'Numancia' o la defensa de una forma de hacer y de decir
Uno de los hitos teatrales de la temporada.
El anuncio por parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) de coproducir Numancia de Cervantes junto con Nao d’Amores puso la fecha de su estreno, el 19 de noviembre, en el calendario de los hitos teatrales de la temporada. Motivos hay muchos.
Por un lado está Cervantes. Un autor poco representado a pesar de que es muy apreciado por los profesionales. Por otro, Nao d’Amores lleva defendiendo la recuperación de un teatro y una forma de poner en escena prebarroca durante veinte años.
Una manera muy específica y poco comercial de hacer teatro. Sin embargo, en este tiempo ha ofrecido muchas satisfacciones a la crítica y al sector de público que asiste a las salas con una coartada cultural y, se supone, que no va a entretenerse. Trabajo que le ha valido muchos premios.
Por todo ello, los espectadores habituales del Teatro de la Comedia muestran respeto a la hora de sentarse a ver a la propuesta. Lo que hace mucho más agradable ver a toda una chavalería bulliciosa y desprejuiciada en la entrada. Seguramente han sido llevados hasta allí por sus esforzados profesores empeñados en que aumenten sus referentes y sus referencias culturales más allá de los videojuegos y Bad Bunny.
Bullicio que no resultará tan apreciado cuando dentro de la sala hablan y comentan en voz alta durante la representación. Quizás, remedando lo que debían ser los corrales de comedia de tiempos cervantinos. ¿No se quería recreación del pasado? Pues toma dos tazas. Bullicio que molesta por la exigencia de la propuesta.
Y es que esta compañía ha mantenido la dicción en castellano antiguo. Lo que supone una barrera para acceder a la obra. Se necesita un tiempo para que el oído y la cabeza se acostumbren a la forma del decir. Exige concentración. Y el bullicio en perfecto español contemporáneo impide la disposición de un cerebro que, por economía, siempre va a lo fácil y pone el oído en el bullicio que entiende sin esfuerzo.
Tampoco ayuda la aparente austeridad del montaje. A la entrada colorida y tamborilera de las tropas romanas y su general, interpretado por José Luis Alcobendas con su calidad habitual, le sigue un grupo de numantinos vestidos de gris. A modo de los refugiados españoles de la Guerra Civil o de prisioneros de campos de concentración nazis.
Actores y personajes que se moverán en un espacio negro, como boca de lobo, en el que destaca una escalinata que da a la plaza del pueblo, de la ciudad de Numancia. Lugares donde se producirán todas las escenas. Excepto las que protagonizan los personajes romanos que suceden en los palcos y en el patio de butacas.
Es el contraste entre la vestimenta de los romanos, alegre y colorida, frente a la triste y gris de los numantinos, la que da la clave del montaje. Aunque, es posible que muy a pesar de la compañía y a pesar de Cervantes. Pues, al menos en tiempos actuales, la defensa numantina del asedio, una defensa hispánica de sostenella y no enmendalla aunque se pierda la vida en ello, resulta poco edificante y poco práctica.
Para aquellas personas que no conozcan la historia, basada en hechos reales, han de saber que esta cuenta la autoinmolación de una ciudad hispana, Numancia, antes que rendirse a los malditos romanos que la asedian. “Por Tutatis”, que diría Astérix.
Sin embargo, al contrario que este popular personaje galo, que es capaz de llegar un pacto con la realidad, mantener el tira y afloja con los romanos, para crear la posibilidad de una vida de galo, estos ¿antiguos? hispanos prefieren jugar al todo o nada. Los romanos, también. Gana la nada. La muerte física de los numantinos. Y la muerte política de Escipión, el general asediador.
Y gana la mitificación de carácter patriótico y nacionalista. Lo que seguramente dividirá a la platea en las sempiternas dos Españas. Las de a favor y las de en contra. Ninguna de las dos tiene nada que ver con el amor al lugar en el que uno ha nacido, donde se tienen los afectos, donde se ha crecido como persona y donde ha podido desarrollarse como un sujeto de derechos.
Conociendo la trayectoria de la compañía y de su directora, es de suponer que no es lo que se pretendía. Lo del ensalzamiento nacional. Y menos lo que pretendía el actual equipo artístico del Teatro de la Comedia.
Posiblemente todos querían poner en escena a Cervantes, la calidad que se le reconoce como autor dramático a la que se añade su calidad literaria, de saber jugar con las palabras para añadir a sus textos el factor estético, belleza en el decir. Y, por supuesto, su avanzada defensa de la libertad para los tiempos que corrían.
No, no es lo que se ve en escena. Tampoco es lo que se oye en este drama. Pues ambos contendientes comparten cultura, idioma, consultan a los oráculos y los dioses de la misma maneras. Incluso, hacen los mismos sacrificios. Se conocen tan bien (como a sí mismos) que los numantinos, siendo ellos mismos derrotados, infligen una gran derrota al invasor.
Por todo lo anterior, tal vez esta Numancia se hubiera beneficiado de una coproducción con una compañía mucho más irreverente. Una compañía que entendiese el respeto a una tradición y a un clásico, no como un respecto filológico y academicista. No desde la aparente reproducción de unas formas de otro tiempo, cosa que esta compañía sabe hacer muy bien. De hecho, en esta producción demuestran la maestría que han alcanzado.
Se convierte, así, en un importante elemento educativo. El que permitirá a docentes de distintos ámbitos ilustrar y estudiar aquel tiempo y aquella literatura. Llevar a las aulas de los institutos y las universidades al teatro para mostrarles que no hablan de nada abstracto o simplemente perdido.
Sin embargo, en la propuesta se pierde el disfrute del teatro. El que está en la música que se oye en directo. Y que también se ve en algunos momentos. Como el del carnero. Como el de la madre que amamanta a su hijo con un pecho sin leche. O la escena del pan robado para la amada hambrienta en el campamento romano que asedia Numancia.
Es en esta escena citada el único momento en el que se produce el silencio absoluto entre los adolescentes, como ya hacía rato que se había hecho en el resto de la platea. En el que los más jóvenes dejan de ser público de corral de comedias y empiezan a comportarse como el típico público del teatro de hoy en día. Poniendo su atención en lo que pasa sobre el escenario. Y es que nada puede con una buena historia de amor.