¿Nos toman por tontos, o qué?
El fiscal anticorrupción, el señor Moix, nuevo en tales lides de limpieza democrática, dice que no ve ningún inconveniente ético en ser fiscal anticorrupción y tener una sociedad compartida con sus hermanos en un paraíso fiscal: Panam.a. "No veo inconveniente ético en que los hijos hereden a sus padres", dijo secamente, con admirable desprecio a la opinión pública, fuente del derecho de la democracia moderna. Esto es una tomadura de pelo a la ciudadanía. Heredar es legítimo, siempre que se haga de acuerdo con la ley, para la generalidad de los ciudadanos, pero con una exigencia aumentada de honorabilidad y ejemplaridad para los personajes públicos.
Ser fiscal, como ser juez, tiene un coste añadido. La autoridad ha de ser especialmente cuidadosa. Los jueces, y sobre esto hay una muy abundante jurisprudencia, no solo tienen que ser honrados, sino que han de parecerlo, han de ser merecedores de confianza para que sus decisiones sean creíbles y respetadas.
Hay recientes episodios de jueces recusados precisamente por no tener esta apariencia de neutralidad. En estos casos suele aplicarse una conocida variante de la propiedad transitiva, que sin poner en duda el derecho a la presunción de inocencia, establece el principio de precaución: si 'a' es igual a 'b', y 'b' es igual a 'c', pues 'a' es igual a 'c'. Y es preferible evitar el riesgo de contaminación que permitirlo. Esto se sustancia en la imagen de la justicia heredada ya desde la Grecia clásica: una mujer con los ojos vendados y una espada en una mano y una balanza en la otra, para reflejar su independencia. Sed lex, dura lex.
Pero que la justicia sea ciega no implica que sea tonta, que es lo que parece que cree el susodicho fiscal anticorrupción, que ya ha dado muchas pistas sobre la verdadera razón por la que fue elegido: cogido en falta, arguye que no le dio la debida importancia a adquirir con sus hermanos una casa con una herencia de sus padres... mediante una sociedad instrumental creada para eso en Panamá. Siendo fiscal, y muy vinculado al PP, ¿no se enteró de que el exministro de Industria José Manuel Soria fue obligado a dimitir por el escándalo nacional que supuso conocer, con sacamuelas, que tenía una empresa familiar en Las Bahamas, casualmente? Manuel Moix avanza a paso firme y displicente por el mismo camino.
Hay otro célebre dicho del refranero español, muy sabio para evitar sorpresas desagradables: dime con quién andas y te diré quién eres. Una inmensa mayoría de los españoles se ha enterado de que dos de los políticos sospechosos de practicar el deporte de la mordida, Ignacio González y Eduardo Zaplana, mantuvieron sabrosas conversaciones telefónicas en las que suspiraban para que el ministro de Justicia, el tal Catalá, totalmente inédito como jurista de reconocido prestigio -o sencillamente, como político con luces propias, que no sea el reflejo del carné del PP-, nombrara precisamente a Moix.
Veamos la sinrazón de que el Gobierno, conocedor de este interés, y el propio fiscal general, que fue informado a tiempo, correspondieran a los deseos de un presunto delincuente y de otro político desprestigiado y que apuntaba maneras desde que se oyó su voz en las grabaciones del precámbrico del PP en la trama Naseiro, al principio del mandato de Aznar. ¿Se imaginan ustedes que el Gobierno nombrara como director de la Agencia Tributaria al candidato de la 'asociación de evasores fiscales y de blanqueadores de dinero negro'? Pues no. Pero, sin embargo, y pese a todos los indicios, y a que el río sonaba demasiado, el Gobierno de Mariano Rajoy practicó el poco recomendable consejo del Tenorio del "sostenella y no enmendalla".
Diríase que hay una especie de tic arrogante en el PP, el mismo que ha impedido que se llevara a cabo una catarsis que pasara página de un periodo ennegrecido por el hollín de la corrupción. ¿Cuándo los hechos aislados dejan de ser casuales? El sentido común parece indicar que el listado de casualidades es ya demasiado extenso.
