Noche de Muertos, ¡Viva México, cabrones!
Descubrí que estabas muerto cuando al tirar tus zapatos al suelo de tu casa en Coyoacán, no sonaron. Me pareció un truco de magia, como reías por todo, supuse que ese humor mexicano estaba salvándome de la hambruna con creces. Tus besos mirándome a fondo lograron descubrir esa situación de epicentro en el páramo donde estaciona la soledad sus naves, los instrumentos para provocar infinitos silencios. Algunas personas somos incansables a la hora de pedir ternura, de recoger pedacitos, reconstruir copas rotas o pegarle ojos a las muñecas dejadas al azar por niñas caprichosas. Llevo salvando abrigos usados por soldados en las guerras, orinales de peltre cuyos desportillados eran el último mensaje que viejos comediantes veían en sus despedidas lentas hacia la expiración. Vivo salvando cosas extrañas, fantaseando. Al salvarlas podría estar salvándome a mí. Un recolector activo ante la astucia frenética del olvido. Cuando su pata llega a rascarte la puerta es cuando los demás no piensan en tus risas, tus rabias, tus imprevisibles. Se muere cuando el olvido acaba devorándote.
Estar a tu lado, era una forma de estar lejos de mí, peor dicho, dentro de mí. Este oficio suicida supe congeniarlo con el oficio de causar espanto en los demás. Una flor temblaba sin viento cada vez que se levantaban mis demonios, reforzando con exabruptos mi labor de ejecutor.
Por más kilómetros dejados atrás, el corazón y la memoria se alían concentrados, cargan sensaciones supuestamente abandonadas. El corazón piensa, es hora de enterarnos y el cerebro se desvincula de la realidad, inventando personas perfectas, ternuras amarillentas, un fuego fatuo desorientando al frío, donde se mece la sensación de estar perdido.
México era unos esquites con sal y chile mientras la muchedumbre ciega, habladora, azarosa hacía lo imposible por declarar una libertad ajada como bandera mal doblada en el cajón de una historia cruenta.
Reconozco, esos años te busqué en casi trescientos cuarenta rostros para al final cansarme, encontrarte malamente. Esa vez, dentro una oscura discoteca Zona Rosa te acercaste pidiendo ceremoniosamente un baile. La monotonía del juego te hizo pasar desapercibido, tequilas después, "el toquero" vendiendo descargas eléctricas de a tres pesos y beber limón y sal en el lunar de tu indescriptible cuello, llegamos a tu casa desatando ese circuito de luces, calaveras de azúcar, cempasúchil y mole con carne de iguana.
El terremoto de tu ombligo, el sabor ahumado de tus piernas, un resplandor morado bautizándome pagano en cada encuentro. El frenesí apenas mi nombre sonaba en tus labios... Una especie de derrape en un taxi en la Avenida Lázaro Cárdenas. El vértigo de la Torre Latinoamericana, a mi pies, generado por tu boca. Diego Rivera, "Chaquetéandosela" "Haciéndose una chaira", "Jalándosela", "Haciéndose el jalouin", "Sacudiéndosela", viéndonos enganchados como dos "xoloitzcuintles" babeando en la silueta dejada por un poste de luz tras la cortina.
