Occidente en Afganistán, anatomía de un fracaso
Tras 20 años de presencia en la zona, EEUU y sus aliados se marchan dejando el país en manos de los mismos islamistas. La promesa de democracia fue falsa.
Afganistán está en la misma casilla que 20 años atrás, pero con mucho más dolor y muerte en sus alforjas y, también, con un buen cargamento de desesperanza y descreimiento por las promesas incumplidas de quienes iban, supuestamente, a ayudarles a tener un país democrático y estable. Occidente, con EEUU a la cabeza, ha fracasado estrepitosamente en un país en el que han tropezado, uno tras otros, los más grandes, como el imperio británico o la URSS, pero no es excusa: no se ha hecho bien el trabajo y ahora las potencias se marchan. Hasta nunca. Las víctimas, siempre, los afganos.
“Afganistán se había convertido en un agujero negro en el que prosperaban todo tipo de extremismos. Se puede valorar si fue adecuada o no la manera en la que EEUU, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, atacó para buscar a Osama Bin Laden y su Al Qaeda, que estaban detrás. Pero la intervención era necesaria, el país necesitaba ayuda. Creo sinceramente que se ha intentado dar, con lo mejor de nuestro esfuerzo, pero los tiempos de retirada no han sido los acertados”, valora un teniente coronel español con repetida experiencia en la zona, en cuya misión internacional ha colaborado nuestro país entre 2002 y 2021 y en la que un centenar de militares se han dejado la vida.
Expone, por ejemplo, que los Gobiernos de los dos presidentes afganos posteriores a los talibanes, Hamid Karzai y Ashraf Ghani, “fueron elegidos democráticamente”, lo cual es “un paso de gigante en un país sin estructuras legislativas ni ejecutivas estables”, pero asume que “sus gabinetes nunca fueron fuertes” y la corrupción se mantuvo. Se reforzó al Ejército, pero “eso es sólo una pata del estado. Sin fortaleza en todo lo demás, se desmorona”, añade.
Este militar sostiene que el presidente Ghani, que ya ha escapado del país, seguiría en su palacio y el ejército se pasearía aún por las calles de Kabul con sus vehículos pagados por EEUU si no hubiera sido porque el expresidente norteamericano, Donald Trump, no hubiera decidido que necesitaba “un éxito en política exterior” antes de las elecciones de noviembre de 2020. “Trump apostó por un fin rápido a una guerra larga, pero no es así como se hacen las cosas si quieres hacerlas bien”. Este uniformado reconoce que en dos décadas se había avanzado “menos de lo deseable” en Afganistán, pero aún había margen de sostener la situación si no se hubieran acelerado los planes de marcha.
El actual presidente norteamericano, Joe Biden, ha seguido con los planes de marcha en un conflicto cansado, viejo, enquistado, anunciando la salida definitiva de sus soldados el 31 de agosto. Le faltaba poner fecha, porque ya desde primavera daba por hecho que este año se iban. Así, los talibán, que habían iniciado una ofensiva contra el Gobierno legítimo, sólo han tenido que acelerarla para ganar. En tres meses de relámpago, con las fuerzas internacionales en retirada, era el momento de atacar a las fuerzas oficiales. Y de ganar.
Daba igual que, de fondo, se celebrasen algunos contactos o conversaciones de paz -en palabras de los más optimistas-, auspiciadas por Washington. Historiadores, politólogos y periodistas afganos se llevaban las manos a la cabeza viendo que EEUU hablaba con líderes islamistas en Doha, desde el pasado año, para luego dejar morir los contactos con un Biden que se negaba a ello. Los talibán, en esos encuentros, iban de moderados, de avanzados, su versión “2.0”, como contaba estos días la BBC. “Lamentablemente, no eran de fiar y no son de fiar”, asume el militar español.
El americanista Sebastián Moreno recuerda que esta marcha “irresponsable” tiene un pasado “de fracaso claro”: la “invasión” lanzada por EEUU en 2001 “no consiguió ni la captura de Bin Laden ni la derrota de los talibanes”, que era “el objetivo doble”. “Los islamistas fueron desalojados del poder, pero ahora vuelven a controlar grandes zonas del territorio y se permiten atacar en la capital poniendo al descubierto importantes brechas de seguridad, a unos servicios de inteligencia ineficaces y a un Gobierno incompetente presidido por Ghani”, dice.
“Ha llegado a haber 150.000 efectivos internacionales y, tras la marcha de los aliados, a partir de 2014, se quedaron en 12.000. Unos números imposibles para gestionar un país de 650.000 kilómetros cuadrados y de enorme complejidad cultural”, señala. EEUU y la OTAN llegaron a aumentar sus efectivos en 2018, ante la idea de Trump de que era posible una victoria militar, “lo que evidencia su desconocimiento de la historia, de la estrategia y de la política”. Dijo literalmente: “Podría ganar esa guerra en una semana pero no quiero matar a 10 millones de personas”.
