Morir matando: Albert Rivera y Pedro Sánchez
Ciudadanos y el PSOE han sido los grandes damnificados en la repetición de elecciones.
En una de las escenas mejor conocidas del Don Juan Tenorio, Luis Mejía se entera de que el protagonista de la obra ha seducido con engaños a su prometida, Ana de Pantoja, y le reprocha que “imposible la haís dejado para vos y para mí”. Algo similar podría haberle dicho Albert Rivera a Pedro Sánchez respecto al centro que ambos cortejaban. El presidente en funciones ha conseguido hundir a Ciudadanos, pero sus votos, lejos de emigrar al PSOE, terminaron en el cesto de Vox. Un paso más en el camino suicida que ha emprendido la democracia española hacia la polarización. Sánchez ha liquidado a Rivera, pero Rivera, con su tajante negativa a proporcionarle ningún tipo de apoyo, le ha dejado en las patas de los caballos. Ahora tendrá que gobernar con Podemos y los independentistas. Justo lo que pretendía evitar cuando convocó nuevas elecciones.
Y el caso es que entre los dos líderes parecía existir una buena sintonía hasta hace poco. Recordemos que a principios del 2016 acordaron un pacto de gobierno centrista (centro izquierda y centro derecha) que no llegó a cuajar por factores ajenos a su voluntad. Pero tres años después, cuando se les planteó la oportunidad de renovar la iniciativa (ahora, además, en circunstancias mucho más favorables, ya que la suma de ambos daba mayoría absoluta), la relación se había enfriado hasta límites que imposibilitaban cualquier acuerdo. ¿Qué había sucedido? La respuesta es evidente: la moción de censura contra Rajoy. Un hecho cuya importancia resulta difícil de exagerar. La forma en que Pedro Sánchez la llevó a cabo enrareció el ambiente político, desencadenando la ira de sus posibles aliados del centro.
A mediados del año pasado, el PSOE se encontraba en una situación delicada. Tras los graves sucesos de Cataluña, las encuestas pronosticaban que, de haber elecciones, las ganaría Ciudadanos. ¿Cómo era posible que los socialistas no hubieran conseguido rentabilizar el desgaste sufrido por el Gobierno del PP? Por el contrario, Ciudadanos parecía no tener techo. Había que encontrar la forma de disputarles su espacio. En ese contexto, Pedro Sánchez vislumbró la sentencia del caso Gürtel como una tabla de salvación. La operación era complicada. Primero, debía convencer a la izquierda radical y a los nacionalistas vascos y catalanes (incluyendo a los independentistas) para que le ayudaran a echar a Rajoy. La parte fácil del plan. Luego, necesitaba mantenerse en el poder el tiempo suficiente para visualizar ante los españoles una línea de gobierno moderada y constitucionalista. Una contorsión complicada, ya que se oponía a lo que parecían sugerir sus apoyos implícitos durante el largo compás de espera (casi un año) que precedió a la convocatoria de elecciones. .
La estrategia le dio resultado, al menos en parte. Los comicios de abril los ganó por un amplio margen, aunque muy lejos de la mayoría absoluta. Lo que suponía que necesitaba socios para gobernar. Ciudadanos no estaba dispuesto a facilitarle las cosas. Le negó en redondo su apoyo, con la intención evidente de obligarlo a formar gobierno con los que le habían aupado al poder. Esto es, con sus socios de la moción de censura. Pero Pedro Sánchez se resistió. Sabía muy bien que una cosa es aprovecharse de los votos de un conjunto heterogéneo de partidos para derribar a un enemigo común y otra muy diferente gobernar con ellos.
Hubo unas segundas elecciones. Y Ciudadanos se hundió. Pero el PSOE y Podemos también perdieron votos. ¿Quién venció en la guerra a muerte entre Sánchez y Rivera? Ninguno. De hecho, Ciudadanos y el PSOE han sido los grandes damnificados en la repetición de elecciones. Sánchez supo aguantarle el pulso a Rivera y consiguió echarlo de la política, pero los votos de Ciudadanos terminaron en el PP y en Vox. Y, como consecuencia, el dirigente socialista se ve ahora obligado a formar el gobierno que antes rechazaba. En definitiva, a hacer lo que quería Rivera. Depender de Podemos ya de por sí es complicado, pero llegar a acuerdos con alguno de los partidos independentistas catalanes implica internarse en un campo de minas.