Veintitrés millones de México D.F. CDMX personas tras la puerta luchando por hacer lo mismo, a su vez, los balazos quitaban de la vida a 80 asesinados diarios. La raza recia ante el cadáver del azar desprevenido, la canija fortuna cotidiana. Librándolos del narco, los políticos, la cola de las tortillas. Un orfanato transitando en el metro Tacubaya. Av. Insurgentes es la calavera de la serpiente ya desplumada. La grosera diferencia entre las lomas del Pedregal y Tlalpan a hora punta. Con sus "nacos" bailando la extrema alegría de enterarse sin enterarse. Los teatros llenos de melómanos descastados, oyendo a Juan Gabriel desde su cielo recién inaugurado. Narcocorridos llenándonos de penas como procesiones fantasmas en la cumbre de los miedos. Una payasita rellenando de globos "chichis" y nalgas en el semáforo donde el hartazgo alcanza el color de los despavoridos. Las estaciones de autobuses cargando esperanza desvalida. Danzones enredando abrazos enredaderas, "La Malinche" guía turística, evitando ver cuerpos colgados en puentes peatonales. Los compadres hablando de trenzas y entramados para escalar el Popocatépetl 'el cerro que humea constantemente' en su lucha territorial por llegar a ser alguien aunque sea a "mordidas". La ebriedad de un mundo donde Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido Acción Nacional (PAN), Partido de la Revolución Democrática (PRD) Partido del Trabajo (PT), Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Partido Alternativa Socialdemócrata, Partido Nueva Alianza (PANAL) haciéndose bolas, mal pariendo precios petroleros, tranquilidad ciudadana , el sagrado "Nixtamal". Los "concheros" generando "vibra" desnudos, agonizantes en una mentira de "puritita" verdad.
El "Pediférico" Anillo Periférico (Valle de México) como una aorta preclara en multas, balaceras y accidentes. Avenida 16 de septiembre, Avenida Álvaro Obregón ,Avenida Ámsterdam Avenida Bucareli, Avenida Chapultepec, Avenida Constituyentes (Ciudad de México),Avenida Presidente Masaryk, Avenida Revolución, (Ciudad de México) Avenida Tláhuac las arterias de un corazón bombeando aire, alimentando smog, sueños y fatigas. La fuerza telúrica de ciertas mujeres luchando seriamente, una marionetita vestida de Beatles a la salida de la Basílica de la Virgen de Guadalupe pidiendo "su taco" para remedir heridas. La música intensa de mariachis guiñándole el ojo al abismo de la duda, de fondo, la Llorona pidiendo seguridad ciudadana, negándose por supervivencia, a asustar después de las seis por aquello de las violaciones, los robos a mano a armada, los secuestros exprés de gente inocentemente distraída.
Aun así, el hondo escondrijo de tu almohada, tus albures sobre la utilización de los dientes, luchando contra las muelas. El secreto de tu prosa, descubriendo mi poesía, quedó aquí, en mis adentros. Donde ningún tatuaje pudiera cubrir la huella de tu paso, el sabor de tu saliva, el norte de tus cejas. ¡Chingada Madre! ¡Cabrón destino! No hay bolero para describir la exacta dimensión de tu feroz abandono.
Es cierto, los "jotos" comen con cuchillos... Apuñalándome, librándome de mi mismo, como buscaba, quedé blanco, ingrávido, sombreado por zopilotes calvos como clavos. Te fuiste a desahuciarte de mi destino. Mataste la maldad dentro mi sangre, dejándome un agujero justo al centro de mi oscura nada.
Te busqué en discotecas, iglesias, sindicatos, cantinas. Los espiritistas repetían que te olvide. Encontraba tus pisadas en medio de las manifestaciones tumultuosas, en la lucha social delirante de priístas arrepentidos. En mujeres ahombradas, en sacerdotes feos como Tlazotéotl, diosa del amor físico y de las prostitutas. Mi pecho gritaba a diario la falta de tus pezones duros, brillosos como cueros. La situación entumecía al sol que me alumbraba, dejándome en el frío poblado de ataúdes, promesas neoliberales, nieves de inframundo. Xochimilco servía para navegar canales destinados al infierno, con sus muelles de cuernos, sonidos de "huēhuētl" tambor desgarrado. Tu pelo aparecía inesperado dentro los tamales de mole, en la panza roja de los tacos al pibil, en la bruma salivante del pulque curado con mango. En la cuchara deformada de mi paladar sin ti. Esta noche de muertos te cantaré el breve espacio, sobre la laguna turquesa enterrada del Distrito Federal CDMX flotando el agua del recuerdo. Descubrí mi muerte la primera noche, cuando cayó mi corazón bajo la cama resonando el vacío de su alma, terriblemente.