Netanyahu, a la reconquista de su trono en Israel
Tras 15 años como primer ministro, desbancado por una coalición de "todos contra Bibi" y enjuiciado por corrupción, el candidato del Likud insiste en vestirse de salvador.
Benjamín Netanyahu, el primer ministro más longevo de la historia de Israel y apodado Rey Bibi entre sus más fervientes seguidores, aspira a reconquistar su trono en las elecciones del próximo martes tras ser derrocado el año pasado por una coalición de partidos de todas las tendencias.
Después de 15 años al mando del país (1996-99 y 2009-21), Netanyahu fue relegado en junio de 2021 a líder de la oposición, al frente del partido Likud, en lo que muchos vaticinaron como el ocaso de su carrera política, pero prometió entonces retomar el poder y esa posibilidad cobra ahora cada vez más fuerza.
Su popularidad no se ha resentido: las encuestas lo confirman como el candidato con más intención de voto para los comicios del 1 de noviembre, aunque no está claro que pueda aunar una mayoría suficiente para formar un gobierno estable, como ya ocurrió en las cuatro últimas elecciones desde 2019.
Carismático
Hábil político, duro negociador y carismático líder, es el baluarte de un bloque derechista que aglutina cada vez más votantes y que en los últimos comicios posibilitó el ingreso a la Knesset (Parlamento) de partidos extremistas, abiertamente racistas y homófobos, con los que “Bibi” no tiene reparos en negociar para recuperar su trono.
Su campaña se ha centrado en presentarse como el único candidato capacitado para dirigir un país con múltiples desafíos en seguridad y lidiar con la creciente violencia con los palestinos, la perpetua amenaza de Irán o las tensiones con la milicia chií libanesa Hezbola.
Pero su principal rival, el actual primer ministro en funciones, Yair Lapid, no sólo ha logrado amplios avances en el campo de la diplomacia -profundizar en los Acuerdos de Abraham, la reconciliación con la UE, Turquía o Jordania; y el acuerdo marítimo con Líbano- sino que además ha adoptado la estrategia de “mano dura” similar a Netanyahu con los palestinos, sin cerrar la puerta al diálogo, y se ha mostrado implacable con el acuerdo nuclear con Irán.
Más allá de estrategias, ideologías y partidos, el panorama político de Israel sigue articulado en torno a su figura y de nuevo estás elecciones se dividen entre el bloque pro-Netanyahu y el anti-Netanyahu, que incluye a políticos de afinidad ideológica con él, pero unidos por su animadversión hacia el ex primer ministro, sus ademanes autoritarios y acusaciones por corrupción.
A sus promesas sin cumplir, manipulaciones y artimañas para aferrarse al poder, achacan muchos analistas la parálisis política de Israel desde 2019, con cuatro elecciones -y las quintas el próximo martes- en las que, aunque Netanyahu fue el candidato más votado, no logró una mayoría suficiente para formar gobiernos estables en un sistema electoral cada vez más fragmentado y un país cada vez más polarizado, parte de su legado.
Acusado de corrupción
Más allá de su evidente convicción de ser el político más cualificado para liderar el país, uno de los principales motivos por los que Netanyahu aspira a recuperar el cargo de primer ministro es manejar con los recursos que le permite el puesto su juicio abierto por corrupción, que le podría llevar a la cárcel.
Fraude, cohecho y abuso de confianza, en tres casos distintos, avanzan lentamente en una Justicia a la que tanto él como sus fieles aliados en la derecha atacan sin pudor, y cuya acción se puede ver limitada desde un Parlamento afín a Netanyahu.
Además de su “mano dura” en seguridad y su experiencia diplomática desde joven, Netanyahu se presenta como el adalid del despegue económico de Israel en sus largos años en el poder, cuando el país se convirtió en potencia económica mediante el modelo de la “nación startup” y con políticas neoliberales.
Respecto a los palestinos, se opuso de forma ferviente a los Acuerdos de Paz de Oslo (1993-94) y se fue alejando de la solución de dos Estados y la creación de un Estado palestino independiente, a favor de las políticas de colonización y anexión de sus territorios, al tiempo que trabajó para mantener la identidad y superioridad judía de Israel.
Aunque algunos vaticinaron su final, todavía queda cuerda a la carrera de Netanyahu, que comenzó en 1982 como número dos de la legación diplomática de Israel en EEUU, donde realizó sus estudios universitarios.
Luego le llegó el puesto de Embajador ante la ONU, al que renunciaría en 1988 para iniciar su trayectoria política en el Likud, partido más popular de Israel y que ha liderado buena parte de los últimos 30 años.
En 1996, con 46 años, se convirtió en el primer ministro más joven del país, cargo que mantuvo tres años, antes de ser derrotado por el entonces laborista Ehud Barak. Tras un impás en el que se dedicó a los negocios, volvió a la primera línea política en 2002, primero como ministro de Asuntos Exteriores y luego de Finanzas.
Su segundo período como jefe de Gobierno comenzó en 2009 y desde entonces logró revalidar su cargo en todas las elecciones hasta que en junio de 2021 la coalición que integró el “Gobierno del cambio” le desbancó del puesto.