La rocambolesca maniobra iniciada por Sánchez con la moción de censura para disputarle el centro a Ciudadanos, ha terminado en desastre. El resultado no podía ser peor. El centro ha desaparecido, Ciudadanos ha perdido relevancia, la extrema derecha se ha disparado y el PSOE se ve obligado a formar gobierno con los apoyos (o al menos la abstención) de la izquierda radical y los independentistas. Lo que supone una polarización cada vez mayor de la escena política española. Una polarización que, por todos los indicios, no hará sino incrementarse. Porque lo que está claro es que una repetición de las elecciones no solucionaría nada. Pedro Sánchez tendrá que formar Gobierno. Y en las peores condiciones posibles.
¿Se equivocó al rechazar a sus socios de ahora en mayo? No lo creo. Su mayor error consistió en creer que, si transmitía una imagen de moderación, el voto de Ciudadanos terminaría en el PSOE. No comprendió la exasperación, cada vez mayor, que experimentan muchos españoles frente a lo que consideran un ataque continuo a su identidad. No entendió, tampoco, que la tibia respuesta del PSOE frente a la radicalización de los nacionalismos periféricos es percibida por un porcentaje creciente de votantes como una parte esencial de problema. El independentismo catalán está consiguiendo desplazar el eje central de la política española del terreno ideológico a cuestiones identitarias. Pretender que un Gobierno del PSOE escorado hacia Podemos y que haga concesiones a los independentistas conseguirá frenar el ascenso meteórico de Vox, es absurdo. Más bien provocará lo contrario. De continuar en esa dirección, las soluciones políticas se irán estrechando y la fuerza (sea del tipo que sea) sustituirá a la negociación. Ese es el riesgo que ahora corremos. Subestimarlo sería peligroso.
El pulso entre Sánchez y Rivera se ha saldado con grandes pérdidas por ambas partes. Ciudadanos casi ha desaparecido, pero Sánchez está donde Rivera quería verlo. Surcar las aguas turbulentas que le esperan en los próximos meses no será fácil. Sánchez consiguió destruir a Rivera, pero Rivera, a fin de cuentas, es muy probable que destruya a Sánchez. ¿Serán los únicos que perezcan en el naufragio? Probablemente no. El alcance del desastre es difícil de prever. Si Sánchez decide escorarse hacia las posiciones de la izquierda radical y el independentismo, será el fin del PSOE tal y como lo hemos conocido hasta ahora. O por lo menos de una de sus almas. La más moderada. La que desempeñó un papel esencial en la consolidación de nuestra democracia. Lo que implicaría que, para que el sistema sobreviva, tendría que surgir un partido de centro izquierda que cubriera el espacio que dejaría vacante.
La democracia, como bien sabemos, es un sistema refractario a los extremos. Para funcionar bien, necesita una amplia mayoría moderada. La radicalización de la izquierda provoca inevitablemente una radicalización de la derecha, del mismo modo que la radicalización del nacionalismo catalán está ocasionando un fuerte rebrote del nacionalismo radical español. Si esa dinámica continúa, nuestra democracia sufrirá grandes convulsiones. De hecho, ya las sufre. Los nacionalistas catalanes son los principales responsables de la deriva, por haberse dejado seducir en masa por las propuestas del independentismo. Pero el PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, no puede negar su parte de culpa. La moderación es buena y necesaria cuando se negocia con grupos que están dispuestos a corresponder con la misma moneda. Pero no con los radicales. Porque legitima sus posiciones y propicia una reacción en sentido contrario. El único cordón sanitario efectivo contra Vox será el que se haga extensivo a los radicalismos de todo tipo.
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