Nuevas masculinidades: así son los hombres que (también) combaten el machismo
Son feministas, por eso saben que el machismo se cuela en su vida (como en la de todos). Y se rebelan contra ello.
“Mochila” es quizás la palabra que más se repite en las charlas con los cuatro hombres de mediana edad y distintas trayectorias que participan en este reportaje. No se refieren al sentido literal de la palabra tal y como la define la RAE —bolsa de lona que, provista de correas para ser cargada a la espalda, sirve para llevar provisiones o equipos—, sino a su significado más metafórico: la pesada carga de estereotipos y toxicidades asociados a la masculinidad que, como hombres, acarrean desde pequeños y de la que, en este caso, tratan de desembarazarse.
Hablan de “mochila” tanto el escritor Iván Répila (Bilbao, 1978) como el nutricionista Aitor Sánchez (Albacete, 1988). “Llevamos mucha mochila, mucho patriarcado dentro”, dice este último. Los dos, firmes feministas, se reconocen al mismo tiempo machistas en ciertas actitudes que tratan de desaprender en un proceso que Répila describe como “devastador y emocionante”.
“Emocionante” es también la palabra que utiliza el poeta Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973) al referirse a la irrupción del feminismo en su vida, en nuestras vidas. “Es tal la magnitud [de esta ola feminista] que muchos hombres se ven intimidados e irritados. A mí, personalmente, me emociona”, dice.
El caso de Jorge Gonzalo (Madrid, 1980), fundador y director artístico de Back Productions, es quizás distinto. De algún modo, él llegó al feminismo por el enfado: el enfado de ver que su madre se enfrentaba a un techo de cristal por el que, siendo directora de marketing de una empresa, no se lo reconocían como tal; el enfado de que la gente piropeara a las chicas por la calle; el enfado al entender, gracias al libro Morder la manzana, de Leticia Dolera, “el miedo que pasa una mujer yendo sola por la calle”. “Ahí fue cuando pensé: ‘Yo nunca he vivido esto’. Y eso que de pequeño sufrí mucho bullying”, cuenta.
Los cuatro recuerdan un punto de inflexión en sus vidas, algo que provocó un clic en su cabeza y les hizo darse cuenta de los privilegios que habían disfrutado toda su vida simplemente por ser hombres. En el caso de Aitor Sánchez fue asistir a “un voluntariado de género organizado por los scouts”. “Fue una inmersión de unos días que para mí supuso un cambio completo. Ahí me percibí como machista, como persona que había estado perpetuando actitudes machistas sin darse cuenta”, explica.
Para Iván Répila y Jaime Rodríguez esto vino propiciado por sus parejas. “El punto de inflexión fue conocer a mi mujer [la escritora Aixa de la Cruz] y hablar mucho con ella. Luego he tenido muchas más conversaciones con otras personas, pero la clave fue esa”, afirma Répila, que reconoce que hace unos meses, cuando nació su hija, también le tocó ‘revisionarse’. “Yo tenía una firme voluntad, y unas creencias, pero luego tuve una hija hace nueve meses. Y entonces me di cuenta de lo fácil que es incurrir en viejos errores”, admite el autor de El Aliado. “A nivel teórico, tienes las ideas muy claras. Pero en la realidad, cuando tienes que renunciar a tus privilegios y a tu comodidad, es más difícil. Es muy difícil arrancarlo; si acaso hay que corregirlo. Ya sea por inercia, por dejadez o por estupidez, repites esos estereotipos o esas ideas preconcebidas. Y cometes graves errores a la hora de repartir cuidados. Con la paternidad he tardado en comprender hasta qué punto me había desentendido”.
Rodríguez, que comparte su vida “con dos mujeres feministas desde hace años”, lleva tiempo reflexionando sobre el feminismo “por circunstancias personales” y, aun así, su ‘deconstrucción’ no ha terminado: “El proceso de revisión es continuo”. ¿Pero en qué consiste esa deconstrucción? “Desde pequeño te enseñan a ser de determinada manera, te enseñan que hay cosas relativas al género masculino y al femenino. Está el tópico del rosa y azul, pero la cosa no se queda ahí. En nuestra vida tenemos asumido el rol de que el hombre tiene que ser el proveedor, el protector, el fuerte. Esos son los valores relacionados con la masculinidad, y lo que hay que deconstruir”, explica el poeta, que actualmente coordina el taller de escritura Construcción y deconstrucción de la masculinidad en la literatura.
Además, a esos roles masculinos no sólo van asociados privilegios: “Tenemos muy internalizada la incapacidad para expresarnos, y eso nos lleva a situaciones de ansiedad, de depresión, de sufrimiento. Nosotros también somos víctimas de esta construcción”. Para Rodríguez, “no se trata de abolir esta masculinidad, sino de construir otras alternativas, y esas son las nuevas masculinidades de las que hablamos”.
