Mi casa la elijo yo
Este pasado fin de semana estuve en Viena participando en una conferencia sobre diásporas. Fueron dos días de intenso debate y aprendizaje junto a un grupo de 20 personas de diferentes nacionalidades. Sudáfrica, Mozambique, Canadá, Australia, Filipinas, Irán, Alemania, Estados Unidos...entre otros. La mayoría de nosotras compartíamos una vida atravesada por experiencias de diáspora. Y precisamente sobre ésto quería escribir hoy.
Quienes hemos nacido en un territorio diferente al sitio donde vivimos, compartimos la idea de no tener siempre claro el horizonte de pertenencia. ¿Quién fija de donde somos? ¿El estado decide por nosotras a través de un papel llamado pasaporte? ¿Cuál es nuestra casa? ¿Es lo mismo que patria? ¿De dónde siento que soy? ¿Cuál es mi identidad? La respuesta a estas preguntas no siempre es fácil, porque se entremezclan esperanzas, deseos, frustraciones, brutalidades, la violencia del Estado, las violencias simbólicas, las fronteras físicas.
Los estudios sobre identidad o etnicidad, y en un sentido más amplio, los estudios sobre migraciones y movilidad han intentado dar una respuesta a estas cuestiones a través de diferentes disciplinas (sociología, antropología, psicología, ciencias políticas...).
Hoy en día, el sistema-mundo caracterizado por la precariedad y temporalidad del mundo trabajo obliga a millones de personas a moverse, sumado todo ello a las continuas guerras y desplazamientos forzosos de personas que se ven obligadas a huir del hambre y la miseria. Todo ello hace que este tema ocupe no sólo la agenda política de muchos países sino también protagoniza las decisiones cotidianas de millones de personas, que diariamente se ven envueltas en diferentes procesos de diáspora.
Dicho esto, la libertad de cada individuo para sentirse parte de un territorio u otro debe ser un derecho fundamental para todas. Del mismo modo debemos tener garantizados el derecho a ser considerados ciudadanos ejerciendo con ello todos los derechos derivados de ese status (derecho a poder votar y decidir sobre nuestro futuro, derecho a la educación sin ser discriminados por nuestro color de piel, derecho a la sanidad universal y gratuita, derecho a una vivienda digna etc). No obstante hoy en el siglo XXI, todavía falta mucho por hacer en este sentido.
Hoy en España, sin ir más lejos, no sólo le cierra la puerta a quienes vienen en busca de un futuro mejor aquí, sino que los recibe con pelotazos de goma. Hoy en España es más fácil ser considerado ciudadano y tener derechos si eres rico (e inviertes en la compra de un piso por ejemplo) que si eres trabajador extranjero y precario. En este último caso no sólo deberás luchar contra la precariedad, sino también contra el racismo, y contra el estado (si un trabajador no cotiza un determinado número de meses al año no podrá renovar su NIE y puede acabar en un CIE deportado en pocos meses).
Es hora de poner en el centro el reconocimiento de la diversidad. Cuidarnos. Respetarnos. Reconocernos. Sentarnos y poder sentirnos orgullosos de lo que somos, sin que nuestro origen determine quienes somos. Que nuestra patria lleve como bandera la igualdad, la libertad y la fraternidad. Y que nadie nos haga sentir pequeñas por nuestro color de piel, por nuestro acento o por nuestro origen.
Porque los que venimos del Sur, y parafraseando a Fanon, somos los condenados de la tierra. Pero a pesar de ello no nos rendimos y seguiremos peleando por un mundo donde quepamos todas.
Porque a los paises del Norte no les gusta el Sur. Salvo cuando se trata de colonizar sus recursos.
Porque urge aprender a mirarnos sin prejuicios, y a aceptarnos. Porque cada uno tiene el derecho de pertenecer a un sitio u a otro. Porque soy yo, con diversas identidades.
Porque mi casa es ésta, y la elijo libremente yo.