¡Nos arrojaron gas lacrimógeno! La represión en la marcha 8M en la Ciudad de México
El Gobierno de México no tener la menor intención de entablar un diálogo con las mujeres.
Salgo del metro Zócalo en la Ciudad de México (CDMX), un día antes de la marcha del 8M, y me encuentro con un muro de paz convertido en un digno memorial para las millones de víctimas de feminicidio en México.
Dos chicas escriben más y más nombres con pintura blanca que resalta en el negro de la lámina del muro que resguarda el Palacio Nacional, hogar del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Saco mi cámara de la bolsa y comienzo a hacer fotografías. Unas manos colocando flores para honrar a las muertas por la violencia machista. Observo letreros que recuerdan que “la lucha sigue”, que “no estamos todas”.
Entre un clic y otro de mi cámara, descubro que los nombres que se colocan amontonados en aquel vergonzoso muro pertenecen a mexicanas que han sido asesinadas en los últimos 10 años. Las organizadoras aseguran que con todo y el primer cuadro de la ciudad amurallada, les faltaron vallas para recordarlas a todas.
Fátima, Ingrid, Marisela, Danna, Lesvy, Mariana, Isabel, Marichuy, Nataly, Jennifer, Marisol, Karina, Fernanda, Jeydi, Rubí, Jessica, Estefanía, Miriam, Virginia y, de pronto, encuentro mi nombre y, también, el de mi mejor amiga.
Fue entonces que me di cuenta de que ella se había retrasado.
— No voy a llegar porque me acaba de pasar una experiencia horrible con un taxista que me llevó a casa y me acosó en el camino — me decía ella en un mensaje.
—¿Estás bien?, ¿estás en casa? — me respondió que sí, pero que seguía muy asustada.
Este mensaje fue la respuesta que yo necesitaba a la pregunta que me seguía haciendo acerca de si debía de asistir a la marcha o no.
2020: el año más violento para las mujeres en México
El 2020 fue el año más violento para las mexicanas, ya que debido al confinamiento por la pandemia de COVID-19, las víctimas tuvieron que convivir tiempo completo con sus agresores.
México cerró el año con 3,723 muertes violentas de mujeres; sin embargo, solo 940 fueron tipificadas como feminicidios. Y así, con esas cifras récord, las mujeres se preparaban para una marcha más del 8M, donde las demandas siguen siendo las mismas.
Ante una terrible ola de feminicidios, el Gobierno de México responde con un muro de paz, con el que se protege el hogar del presidente, quien parece no tener la menor intención de entablar un diálogo con las mujeres. Ante todo reclamo hay un: ”¡Ya chole!” —¡ya basta!— como lo dice quien ya está harto de escuchar la misma cantaleta.
“Una vida digna”, “regresar a casa”, “una vida libre de violencia”, “respeto por sus cuerpos y sus vidas”, “justicia para las asesinadas”, son algunas de las peticiones que ellas insisten en exigir y que parecieran no merecer.
Con estas alarmantes cifras y la inacción por parte del gobierno para implementar una estrategia efectiva que garantice la seguridad de las mujeres, una cosa queda clara: la muerte nos seguirá acechando a 10 de nosotras cada día; una, cada dos horas y media, aproximadamente.
La realidad que me golpeó a la cara esa tarde fue que, un día antes de la marcha feminista, pude haber perdido a mi mejor amiga y, tras acompañar a mi propia hija a escribir el nombre de su tía bisabuela, cuyo asesinato quedó impune hace más de 80 años, me regresé a mi casa con este miedo de que un día yo escriba el nombre de mi mejor amiga en un muro o ella el mío.
Esta incertidumbre de no saber en dónde o cómo o cuándo podrías formar parte de las grotescas estadísticas de feminicidios que a las autoridades no parecen importarle me llenó de impotencia, de rabia, de desesperación.
El 8M tomé mi cámara y volví a asistir a la marcha.
La policía usó gas lacrimógeno contra las manifestantes
López Obrador anunció que el muro de paz era una estrategia para evitar las confrontaciones entre las y los policías y las manifestantes. Asimismo, aseguró que las marchistas no serían reprimidas ni violentadas en su trayecto rumbo al Zócalo capitalino.
Sin embargo, fui testigo de cómo las provocaciones iniciaron kilómetros antes de llegar al Zócalo de la capital. Las y los uniformados arrojaron petardos y gases de extintor en contra de las mujeres que trataban de rescatar a dos de ellas, que aparentemente habían sido detenidas.
Al llegar al Zócalo, las mujeres fueron repelidas con bombas de gas lacrimógeno, acción que el gobierno de la Ciudad de México insiste en negar.
Yo fui testigo: la policía de la CDMX nos arrojó gas lacrimógeno.
Integrantes del cuerpo de Paz Marabunta y las periodistas que documentamos los hechos también fuimos alcanzados por aquel gas, muchísimo más agresivo que el gas de extintor que nos habían arrojado una hora antes.
Algunas de las jóvenes nos auxiliaron arrojándonos agua con bicarbonato en la cara. ¡Nos estábamos ahogando! El ardor en la garganta, nariz y ojos era insoportable y yo sentía que me ardía el rostro.
Pero no tuvimos mucho tiempo para recuperarnos, pues apenas empezamos a abrir los ojos, ya teníamos que correr para alejarnos de los proyectiles que lanzaban los policías apostados detrás del muro de paz. Unas pequeñas latitas de metal que despedían gases nos caían en los pies.
Nos sembraron miedo, pero nos crecieron alas
Las chicas corrieron a ayudarnos. Estaban preparadas, estaban fuertes, estaban unidas, estaban hartas. Una de ellas, conocida como La Reinota, corrió hacia uno de los proyectiles que los policías habían arrojado hacia nosotras. Lo recogió del suelo y corrió con todas sus fuerzas para arrojarlo de vuelta detrás del muro.
Las manifestantes rompieron en aplausos y gritos de ”¡eso, hermana!”, para celebrar la hazaña de la Reinota.
Y es que ha sido tanto dolor, tantas humillaciones, tanta indiferencia, tantas vidas las que nos han arrebatado, que hemos perdido hasta el miedo. “Nos sembraron miedo, pero nos crecieron alas″, escriben las mujeres en las calles.
Vuelvo a abrir los ojos, a respirar con calma, gracias a mis compañeras y regreso a su lado, a la línea frente a ese muro tan indignante, que para las autoridades mexicanas, resulta más sencillo de construir, que una vida libre de violencia para nosotras.