“Los talibanes no han salido de la nada, sino que siempre han estado ahí, no fueron completamente reducidos. EEUU dejó todo en manos de mal llamados señores de la guerra, que en realidad eran criminales de la guerra de la contienda con los soviéticos, que luego han ascendido y formado Gobiernos y cuerpos policiales. Los ciudadanos no los han podido considerar nunca suyos, no les han dado muestras de buen gobierno, no se han forjado instituciones firmes. Sin ayuda exterior, sin más inversiones reales y trabajo de calle que el de las valerosas ONG, lo que quedan son lagunas, militares que desertan o se entregan, ciudades que caen sin tirar una bala frente a islamistas que tienen dinero, armas y munición, en su mayor parte provenientes del opio”, ahonda.
La falta de apoyo aéreo, coinciden ambos expertos, hizo que el ejército afgano se viera desbordado y que en sólo un trimestre los talibanes le doblasen el pulso. “Si no tiene combustible, armas, flota...”, señala Moreno, quien recuerda que la prensa norteamericana ha publicado documentos del Pentágono alertando de estos agujeros.
Mariana Galán, cooperante chilena con experiencia en la zona en los primeros 2000 y que ha viajado con proyectos puntuales hasta 2018, habla de “fracaso”, “vergüenza” y “desinterés” por parte de EEUU en la zona. Asume que el país había ganado en “cierta” calma en estas dos décadas, pero niega que fuera “nada parecido a estable”. “No se puede hablar de lo que Afganistán va a perder, porque no lo ha tenido nunca realmente. ¿Avances? Algunos. ¿Ilusiones? Todas. Pero realmente no hay un estado protector, no hay instituciones fuertes y limpias, no hay igualdad para las mujeres. Había, hasta ahora, un ejército sobre las muletas de la ayuda exterior. Se ha ido la ayuda, se ha ido la fuerza”, denuncia.
Se duele de que algunos republicanos estadounidenses, por ejemplo, defendieran en campaña electoral que no se ha avanzado más porque no está en la cultura afgana el vivir en democracia. “Lo dirá ahora algún demócrata también, es posible. El racismo es inaudito. Se ha partido de los mismos errores de antaño y la misma lejanía y paternalismo. Luego ha venido el mismo abandono de siempre y vendrá el mismo flujo de refugiados que, por cierto, ha sido imparable en estos años. Será que nada estaba bien antes, mientras los civiles morían en terribles atentados talibanes. No irá mejor”.
Los hechos han demostrado que la guerra más costosa de la historia -roza el billón de dólares- logró dividir pero no hacer desaparecer a los talibanes, y mucho menos su ideología. “Cuando retomen el poder, y aunque puedan haber aprendido de errores pasados y lancen mensajes de moderación, es muy probable que el país vuelva a un régimen islámico radical en el que, como pasó entre 1996 y el 2001, las mujeres y las niñas sean las más perjudicadas por las estrictas reglas islamistas, como la prohibición de recibir educación, circular solas o mostrar cualquier parte del cuerpo”, dice Moreno, en un aproximación a ese “no irá mejor” que barrunta la cooperante.
Se especula con la creación de un nuevo Emirato Islámico de Afganistán, aunque hay que esperar a ver si hay contactos de los talibanes con el Ejecutivo saliente rebaja algo su rodillo. Están enviando mensajes moderados, afirmando que no habrá represalias y que los soldados, policías y funcionarios serán perdonados y podrán volver a sus trabajos, aunque son decenas de miles los afganos que temen una venganza y tratan de salir del país.
El objetivo talibán es obtener un cierto reconocimiento internacional de ese Emirato, aunque la experiencia demuestra que no siempre cumplen sus promesas. En el acuerdo que firmaron en febrero del 2020 con EEUU y con la OTAN, aceptaron sentarse a negociar con el Gobierno afgano, pero no lo han hecho hasta el fin de semana pasado, y solo para que firme la rendición incondicional.
Sí se han reunido con Rusia y China para asegurar unas fronteras tranquilas porque, de todo, lo importante aquí es la localización de Afganistán, su posición, sus fronteras. Lo sabía EEUU al iniciar la guerra y lo saben los talibán que querían y han logrado dominar el terreno. Ahora intentan que se los reconozca como fuerza política, y Washington negoció el domingo facilitar ayuda humanitaria y otro tipo de asistencia a un futuro gobierno talibán a cambio de una evacuación segura de todo su personal.
“Hay una legítima preocupación”, comenta, “de que Afganistán pueda regresar a ser el caldo de cultivo del extremismo que fue en los años 1990″, dice Moreno, una preocupación compartida por muchas agencias de inteligencia de Occidente. “Ahora habrá una nueva oleada de combatientes terroristas extranjeros de Occidente que viajarán a Afganistán para recibir entrenamiento, como pasaba con el Califato del ISIS, pero Occidente será incapaz de lidiar con el problema porque la retirada de Afganistán ya se habrá completado”.
“Las consecuencias serán duras para el país y la región entera”, asume el militar español. “Tendremos que asumir las consecuencias, en forma de refugiados llegando a Europa o incluso de atentados futuros, sobre todo, y también el descrédito, esencial para un ejército y un gobierno”, concluye.