de la Unificación Comunista de España han salido a la calle con su semanario ‘De verdad’ y su revista ‘chispas’ para proclamar un rotundo ‘No a la guerra imperialista de Putin. Fuera tropas rusas de Ucrania’.
Ante las declaraciones de la ministra alemana de Exteriores, la líder verde
Annalena Barbock, que acusaba a Putin de desatar el caos y de provocar el
desabastecimiento y la carestía en Rusia, la portavoz del Kremlin María Zajarova la llamó “idiota o mentirosa”, porque, aseguraba, las sanciones y el bloqueo son la causa de ese padecimiento. Pero como dice un enrevesado aforismo jurídico ‘la causa de la causa del mal causado’ fue cuando Putin decidió irse a la guerra y tomar Ucrania, si fuera preciso borrándola del mapa… Ignorar este tic expansionista y ¿neonazi? y no responder proporcionadamente sería un suicidio a plazo fijo para las democracias occidentales. Tanto los suecos como los fineses han descubierto que la única lección aprendida a lo largo de su historia es que no se pueden fiar de Rusia, sea zarista, bolchevique o un conglomerado oligárquico mesiánico bendecido por popes serviles.
El problema que no se acaba de entender por algunos, por Putin y su corte de
oligarcas en primer lugar, es que los ucranios están dispuestos a morir por su
patria, pero no pierden de vista la importancia que tiene para rechazar la agresión que muchos más invasores mueran por la suya. De momento los resistentes han demostrado que ni Putin con todo su decorado imperial es un buen estratega, ni sus ejércitos son eficaces en el campo de batalla ni su tecnología está a la altura de las circunstancias. Lo único es que dispone de miles de megatones y del botón nuclear. El norcoreano Kim Jong-un, aunque con menos megatones, hace valer los que tiene. Como Israel que tiene la suya, o como el Irán de los ayatolás que la puede tener. Ya lo dijo el general-presidente de Francia Charles De Gaulle: “Ningún país sin una bomba atómica puede considerarse propiamente independiente”.
Eso precisamente es lo que dio sentido ‘práctico’ a la Organización del Tratado del Atlántico Norte: la amplia cobertura nuclear de Estados Unidos, que complementa al más reducido arsenal de Francia y Reino Unido.
¿Cómo no iba a espiar el CNI las conexiones rusas con el separatismo catalán? No hace falta ser el doctor Jack Ryan, famoso analista de la CIA en las novelas best seller de Tom Clancy, para tener claro el peligro que supondría la presencia en la península, en el seno de la UE y la OTAN, a los famosos ‘hombrecillos verdes’ movidos por Moscú. El servicio secreto español no cuenta con Jack Ryan pero sí con algunos juanes sean Rodríguez, Pérez, Sánchez o como se llamen que tienen claras las reglas de tres.