No, señoras, la libertad sexual no es resignarse a que te toquen el culo
No hay peor misoginia que la de una mujer hacia otra mujer.
¿Ya se han extinguido los dinosaurios?
En una tribuna, que al principio nos tomamos como un sketch poco cómico, varias mujeres famosas se han propuesto explicarnos la vida, la verdadera, a nosotras, feministas radicales, y aprovechan para llamarnos misántropas.
C. Millet en cabeza nos acusa de declarar la guerra a los hombres y de comportarnos como nenazas. Sugieren que las víctimas de violación lo son porque a veces ellas no saben dominarse. Millet va más lejos en una entrevista a France Culture al expresar su lamento por no haber sido violada, no por el placer que ella espera encontrar ahí, sino para demostrar que tampoco es tan grave.
C. Millet tiene todo el derecho a tratar su sexualidad bajo un ángulo más o menos masoquista, ninguna de nosotras va a impedírselo, pero es deplorable que trate de sermonear a las víctimas reales de violación.
Millet recurre a la concepción pascaliana obsoleta del cuerpo desconectado del alma (entendida como mente o espíritu). Desde el siglo pasado y gracias a las aportaciones de la ciencia, sabemos que lo que prevalece es lo contrario.
Es cierto que si tratamos de someternos a su visión, hay una cierta similitud mecánica entre una violación y una relación sexual consentida, pero justamente ni una ni la otra son actos puramente mecánicos, ya que ninguno de ellos está desconectado de la mente.
La otra acusación es la de una vuelta al orden moral, al puritanismo más reaccionario. El hecho de no callar más las violaciones y las agresiones ellas lo comparan con una prohibición de la seducción. El hombre que ellas evocan no tiene matices, es un cazador rudo que sólo expresa su atracción a través de comportamientos groseros y ligeramente insistentes. Hay que entenderlo: el hombre es un niño grande que no sabe canalizarse.
Nuestras percepciones de las relaciones hombres-mujeres difieren sobremanera.
Si puede haber voces que se sientan impulsadas por una fuerza puritana es porque nos encontramos en los albores de un cambio mayor. No ignoramos esta peligrosa tentación; no somos ni más tontas ni más inconscientes que ellas. Siempre hemos proclamado una total libertad de costumbres, pero la violación no forma parte de ello.
No necesitamos su actitud maternal que nos infantiliza. No denunciamos tanto por quejarnos o victimizarnos (como dicen ellas) como por concienciar de la actitud de ciertos hombres hacia las mujeres (tengan en cuenta, señoras, el uso del determinante indefinido para evitar la amalgama, el 'todos los hombres').
Simplemente queremos (¿la simplicidad no es lo más difícil de alcanzar?) que las reglas del juego sean las mismas para todos y todas, que un rechazo educado no debe interpretarse de otra manera, que un 'no' categórico no sea excusa para lanzar insultos y a veces golpes.
Al liberar nuestra palabra, queremos que las relaciones entre los dos sexos no se basen en la desconfianza o el temor.
Este discurso alto y claro ha hecho que algunos hombres tomen consciencia de las consecuencias de comportamientos que hasta ahora consideraban anodinos, es un paso hacia una mejor comunicación entre hombres y mujeres. En ningún caso buscamos venganza; es una pena que esas señoras arraigadas a una época que los menores de 40 no pueden conocer no quieran entender este matiz. No hay peor misoginia que la que expresan las mujeres hacia otras mujeres.
En este momento que celebramos el centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir, sus palabras resuenan con una fuerza innegable: "Una no nace mujer, sino que se hace mujer".
¡La libertad sexual es bella! Comienza ahí donde hay un trato de igual a igual y consentimiento mutuo, independientemente de las prácticas sexuales. La libertad sexual no consiste en resignarse a que te toquen el culo o a que te besen sin quererlo.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano