Miren ese dedo: qué uña, qué piel
El país está congelado: no hay leyes que aprobar, debatir o de las que informar; no hay propuestas a corto, medio y largo plazo. No hay nada.
Vivimos tiempos delirantes. Fijamos la vista con admirable perseverancia en el dedo, mientras la luna aparece y desaparece sin que nos demos cuenta. ¿Luna? ¿Qué luna? Eso da igual, pero mire ese dedo, esa carne lustrosa, esa uña perfilada... Nos retroalimentamos exaltando las nimiedades, lo que pasará y no dejará huella. Los medios, alentados por los políticos, no hacemos más que alimentar ese fuego de la nada.
Hemos malgastado todo un año, tal vez más, en debatir sobre fechas de debates electorales, detalles minuciosos de reuniones en las que se acuerda que se seguirá acordando lo que sea, debates furiosos sobre si se da una rueda de prensa, futuribles que llegarán por más o menos información que se tenga. Nos importan más los medios que el fin.
Ahora se gastan ríos y ríos de tinta, o de pixeles, elucubrando sobre la fecha en la que la Abogacía del Estado presentará el dictamen con el que se debe posicionar sobre la sentencia del Tribunal Europeo de Justicia que reconoce la inmunidad parlamentaria de Oriol Junqueras desde que se proclamaron los resultados de las elecciones del 26 mayo, aunque la Fiscalía sostiene que el juicio del Procés concluyó antes de esos comicios y que, por tanto, no gozaría de esa inmunidad.
No hay erudito en Derecho que entienda esto. Pero ahí estamos, contando, matizando, relatando, explicando cosas que a nadie le interesan. Ni a los ciudadanos ni al futuro del país.
Ojalá solo fuera eso: hacemos cábalas con que la Mesa del Congreso habilita de forma preventiva los días 28, 29 y 30 de diciembre como jornadas hábiles ante la posibilidad de que se celebre el debate de investidura. Vendemos como exclusivas que Pablo Iglesias se reúna antes de Navidad con ERC para allanar la formación de un posible Gobierno. Nos llenamos la boca criticando que Pedro Sánchez no convoque el tradicional discurso de balance del año pese a que ningún balance del año ha generado, jamás, una noticia mínimamente relevante.
Nos hacemos todos —políticos, medios de comunicación, sociedad en general— trampas al solitario mirando el dedo y no la luna. Qué más da si la investidura es el 30 de diciembre o el 5 de enero. ¿Qué cambiará una semana más o una menos? Absolutamente nada. ¿Qué más da si se celebran dos, cinco o diez reuniones para conformar un nuevo Ejecutivo? Absolutamente nada. Que se formalice cuanto antes y el país eche a andar de una vez. Eso sí es relevante.
¿Acaso alguien recuerda una medida política importante este año? Imaginen el vacío que nos deja 2019 que la única que podemos recordar es el trasladado de una momia del Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio.
El país está congelado: no hay leyes que aprobar, debatir o de las que informar; no hay propuestas a corto, medio y largo plazo. No hay nada. La palabrería lo domina todo, los días pasan sin pena ni gloria y los asuntos de verdadero calado quedan archivados durmiendo el sueño de las esperanzas perdidas.
¿Qué debate se ha planteado sobre el encaje de Cataluña en España y de España en Cataluña? ¿Qué tipo de país queremos tener en 20, 30, 50 años? ¿Qué sociedad estamos creando? ¿De qué forma podemos combatir problemas tan acuciantes como la crisis climática, el constante fracaso educativo o la enésima crisis económica que nos volverá a golpear? ¿Cómo podemos mantener el sistema de las pensiones? ¿Qué límites mínimos nos marcamos para mantener el Estado del Bienestar? ¿Abrazamos políticas proteccionistas, como EEUU, o perseveramos en la Globalización? ¿Qué país aspiramos legar a las futuras generaciones?
Tenemos el firmamento lleno de lunas pero fíjense, no pierdan la mirada: observen ese dedo, qué uña, qué piel. Contemplen cómo se mueve, cómo apunta al vacío. A la nada. A nuestro presente y futuro.