Ministro de estertores
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Josep Borrell, ministro de estertores, ha ofendido gravemente otra vez. Ha vuelto a insultar a partes nada despreciables de la humanidad en una conferencia impartida en la Complutense; en un acto formal, pues.
En primer lugar —porque fue muy ordenado—, a los millones de personas que no hablan inglés en EE UU. En segundo lugar, a las mujeres y hombres que vivían en América del norte antes de la colonización europea.
A la pregunta retórica que él mismo se hizo:
Su ingeniosa y muy satisfecha respuesta fue:
Un vistazo a los carteles de la flamante congresista Alejandria Ocasio Cortez, política que arrasó en las primarias del Partido Demócrata —dio buena ocasión para que la votaran—, muestra que hay más diversidad de la que dice. (Y que la bandera yanqui no es imprescindible.)
El cartel está en consonancia con la situación lingüística estadounidense. Se calcula que un 17,8% de la población, es decir, unos 42 millones de hablantes, usan el castellano. De hecho, las autoridades españolas —lingüísticas o no— creen que es un bien y una riqueza a preservar, si es posible, a aumentar y a patrimonializar; ojalá hicieran lo mismo para potenciar en España —algo bastante más fácil— todas las lenguas que la Constitución dice que deben protegerse.
No sé si Borrell sabe que los padres fundadores rechazaron que el inglés fuera lengua oficial en EE UU porque consideraron que dictaminarlo así atentaría contra los derechos y las libertades de un país en el que por aquel tiempo se hablaban veinte lenguas (entre europeas y propias o indígenas).
O si sabe que en los tribunales la ciudadanía tiene derecho a contar con servició de traducción, hable la lengua que hable, si no domina el inglés. En algunos colegios electorales las papeletas están traducidas a idiomas como el chino, el español, el vietnamita, etc. Ni que decir que la derecha ha realizado y realiza intentos para que el inglés sea la lengua oficial. Se oponen desde la Sociedad Lingüística Americana a organizaciones de derechos civiles como la ACLU. Argumentan que, entre otras cosas, podría vulnerar los derechos individuales de la gente que no domina el inglés.
La segunda respuesta fue perfectamente coherente con la primera:
Los «cuatro indios» que asesinó la colonización europea son millones. La población nativa norteamericana (según Borrell sin historia, cultura ni lengua) era antes de la colonización se calcula que de entre 5 y 10 millones de personas. En 1900 quedaban menos de 300.000. Ni que sólo hubieran sido cuatro; la opinión va en la línea del poco valor que Borrell da a las vidas humanas en algunos lugares; por ejemplo, en Yemen.
Un crimen de lesa majestad repleto de detalles. Por ejemplo, los intentos de inocular la viruela a la población india. Por ejemplo, que por cada cabellera de indio se pagaban cincuenta libras (veinticinco si era una mujer, claro; veinte si era de una criatura menor de 12 años).
Borrell intentó zanjar la polémica y contestar a las críticas con un «perdona que tanto me da» y pió el siguiente disparate:
No, si ahora resultará que la culpa es del lenguaje coloquial.
Por cierto, a la entrega del Balón de Oro a Ada Hegerberg, delantera noruega del Lyon, el botarate e insensato DJ Martin Solveig (a quien por alguna extraña razón contrataron para la gala), sin venir a cuento ni tener que ver con ningún mérito deportivo o profesional de la jugadora, ni con nada que se dirimiera en la gala —jaleado por las risotadas del presentador de la gala, el exfutbolista David Ginola—, le preguntó en francés: «Est-ce que tu sais twerker?». Es decir, si «perreaba».
El «perdona que tanto me da» del DJ fue tan delirante como el de Borrell. Un despropósito. El DJ lo atribuyó a «problemas con el inglés», aunque había formulado la pregunta en francés. A continuación, dijo que se trataba de una broma, que no quería ofender a nadie, que quizás era una broma mala. Bla, bla, bla. Ay, ay, ay.
Lo mejor: la reacción de la futbolista. Seria, seria, sin ni asomo de sonrisa, le espetó un no rotundo y abandonó el escenario. Lo otro mejor: a nadie se le ocurrido decir que la reacción de Hegerberg se debía a su falta de sentido del humor o a que tenía poco aguante o que no había para tanto. Avanzamos.