Mirar lo que no se ve
"¡Eso no es así y lo demostraré!". Así de contundente imagino a Antoni de Martí Franquès, un hombre entusiasta y observador que cuando se topaba con una nueva investigación que le chirriaba no se pensaba dos veces comprobarlo por sí mismo. Era un científico ejemplar. O como dirían sus coetáneos: un filósofo natural de referencia. Quizá, este personaje histórico no ha llegado a nuestros días con la misma relevancia que tuvo en su época entre la comunidad científica, pero sus aportaciones bien merecen nuestra atención.
Él siempre veía el vaso medio lleno. O mejor dicho, lleno entero. Y no solo porque fuese muy optimista, sino porque se fijó en algo que no vemos pero está: el aire. Las personas intelectualmente avanzadas y con cierto sentido crítico y analítico -como él- son capaces de ver más allá. Pero Martí Franquès, no solo vio más allá, sino que se obsesionó por conocer lo que había en medio. Quiso saber qué compone el aire del ambiente. En concreto, cuánto oxigeno había en él.
Su curiosidad incesante le mantuvo al día de los últimos avances científicos, algo que no era fácil en la Tarragona de finales del siglo XVIII. Obtener revistas científicas en aquella época, con la situación política y cultural que imperaba, era realmente complicado. Las que entraban al país lo hacían gracias a generosas cantidades de dinero o a los buenos contactos y relaciones internacionales. Y precisamente por eso lo consiguió. Este terrateniente, heredero de una familia de bien, gozaba de una buena posición social y económica, la misma que le permitió, con solo doce años, cursar Filosofía –estudios que abandonó al cabo de dos años- en la única universidad que había en Cataluña, la Universidad de Cervera.
Es por eso que finalmente Martí Franquès acabó siendo autodidacta de disciplinas como la botánica, la geología, la física y, especialmente, la naciente química. Su desarrollo intelectual e investigador se enmarca en la llamada revolución química, una época en la que las viejas teorías se ponen en duda y las nuevas ideas se convierten en leyes. Una época en la que se decía que París pensaba y hablaba mientras que el resto del mundo escuchaba y aceptaba. Pero en realidad, en aquella misma época, nuestro protagonista demostró que la periferia también tenía mucho que decir y hacer.
Un ejemplo claro fue el caso del oxígeno, que estaba en tela de juicio. Los químicos pusieron sobre la mesa del saber la necesidad de explicar algo más concreto del "aire bueno", como se le llamaba a esa parte del aire necesaria para vivir. En el Real Colegio de Cirugía de Barcelona se leyeron memorias (lo que sería un paper o una tesis doctoral hoy en día) en las que se discutían sus posibles usos terapéuticos. Y Joseph Priestley, el primer científico en aislar el oxígeno puro, demostró que unos ratones sobrevivían más tiempo en una campana llena de oxígeno que los que lo hicieron con aire de la atmósfera. De ahí que le otorgasen al aire las cualidades de "bondadoso" o "salubre".
Es gracioso conocer ahora esas antiguas observaciones cuando hoy en día sabemos sobradamente que el aire está compuesto por dos gases: el oxígeno y el nitrógeno. Ambos son transparentes y sus moléculas son parecidas, ya que están compuestas por dos átomos. El oxígeno es el gas que se respira, pues lo necesitamos para vivir. En cambio, el nitrógeno no se respira, lo inhalamos pero lo volvemos a sacar, sin que se quede en los pulmones.
Pero, ¿cuánto oxígeno hay en el aire? ¿es posible saber eso? ¿era posible saberlo en el siglo XVIII? La respuesta es sí. Fue precisamente Martí Franquès quien lo descubrió y quien estableció unos valores que aún se mantienen vigentes hoy en día.
Durante mucho tiempo, a este científico nacido en Altafulla (Tarragona) en 1750 le llamaron la atención las últimas publicaciones científicas relacionadas con la concentración de oxígeno en la atmósfera. Y no es para menos, saberlo con exactitud daba respuesta a una cuestión que estaba huérfana y sentaba las bases de teorías futuras sobre qué respiramos y qué hay de cierto en esa condición medicinal del aire.
Lo interesante es que, a pesar de la relevancia del asunto, la ciencia aún no estaba en lo cierto. En esas investigaciones que seguía de cerca Martí Franquès se pudo ver de todo. Por ejemplo, Joseph Priestley estimó que el volumen del aire era cinco o seis veces el volumen del oxígeno que éste contenía; o los químicos italianos Felice Fontana y Marsilio Landriani consideraron que la concentración de oxígeno en el aire era variable.
Este desbarajuste de ideas y cifras fue lo que despertó su curiosidad y le animó a adentrarse seriamente a descubrir la cantidad de oxígeno que contenía el aire. Parece que el asunto realmente le inquietaba y se obcecó en saberlo con certeza.
Para ponerse manos a la obra necesitaba un instrumento mejor que el que habían usado sus colegas extranjeros, ya que estaba convencido de que la causa de ese baile de cifras era el aparato con el que se hacía el experimento. Comparó exhaustivamente los diferentes eudiómetros utilizados para encontrar este valor. Un eudiómetro es el nombre de los diversos mecanismos que servían para investigar y medir el cambio del volumen de una mezcla de gas después de una reacción física o química. Y es que así es como lo intentaron encontrar: hacían reaccionar el oxígeno con aire nitroso, con hidrógeno, con fósforo, con hierro con limalla...
