Mártires, defensores de la verdad y saboteadores de la mentira
Los hermanos Scholl o Jean Moulin son algunos de los muchos mártires que han escrito las páginas más dolorosas del siglo XX.
El historiador Yuval Noah Harari señala que los Homo sapiens tenemos dos superpoderes, de los cuales no siempre somos conscientes: la capacidad de contar historias y la cooperación.
Precisamente este binomio es el germen del martirio, el cual podríamos definirlo como un dispositivo cultural formado por la supervivencia de un grupo social marginado y la espiritualidad como mecanismo de resiliencia o de creación de identidades.
Estas singularidades nos permiten explicar que el martirio surja, primordialmente, en tiempos de cambios acelerados o de enorme agitación social.
Mártires del siglo XX
El martirio no surge cuando quiere, sino cuando se necesita. Para que aparezca es preciso que converjan tres actores: el mártir, sus seguidores y un Estado opresor. Con esos tres elementos somos capaces de construir un relato, una historia, que diría Harari, y que terminará germinando en los rincones de miles de almas.
Quizás cuando pensamos en mártires nuestro hipocampo nos transporta hasta la época romana, momento histórico durante el cual tuvieron lugar las persecuciones de los cristianos. Pero no tenemos que irnos tan lejos. El siglo XX cuenta con sus propios mártires, algunos de ellos seculares: desde Mahatma Gandhi en la India hasta el Che Guevara en la América Latina, pasando por los hermanos Scholl o Jean Moulin.
Una resistencia unida
De nada sirvió la supuestamente indestructible Línea Maginot, ni tampoco de disponer de uno de los mejores ejércitos europeos del momento. Todo ello resultó insuficiente para contener el avance de las unidades acorazadas alemanas. Con la rapidez con la que un niño se toma un helado, los curtidos galos no tuvieron más remedio que rendirse y firmar un armisticio frente a los jerarcas nazis.
Bueno no todos, quedaron algunos galos irreductibles, aquellos que formaron parte de la Resistencia. Y es que frente al colaboracionismo se fue tejiendo una unidad nacional que había sido herida de muerte y que estuvo vertebrada por decenas de grupos de ideologías diferentes. Afortunadamente, poco a poco, se unificaron bajo una autoridad: el carismático Jean Moulin.
Aquellos grupos de resistencia disparejos se resguardaron bajo un manto único, el del Consejo Nacional de Resistencia. Desgraciadamente la Gestapo acabó capturando a Moulin y convirtiéndole en el más afamado y querido de sus mártires. Corría julio de 1943.
No a la esvástica
Apenas unos meses antes un grupo de jóvenes luchaba a su manera contra Adolf Hitler y su régimen. Lo hacían en Múnich y sus nombres eran Hans y Sophie Scholl, Alexander Schmorell y Willi Graf. Todos ellos pertenecían a un grupo al que la historia les recordará como La Rosa Blanca.
Protegidos por un aparente anonimato, estos jóvenes universitarios, pusieron negro sobre blanco a la barbarie que estaba cometiendo Adolf Hitler. En 1942 habían sido testigos oculares de la crueldad de la guerra, así como de las persecuciones y deportaciones de los judíos.
Con sus panfletos pretendían remover la conciencia del pueblo alemán y hacerles conocedores de la dolorosa muerte de 300.000 polacos. Con la ayuda de una máquina multicopista los integrantes de la Rosa Blanca consiguieron difundir miles de copias de seis panfletos. Una aventura que terminó mal, los hermanos Scholl fueron arrestados y, tras un juicio rápido, fueron condenados a ser decapitados.
“Desde las llamas de Beresina y Stalingrado los muertos nos convocan”, así rezaba el último panfleto de la Rosa Blanca.