Nota sobre una escuela feminista
Si no fuese porque la cosa es seria, resultaría simpática la ocurrencia, pues parece más bien algo improvisado que realmente meditado, de unas investigadoras que han sacado un decálogo para establecer una "escuela feminista". Nos avisan, antes de la lectura de sus preocupantes sugerencias, quizá sabedoras de la inconsistencia en términos reflexivos de sus tísicas propuestas, de que si no estamos de acuerdo con lo recomendado podemos leer un surtido número de libros escritos por mujeres, que justifican sus posicionamientos, y si aun así no terminamos por comulgar con lo dicho, nos exhortan definitivamente a que te centres en los propios prejuicios sexistas que te atraviesan, échalos fuera y empieza a pensar de otra manera.
Esto significa que la culpa es siempre nuestra. Ahora bien, a mí me gustaría advertir también al lector de que si una vez leídas mis breves objeciones al decálogo planteado por estas señoras no se está de acuerdo conmigo no es porque usted sea tonto y esté atravesado de prejuicios, sino porque es posible que yo esté equivocado o que no haya sabido expresar acertadamente mis ideas.
Para apuntalar mis posicionamientos, y ahorrar aquí espacio con ello, voy a remitir a un artículo que escribí hace unos meses en este mismo diario sobre el feminismo, titulado Feminismo para gente lenta. Como analizar los diecinueve puntos de los que consta el decálogo sería excesivo, me centraré muy brevemente en dos aspectos que van de la mano y que ofrecen un mayor grado de idiocia.
Es importante señalar que estas investigadoras sienten atracción por la siguiente consigna: la cantidad importa. Les gusta la cantidad más que la calidad y esto las lleva a proponer que en la asignatura de Historia de la Filosofía se incluya al mismo número de mujeres que de hombres. Es decir, que el mérito del pensamiento y la profundidad del análisis quede supeditado al tipo de genitales que se posean.
¿Por qué esta propuesta es ridícula? Porque en la asignatura de Historia de la Filosofía (cada vez más mermada ya en la educación) los alumnos tienen que acercarse a los grandes sistemas conceptuales y analíticos que se han creado, con el paso del tiempo, para intentar interpretar el mundo, sin importar el sexo del sujeto que los pensó: hasta el siglo XIX, esos grandes sistemas e ideas provinieron principalmente de hombres porque contaron con más facilidades para ejercer el pensamiento que las mujeres, sobre todo debido a los condicionamientos sociales, que para éstas eran más constrictores, limitantes.
Ahora bien, intentar minusvalorar el papel de Kant o Santo Tomás en favor de nombres femeninos, cuyas aportaciones puedan ser más elementales, menos originales y con menores implicaciones para el desarrollo ulterior del pensamiento en comparación con las de ellos, es no enterarse de lo que aporta y por lo que importa la filosofía: ya es bastante doloroso que no cuente con apenas horas lectivas en el currículo como para ahora sugerir que esas horas se conviertan en un capricho castrante que no responda a las necesidades propias de la asignatura (que por si no se sabe es dar un visión panorámica y sintética de la historia del pensamiento: el que quiere estudiar esto con más profundidad tiene la carrera de Filosofía para hacerlo).
En esta línea, en la que la cantidad es lo único que importa, se exige también que haya en las bibliotecas de las escuelas el mismo número de libros escritos por mujeres que por hombres. Es decir, que la escuela no tiene que preocuparse de que los alumnos desarrollen capacidades críticas a la hora de enfrentarse con las creaciones artísticas, sino que tiene que enseñar a los niños y a las niñas a saber calcular con los dedos o con el móvil cuántos libros escritos y protagonizados por mujeres hay en las estanterías que los rodean.
Una vez más, ¿por qué es ridícula esta opinión? Porque la lectura es un placer que está por encima de quién haya escrito determinado libro: si leemos Drácula, no es porque lo haya escrito un hombre; si leemos Frankenstein o el moderno Prometeo, no es porque lo haya escrito una mujer. Leemos estos libros, como tantísimos otros, porque tienen valor en sí mismos. Hacer imposiciones cuantitativas en el ámbito del pensamiento es invitar a las personas a regodearse en la estupidez y el infantilismo. La tristeza e incompetencia de semejante "escuela feminista" sería manifiesta, y eso se puede comprobar si se leen los otros puntos del decálogo.
Huelga decir que para que el feminismo alcance sus necesarios objetivos es importante que desde pequeños se interiorice a través de la educación la idea de que el hombre y la mujer no son personajes antagónicos, de que no se puede menospreciar a una persona por su sexo, por su color de piel o por su religión. Si se educa en la sensibilidad y en la reflexión crítica, y no en el eslogan barato, el feminismo avanzará. Y que avance y conciencie es lo que hace falta, no estas propuestas de cafetín.