Martí Franquès buscó las ventajas e inconvenientes de todos ellos y descartó los que no funcionaban. Después de excluir media docena de elementos químicos cuyas reacciones no eran del todo concluyentes, apostó por rescatar una reacción descubierta por el científico Carl Wilhelm Scheele años atrás, que consiste en una mezcla de polisulfuros de calcio obtenida después de hervir agua, hidróxido de calcio y azufre. Este compuesto tenía la propiedad de consumir el oxígeno. Así, agitando el recipiente con el que hizo su eudiómetro durante un buen rato hasta que el oxígeno desaparecía, solo le quedaba medir la cantidad de aire restante en el recipiente.
En realidad, esta reacción está limitada por la difusividad. Es decir que, para que se dé una reacción, el aire debe disolverse con la solución, pero como éste tiene una capacidad de mezcla (difusividad) muy baja y le cuesta disolverse hay que ayudarle. Para ello es necesario agitar entre diez y treinta minutos cada muestra. Es por eso que probablemente Martí Franquès tuviera a sus criados bien ocupados sacudiendo la mezcla para obtener los resultados.
Repitió el experimento centenares de veces, dándole un aire diferente a cada prueba. Recogió muestras de aire en días húmedos y en días secos, con viento, en calma, cerca de pantanos, del mar, del bosque, en casa, en un teatro lleno de gente... Y mezcla que mezcla, agita que agita, una y otra vez... y siempre obtuvo los mismos resultados: "la concentración de oxígeno en el aire es de un 21% sin llegar nunca a un 22%".
Las revelaciones de Martí Franquès no se habían descrito antes. De hecho, que el oxígeno que hay en el aire es un 21% y que este valor no es variable dependiendo de las condiciones ambientales son "verdades" aún vigentes hoy en día. Esta es la revolución de un científico español poco conocido y poco reconocido que, a pesar de vivir aislado de la comunidad científica y de no disponer de grandes utensilios de laboratorio, dejó un legado válido para los químicos que están por venir.
Gracias a su talento, a su pasión por el rigor y por el método científico y a su perseverancia, los resultados de sus investigaciones han transcendido hasta el siglo XXI, donde parece que la globalización y las nuevas tecnologías pueden superar cualquier descubrimiento hecho de forma más rudimentaria.
En su momento, Martí Franquès tuvo cierta repercusión en la comunidad científica internacional, tanto porque su memoria titulada Sobre la cantidad de aire vital que se halla en el aire atmosférico y sobre varios métodos de conocerla se publicó en revistas científicas de España, Reino Unido, Francia y Alemania; como porque otros investigadores lo citaron en sus trabajos tomándolo como referencia, a pesar de cambiarle el nombre para pasar a llamarle De Marty o McCarthy.
Nuestro protagonista también fue decisivo en otros campos de las ciencias en los que experimentó, como la reproducción sexual de las plantas o por su contribución al proyecto internacional que pretendía medir la circunferencia de la Tierra. Pero sus aventuras al frente de estos retos darían para otro artículo.
Antoni de Martí Franquès no era un simple pudiente hacendado de Tarragona. Su afán por el saber y por contribuir al mundo con nuevos descubrimientos humanizan su figura. Y su lucha por conseguir una carretera entre Tarragona y Lleida o su interés al firmar un manifiesto que reclamaba una universidad en Tarragona muestran su cara más filantrópica.
Además, cuando en 1811 Tarragona sufre el asedio napoleónico, Martí Franquès se convierte en un héroe por alistarse a la defensa de la ciudad. Eso sí, se trata de un héroe que pierde la guerra, que ve saqueado su laboratorio, que lamenta la destrucción de su biblioteca y sus notas científicas y que resulta herido de un ojo.
Después de este hecho histórico, dejó de investigar. Pero aún le quedaban algunos años para disfrutar de su fortuna y de sus éxitos y, sobre todo, para seguir informándose de los logros que la ciencia iba desvelando, hasta que en 1832 fallece con 82 años.
Hoy podemos decir que Martí Franquès ha caído en el olvido. De hecho, no existe demasiada bibliografía. Todo lo que se sabe de él se ha extraído de la documentación que se ha conservado sobre sus trabajos experimentales: unas 3.000 páginas manuscritas de difícil lectura, que recogen unas 50.000 observaciones; aunque únicamente se han transcrito las que desarrolló cuando tenía entre 66 y 78 años. De todo lo que hizo antes, solo se conocen los contenidos de las tres memorias presentadas en público y las referencias de sus contemporáneos.
Actualmente, todos los químicos que trabajan con el oxígeno o con el aire saben que tienen que contar con un 21%, pero pocos saben que ese valor lo descubrió un científico español. Casi nadie se acuerda de este personaje relevante en la historia de la ciencia ni relaciona esta contribución científica con un descubrimiento nacional. Tan solo encontramos algunas iniciativas que pretenden rememorar su figura, divulgar sus experimentos y educar a la sociedad y a los niños sobre la importancia que tuvo, como por ejemplo, las actividades que promueve y organiza la Universitat Rovira Virgili, la universidad pública de Tarragona, la universidad que a Martí Franquès le hubiera gustado tener.
Para más información:
- Camós, Agustí (2014). Antoni deMartí i Franquès y la generación espontánea.
- Grau-Bové, Josep (2012). Nuestro héroe Martí i Franquès.
- Grau-Bové, Josep (2013). Martí i Franquès, l'home que mirava l'aire.