Y siendo así, que lo es, es una estupidez, además de una pérdida de tiempo y esfuerzos, discutir sobre lo evidente. Es difícil de entender (o no, según se mire) que Mariano Rajoy no haya aprovechado tantas ocasiones como las que ha tenido para organizar la sucesión en el liderazgo con alguien que esté a salvo de toda sospecha. Frente a esto, que sería lo lógico, y el único salvavidas posible para el naufragio presagiado por la razón, Rajoy se ha empeñado en resistir, equivocando el sentido del consejo militar de que resistir es vencer. Porque, muchas veces, resistir contra la razón y los hechos es sinónimo de estupidez.
Así tenemos que, coincidiendo en el tiempo, se dan dos circunstancias de especial relieve político: una, que el presidente del Gobierno es citado como testigo por el tribunal de la Audiencia Nacional que juzga la financiación irregular del PP, que afecta a casi todos sus tesoreros, y que en gran parte se corresponde con el periodo del presidente del PP. El segundo factor es la manipulación del nombramiento del nuevo fiscal general, tras negarse la anterior fiscal general, Consuelo Madrigal, a aceptar algunas instrucciones del mando, o sea, del ministro de ¿Justicia?, que pretendía teledirigir órganos jurisdiccionales clave en procedimientos en marcha. El fiscal José Manuel Maza empezó mal tratando de neutralizar a los fiscales que llevaban adelante las investigaciones del cobro de comisiones -el famoso '3%' en Cataluña- y las pesquisas sobre el expresidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, que finalmente ha sido imputado por el TSJ de Murcia en el caso Púnica. A su vez, el fiscal general nombró fiscal anticorrupción a una persona que ya venía con una preocupante carga de sospechas, al menos telefónicas.
Bien. Rajoy ha sido citado como testigo, y él mismo y su núcleo de dependientes están todos muy contentos. No está imputado, dicen; no es sospechoso de nada, arguyen; está al margen de los hechos que se juzgan, proclaman. ¿Pero qué es ser testigo? Obviamente, los jueces no lo citan como Testigo de Jehová, o sea, que hay que eliminar este significado del sumario. Nos quedamos entonces con la definición de "testigo" que da el diccionario de la Real Academia Española: "Persona que da testimonio de algo, lo atestigua. 2/Persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo". Además, hay testigos de cargo: "Testigo que depone en contra del procesado", y testigo de descargo: Testigo que depone en favor del procesado". También figura 'testigo' de vista...Visto lo cual, parece obvio que, por la personalidad y circunstancias de los imputados sometidos a juicio, no cabe el descargo. Puede el presidente del PP, y por lo tanto, jefe natural de los tesoreros, argumentar que no es 'testigo de vista', ni de oído, porque no vio ni oyó nada... lo cual lo situaría en la embarazosa situación de la modalidad testifical de infanta sorprendida por los secretos de su marido.
Pero la consideración de testigo tiene un serio peligro: que si en efecto lo fue en las dos primeras acepciones, queda al criterio de los jueces, según evolucione la causa, considerarlo cómplice, sea por acción u omisión. Y no son lo mejor para defender la cada vez más complicada presunción de inocencia las maniobras que se han llevado a cabo en el Ministerio de Justicia, la Fiscalía General y la Fiscalía Anticorrupción, además de no haber respondido con firmeza destituyendo ipso facto al ministro Catalá, cuya banalidad altanera ya pasa de la raya, al fiscal general y al fiscal anticorrupción, "pillados in fraganti componenda".
Sobre todo porque en estos momentos tales escándalos coinciden con el debate de una moción de censura presentada contra Mariano Rajoy por Pablo Manuel Iglesias, que aunque sea frívola, tramposa y populista, en el sentido de demagógica y falsa, porque su verdadero objetivo es erosionar al PSOE abriéndole crisis internas, se defenderá en base a que la corrupción del PP es ya un problema de Estado que, aparte de agusanar a la democracia, pone en riesgo la imagen y la credibilidad de España, dentro y fuera. Y encima da armas a los fulleros cabecillas de la insurrección catalana.
Que la economía vaya bien, y que luzca el sol incluso en invierno, y que vengan más turistas, y que Trump no haya tuiteado sobre España, no invalida la realidad: Rajoy ya es una carga insoportable para el PP, donde crece el asco y la rabia por no hacer algo ya, más allá de los gestos labiales, para salir del laberinto.
Escuchen a la gente. En los bares, mientras la parroquia ve los informativos, el comentario general es unánime: "¿Nos toman por tontos?". Pues probablemente.