Répila, Sánchez, Rodríguez y Gonzalo tratan de combatir estas toxicidades y privilegios cada uno desde su ámbito. Aitor Sánchez ha aprendido a “dar un paso al lado” cuando lo ha visto oportuno. Está muy bien considerarse abiertamente feminista y visibilizar esta lucha, pero ya no vale con eso; para él, “el estadio final, cuando llega al momento más duro, es cuando te toca renunciar a privilegios que tienes como hombre. Porque es muy cómodo posicionarse a favor de la lucha feminista, pero también hay que aprender a dar un paso al lado, o un paso atrás”. “A mí me toca mucho profesionalmente con el tema de las altavocías”, explica el autor de Mi dieta cojea.
Desde hace un tiempo, cuando le llama un medio de comunicación para pedirle que acuda a algún programa, el nutricionista se plantea: “¿Es por mi trayectoria? ¿Por mis habilidades? ¿O es porque hay un sesgo? ¿Cuándo está justificado que me llamen a mí y no a otra compañera? Esto es lo que me suele rayar. ¿Tiene sentido que dé yo la charla? ¿O puede hacerlo mejor otra persona? Lo sopeso mucho. Si creo que no tengo que ser yo, pido que llamen a una compañera”.
Precisamente con un argumento similar dos hombres han declinado participar en este reportaje, al considerar que el 8 de marzo debe centrarse en las mujeres, que los hombres ya aparecen demasiado demasiados días del año. Y ese gesto ya es, en sí mismo, significativo.
Mientras tanto, los hombres que sí han querido aparecer lo han hecho para visibilizar una masculinidad diferente a la heteronormativa… y para admitir sus vulnerabilidades y sus contradicciones. Jaime Rodríguez, por ejemplo, reconocer caer en la contradicción “432 veces al día”. “Tenemos muy interiorizado el machismo. Ya no sólo en el lenguaje, sino en actitudes tóxicas, como los celos, la sobreprotección, la cerrazón, el hermetismo…”, enumera. “Para una persona de mi generación, ser machista es como ser alcohólico. Siempre vas a serlo, pero con tiempo y esfuerzo, se puede salir, te puedes curar”, compara.
Y ese trabajo “lento pero constante” empieza, para él, “desde dentro, desde uno mismo”. “Luego se trata de aplicarlo a tu entorno íntimo y familiar, con amigas, con tus hijos, hijas e hijes”, sostiene. Y de visibilizar ese cambio: “Nosotros, por ejemplo, que vivimos de una manera no normativa [dos madres, un padre, une hije y un hijo], tratamos de ponerlo en el discurso, de visibilizarlo. Al final todo se vuelve político, es necesario”.
Iván Répila también menciona lo político cuando habla de feminismo, y también hace referencia a varias fases. “El feminismo lo ha cambiado absolutamente todo en mi vida. Desde los ámbitos más pequeños hasta los más grandes, desde el ámbito más personal, con mi pareja, mis amigos, hasta las posiciones políticas micro y macro”, afirma.
Esta postura también le hace estar más alerta al creciente machismo reaccionario, que de permanecer relegado a conversaciones de Twitter o WhatsApp, ha dado el salto a las discusiones de bar, e incluso a las del Congreso. “Antes me callaba más, me reía de los chistes [machistas]. Ahora no. No es que vaya repartiendo hostias, pero sí me hace estar enfadado y atento. A veces intento debatir, si se puede; si no, hay veces que prefiero ignorar directamente esos discursos, y otras que es mejor aislarlos socialmente”, explica Répila. “Hay voces de la ultraderecha muy misóginas”.
El escritor no es el único que percibe más actitudes misóginas entre la población últimamente. “No sé si está asociado a una ideología o a un partido político, pero en mi campo [la nutrición] hay chavales jóvenes muy, muy reacios al feminismo. Y se aferran a diferencias hormonales, de capacidades, de génetica… Es una especie de ola en el campo de la salud de jóvenes afines a Vox, a los que no sólo no les importa el feminismo, sino que son directamente reactivos”, apunta Aitor Sánchez.
La receta de Jorge Gonzalo para combatir lo reaccionario es “escribir”. “Más que enfrentarme, trato de hacer visible lo invisible”, matiza. “Mi productora [Back Productions] es activista frente a todo esto. Toda actividad artística, académica y cultural la oriento en esa dirección”, explica. Su intención es “luchar contra los prejuicios que la sociedad nos ha instalado en la cabeza, buscar las rendijas por donde se rompe la normatividad”. “El conocimiento hace que dejes de ser tan cerrado. La ultraderecha ofrece soluciones fáciles a problemas complejos; hay que ser abierto para no comprar sus discursos simplistas”, sostiene.
Todos están de acuerdo en que, pese a este retroceso en cierto sector de la población, el movimiento feminista seguirá ganando batallas. “Hay gente muy reaccionaria que es más joven que yo, pero creo que en esta nueva generación vamos ganando terreno”, opina Jaime Rodríguez. “Por muchos gilipollas fascistas que haya, el cambio es inevitable”.