Orquesta de Malabares o música, circo, risa y cultura en la plaza
"Habrá que estar atentos..."
En esa evolución que está sufriendo el circo la propuesta Orquesta de Malabares de la compañía gallega Pistacatro Productora de Soños puede ser una de las más curiosas. Se trata de unos malabaristas, de los que tiran varias pelotas y mazas al viento sin que se les caigan, que han convertido el acompañamiento musical habitual en parte importante de su espectáculo. Una música popular, por suficientemente conocida y fácilmente reconocida por el público, que combinan con humor. Todo para provocar una sensación de pitorreo y cachondeo, muy en serio, que no cesa durante todo el espectáculo y que algunos madrileños han tenido la oportunidad de descubrir gracias a los Veranos de la Villa. Esa programación del Ayuntamiento de Madrid (saliente) que, del 28 de junio al 1 de septiembre, trata de llevar espectáculos de calidad a los muchos espacios públicos que hay en los barrios de la capital. Ir más allá del centro de la ciudad. Llenarlos de fiesta y de cultura, pues una cosa no está reñida con la otra. Reunir a los vecinos y a las familias entorno a un escenario ya sea para ver teatro, danza o circo o escuchar música.
Pues bien, en ese traer y llevar por los barrios de los Veranos de la Villa, el fin de semana pasado, desembarcó por primera vez en Madrid, y de la mano del Circo Price, el espectáculo llamado Orquesta de Malabares. Obra en la que unos malabaristas ajustan el ritmo de sus juegos a la música que toca una orquesta en directo. Orquesta que no viaja con los malabaristas pues estos recurren a las orquestas o bandas locales para montar el show. Lo que exige de los músicos el que se presten al espíritu del juego y, al menos en actitud, se apayasen incluso se malabaricen. Algo a lo que, el día que actuaron en Madrid, se sometieron con pleno gusto tanto los intérpretes y el director de la Banda Sinfónica de Madrid. Solo había que ver sus caras cuando, por ejemplo, se pusieron unas pelucas de colores o, cuando algunos de ellos, salieron a hacer equilibrios con sus instrumentos. Números que por ser gags humorísticos hechos sin palabras, basados en el gesto y en el movimiento, tienen cierto espíritu a las comedias de Yllana.
El caso es que la gente, con bocata traído de casa en una mano y en la otra un refresco, excepto si eran millennials que en la mano tenía un móvil, lo pasa bien. Espectadores de todas las edades que entre risas, mordiscos y sorbos de la bebida sacará más de una foto de ese momento que le gustará recordar o que subirá a la Red para decir “aquí estoy yo”, “ahí queda eso” y “este es mi barrio”. Gente que se ríe durante el espectáculo, que ha tocado las palmas para seguir el ritmo de las canciones, que tararea o baila con los pies, y que se mostrará atento a lo que sucede en escena, donde ocurren muchas cosas, muchos juegos y alguno se pueden perder. Personas que aplauden a rabiar y que, curiosamente, piden bises en ¡un espectáculo de malabares! Pues tal es la simbiosis que hay entre la música y los malabaristas que cuando llega la noche se confunden, que diría el del anuncio. Aunque lo mejor de todo es que van y se lo dan y, de nuevo, como en un concierto de pop o rock, a pesar de que se trata una banda sinfónica y que la música clásica de la Danza del hada de azúcar de El Cascanueces de Chaikovski ha alternado con standards de las listas de éxitos de toda la vida, como Supertition de Stevie Wonder.
La clave del éxito está en dos números. Uno tiene que ver con el uso de las mazas para dibujar los objetos y lugares en los que sucede la acción, una historia tan cotidiana como levantarse, ducharse y coger el autobús. Historias corrientes, para personas corrientes, a las que PisataCatro y los artistas de este espectáculo saben cogerle el punto. El otro número es uno en el que los malabaristas disfrazados de gruesas bailarinas de ballet, hacen de las suyas, es decir, malabarismos, con pelotas de pilates. Un número en el que la poesía, que la hay, no abandona ni el humor de todo el espectáculo circense, ni esa sincronización con la música. Ese espíritu ligero que contrasta fuertemente con el tamaño de las pelotas, que mueven como las pequeñas pelotas que habitualmente se traen entre manos, y la gordura de las bailarinas que representa el disfraz en el que están embutidos.
Por todo ello, lo festivo, lo refrescante, lo sencillo del juego que proponen, se ganan al público, desde el preadolescente de 9 años en adelante. Y que viene a colación en esta sección, más que nada porque, al menos en la ciudad de Madrid, tienen previsto hacer otros bolos más céntricos como en el Circo Price, pero también en otros barrios, ya pasado el verano. Habrá que estar atentos para pasar un buen rato. Y que el pueblo, es decir, los del barrio, ganen con la risa, el entretenimiento y la cultura en las plazas públicas, pues, en definitiva, son para disfrutarlas.