Odiar a Greta
La joven activista sueca genera inseguridad entre quienes se resisten al cambio.
Donald Trump, José María Aznar, Bolsonaro y Vladimir Putin tienen, seguramente, muchas cosas en común, pero una de ellas es que todos han descalificado o ridiculizado en algún momento a Greta Thunberg. Solamente por eso ya merece la pena valorar con respeto a la adolescente activista medioambiental.
No era consciente del odio visceral que se genera hacia la activista nórdica hasta que un buen día publiqué un tuit en el que ofrecía poder ayudar a Greta a llegar a Europa con motivo de la COP25. El Parlamento de Canarias invita con frecuencia a todo tipo de personalidades del mundo de la cultura, la política, la lucha contra el cambio climático y representantes de colectivos a venir a nuestra casa e intervenir para exponer sus posiciones sobre determinados asuntos. Nunca nadie puso en duda estas invitaciones, ni nunca hubo polémica alguna. Mi invitación a Greta fue del todo informal; me pareció que, por el impacto que tiene sobre todo en una generación muy joven, valía la pena intentar que viniera al Parlamento de Canarias, poder escucharla en primera persona y dar la oportunidad a mucha gente de oírla y debatir con ella. Ni siquiera sabíamos si aceptaría o cuáles serían sus condiciones para poder venir, pero a continuación me gané una ola de descalificaciones, insultos y críticas como nunca hasta ese momento. Daba igual que viniera gratis, en avión, en barco, que cobrara un caché, que hubiera que haberle pagado el billete y la estancia. Nadie esperó a la respuesta. Se lanzaron como hienas en el Serengueti. Un linchamiento digital.
Sigo con absoluta intensidad la actualidad, pero confieso que el nivel de agresividad que recibí simplemente por tratar de colaborar con que Greta pudiera llegar a España me dejó absolutamente sorprendido. La pregunta que me surgió a continuación fue: ¿qué oscuros mecanismos y odios puede despertar en ciertas personas una adolescente cuyo único objetivo es que no terminemos de hacer de este planeta un sitio inhabitable?
Estamos en una sociedad en la que digerimos con absoluta normalidad que un adolescente de 15 años abandone su país de origen, su cultura y su familia para debutar como deportista de élite en cualquier competición de fútbol europeo, con normalidad que niños y niñas menores de edad acudan a todo tipo de talent shows sin que ninguno de quienes critican a Greta haga ni un esfuerzo por cambiar de canal y sin que les importe si van o no al colegio, o si detrás de ellos hay un ambicioso padre que los maneja. Este es el país de Joselito y Marisol, así que, obviamente, la cuestión no es que una niña de 16 años no esté haciendo lo que, según la heterodoxia, debe hacer una niña de su edad. La respuesta, por tanto, al odio que despierta en ciertos sectores debe estar en otro lugar.
No creo tampoco que el debate sea si Greta es o no un producto de marketing bien diseñado. Hay miles de productos de marketing organizados alrededor de adolescentes a diario en nuestra televisión: actores, grupos musicales, etcétera con jornadas interminables, giras, promociones. A ninguno de los odiadores de Greta parecen molestarles estas estrellas adolescentes producto de una buena campaña de marketing. Entonces, ¿por qué ese odio hacia la activista medioambiental? Creo que el origen de ese odio hay que buscarlo, sencillamente, en el discurso de Greta, lo que denuncia, lo que propone y lo que ha logrado como icono de su joven generación, movilizando alrededor del planeta a millones de jóvenes en una causa común, en tiempo real, algo inédito, global y con el mérito de implicar a una generación a la que el estereotipo que le han colocado los dibuja como apáticos ante algo que vaya más allá de las pantallas de sus móviles y sus perfiles en redes sociales.
Greta genera, simplemente, inseguridad entre quienes se resisten al cambio, y esa inseguridad lleva al odio, como diría el maestro Yoda. Hay quien reacciona con temor ante un fenómeno global que no parece se pueda controlar tan fácilmente y los grandes intereses económicos relacionados con la producción de energía con combustibles fósiles, los grandes señalados del combate contra el cambio climático, lo han recibido con absoluta hostilidad.
El movimiento que ha generado Greta no se le esperaba en esta sociedad matrix en la que, en parte, se ha convertido nuestro mundo interconectado, contaminado de fake news y fácilmente manipulable. Greta se ha colado por un agujero en el sistema y eso no gusta a quienes responden a los intereses creados en torno a los grupos de poder de industrias contaminantes para los que representa una amenaza por su potente imagen y su discurso. La amenaza va más allá de una niña cruzando el Atlántico en catamarán. Las jóvenes generaciones que la siguen son también consumidoras y eso sí que es desestabilizador. Si se consolida una cultura de la sostenibilidad entre ellos que también se extienda a los hábitos de consumo, la amenaza para determinados intereses sí que es mortal.
El odio a Greta no es nuevo. Es el viejo odio hacia quienes lideran cambios profundos en los modelos sociales pero con la innovación de la globalidad. Pero añado a esa reacción clásica hacia quienes lideran cambios el hecho de que Greta es una niña, una mujer. El siglo XXI es el siglo también de la revolución de las mujeres, de la lucha por la igualdad, por acabar con las discriminaciones de género, y eso añade al discurso de Greta una amenaza más hacia los viejos dinosaurios sobre los que el meteorito está a punto de caer sin saber bien cómo reaccionar.