No, mi novio no pidió permiso a mi padre para casarse conmigo, estamos en 2019
En Nochebuena, me comprometí con el que lleva ocho años siendo mi novio. Después de casi una década juntos, un tiempo en el que hemos vivido en tres ciudades diferentes, terminado dos carreras, trabajado en innumerables empleos y adoptado un perro muy extraño, nuestro compromiso no es nada sorprendente. Las reacciones de mis amigos y familiares fueron encantadoras, como era de prever, y el hecho de que mi hermana echara leña al fuego medio en broma sobre quién iba a ser la madrina fue igualmente previsible.
Lo que no me esperaba era el nivel de interés sin precedentes que iba a acaparar mi padre. La verdad es que mi padre es maravilloso. Tiene un gran gusto musical y me ha recomendado todos los programas de televisión que me han enganchado. Sin embargo, esa sorprendente fijación por mi padre tenía poco que ver con su enorme cultura pop; más bien se debía a si había "dado su aprobación" a mi compromiso.
"¿Cómo le pidió permiso Josh a tu padre?".
"¿Eh?".
"¿Fue a Francia para verlo en persona o lo hizo por teléfono?".
"¿¡Qué!?".
"¿Hace cuánto se lo pidió?".
"¿Pedirle qué?"
Y así una y otra vez.
La primera vez que tuve esta conversación, no estaba haciéndome la sueca de forma deliberada. Lo cierto es que no tenía ni idea de lo que estaban diciendo. He visto comedias con hombres heterosexuales nerviosos y trabándose al hablar con sus futuros suegros para pedirles permiso para casarse con sus hijas, pero, ¿en pleno 2018? Pensaba que era algo como los calentadores de piernas o la permanente, que murieron en los 80. Resulta que es más como el vinilo o el doble denim: sorprendentemente populares en el siglo XXI.
Le conté la situación a mi padre, confundida por la gran cantidad de personas que parecían ofendidas por el hecho de que Josh se hubiera "saltado" la tradición de algún modo. Como padre de tres mujeres sin pelos en la lengua, llegó a la conclusión de que si venía alguien a pedir permiso, se lo denegaría de inmediato porque sería la prueba de que no nos conoce bien. Una trampa feminista: si nos tratas como una propiedad, él utilizará las costumbres patriarcales para despacharte.
Resulta que Josh tampoco tenía ni idea de que esta costumbre estuviera aún tan extendida. No se le había ocurrido pedirle permiso a mi padre, no le parecía una decisión en la que tuviera voto. Además, tal y como dijo Josh más adelante: ¿Y mi madre?
Exacto, ¿y mi madre? Tengo la suerte de tener una madre verdaderamente excepcional que corre ultramaratones con más de 50 años, trabaja 80 horas semanales y hace al mismo tiempo un doctorado. Es una especie de central eléctrica. Me da miedo pensar cuáles habrían sido las consecuencias si Josh se hubiera acercado para hablar con mi padre, ignorando a mi madre en el proceso.
Mi madre, sin embargo, tampoco se ha librado de aparecer en las preguntas de los que me han dado la enhorabuena. Simplemente eran preguntas más... ¿superficiales?
"¿Sabes qué vestido va a llevar?".
"Seguro que te habrá pedido un montón de cosas para el gran día. ¿Estarán sus flores favoritas?".
"¿Qué clase de tocado llevará?".
Literalmente. No es broma.
Los papeles de mis padres fueron divididos al instante: a mi padre le tocaba tomar las decisiones sobre mi vida mientras que mi madre quedaba relegada a la sombrerería.
Me gustaría aclarar que todas estas personas no tenían ninguna intención de ofender. Parece ser más bien el reflejo de una parte de la sociedad que no había visto nunca y que no reconozco. Mi sorpresa por la fascinación de la gente con mis padres lo demuestra. Quizás yo sea un reflejo de mi propia perspectiva estrecha y aislada de la realidad. Había dado por hecho o incluso deseado que los valores que Josh y yo compartimos fueran lo normal.
En un mundo en el que el matrimonio sigue definido por la mayoría de países como la unión entre un hombre y una mujer solamente, quizás no debería haberme sorprendido tanto al enterarme de que las mujeres somos algo con lo que comercian los hombres. Porque eso es a lo que se reduce y está a un solo paso de la dote y de un acuerdo comercial.
Soy consciente de que esta es la institución en la que he decidido participar, una institución cargada de expectativas de género. Fuimos optimistas cuando nos propusimos llevar todo el proceso a nuestro modo y celebrar una boda moderna y alegre en vez de una boda regida por los valores tradicionales. Seguimos con esa idea.
Así que no, mi prometido no le pidió permiso a mi padre para casarse conmigo. Mi padre no me ha "entregado" a mi prometido. Mi madre probablemente no va a llevar ningún tipo de pamela. Yo pagué la mitad de mi anillo de compromiso. Y voy a mantener mi apellido, por supuesto.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.