Margarita García Robayo: “El mayor defecto contemporáneo es la autocomplacencia”
Por Winston Manrique Sabogal
“Mis primeras lecturas fueron muy azarosas y en la biblioteca de mi casa yo agarraba los libros que podía. No tuve nunca a nadie que me dijera lee esto o aquello. Más adelante sí descubrí a un autor fundamental y en mi deseo de convertirme en escritora. Fue José Emilio Pacheco. No solo por su poesía sino también por sus novelas cortas. Cuando leí ‘Las batallas en el desierto’ dije: ‘¡ahhh! ¿Esto es la literatura? Y dije: eso es lo que yo quiero hacer’. Pacheco me enseñó que todo es novelable sin ser grandilocuente. Que una novela podía ser el enamoramiento de un niño de primaria de la mamá de su mejor amigo y con esa línea argumental, chiquita, ínfima, explicar la transformación de México”.
Y aunque Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, Colombia, 1980) escribió algo de ensayo en la universidad, no fue hasta su llegada a Buenos Aires a finales de 2004 cuando empezó en serio a escribir ficción. Desde entonces ha escrito las novelas Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí y Tiempo muerto (Alfaguara), varios cuentos, algunos incluidos en el volumen Cosas peores, y el híbrido Primera persona (Tránsito) compuesto de relatos-reflexiones que parten de su autobiografía.
En su obra hay un tema común: la construcción de la identidad. Ese es el gran tronco de su árbol literario del cual surgen ramas y de estas otras ramas. De esa frondosidad habla Margarita García Robayo en una mezcla de acento colombo-argentino salpicado de risas animadas. Lo hace en la librería Tipos infames, de Madrid, una tarde de la pasada primavera, sentada en un sofá detrás de una pared resguardada de los clientes de la librería. Allí habla de su mirada detallada sobre las cosas, sobre las relaciones, sobre el deseo de tratar de saber de qué hilo están tejidos algunos sentimientos e intereses. La vida vista por ella desde un microscopio.
“Mi gran tema es la construcción de la identidad. La manera en que se construyen los vínculos entre personas cercanas en una sociedad de un mismo entramado social y familiar.Siempre me interesó mucho mirar, observar exhaustivamente los hechos con el fin de atribuirles sentido. En lo que más me detengo tiene que ver con conductas. Por ejemplo, mirar una escena en un bar y empezar a preguntarme por ciertas conductas como por qué cambiamos el comportamiento con uno u otro interlocutor, incluso cercano. Me gusta buscar el sentido estético de cómo narrar eso que no nos explicamos; en la crueldad del trato de una pareja donde se puede esconder el amor.
Si lo pudiera resumir en una sentencia diría: Mirar una situación para tratar de explicar de dónde viene, encontrar la médula de las cosas que normalmente son cero extraordinarias. El valor es indagar; respuestas no hay”.
La novela Tiempo muerto y los relatos de Primera persona,aunque los separan dos años en publicación y varios en la escritura (los relatos los escribió por encargo para revistas entre 2011 y 2018) pueden leerse como complementarios. Los temas de la novela contados en un hilo narrativo sobre las interioridades de una peareja que se desmorona mientras en el libro muchos de los anteriores temas se fragmentan y profundizan como piezas autónomas. En algunos es la búsqueda de lo que hay debajo de la máscara o lo que lleva a ponérsela.
“En mi caso cada libro es un marco que encauza la redundancia. Busco las capas que nos constituyen como seres humanos. Es la identidad, el cómo y quiénes somos realmente. En esa pregunta está por qué nos comportamos de una forma u otra.
Hay dos caminos posibles: uno tiende a pensar que uno es de donde viene, y eso es algo indiscutible, donde nació, el entorno de crecimiento; pero lo que nunca termina sabiendo es a dónde pertenece.
No creo en pertenencias patrióticas. La nacionalidad te da un marco de origen, pero no el sentido de pertenencia. A veces es por elección o por circunstancias azarosas que te alejan de ese lugar y buscas tu pertenencia. Y no siempre la encuentras”.
La escritora colombiana habla seria de la movilidad del ser humano, de esa búsqueda silenciosa o no consciente de su lugar. Escucha atenta una frase de Jean Marie-Gustave Le Clézio: “Somos de las personas o lugares que amamos. De nuestros amantes, de las personas que nos influyeron, que nos influyen o del vecino”.
“En mi última novela, que versa sobre todo esto, hay un matrimonio y una de las discusiones que ella tiene con él es sobre el concepto de la patria porque él está muy afectado. Y dice: ‘¿pero qué es eso de la patria?’ Pero nadie nace con las coordenadas geográficas. Y pregunta: ‘¿pero qué es la patria?’ y responde: ‘La patria es el cielo que miramos todos los días, lo que uno elige’. Creo que la patria es eso que se muda contigo. Hay otras personas que dicen que la patria son los hijos. En mi caso puedo decir que tienen razón, debe ser lo único a lo que uno se aferra realmente como propio. Si hay un tipo de pertenencia que puedo reconocer es la de los hijos”.
“Ese hastío lo podemos llamar insatisfacción crónica. Esa insatisfacción es el motor que me acerca a la escritura porque no es aislado el hecho desde donde escribo: soy colombiana, latinoamericana, y escribo desde un lugar desde el cual empiezo a sentir asco por lo que pasa todos los días en la política, la sociedad… el entorno está mal. Escribo desde lugares marginales, desde la periferia.
También creo que hay una arista a analizar, y es que en mis textos suelo dejar ventanitas abiertas, semillitas para que entre un poco de luz. Es verdad que en la novela nadie se salva, pero yo no lo veía así. Hay momentos de ella que vislumbra que algo puede mejorar.
Tendríamos que ser capaces de conformarnos con lo bello aunque dure unos segundos, esa es un poco la idea. La cuestión es ese querer aferrarnos a que las cosas duren para siempre, a que el encanto no se acabe, pero eso muta en otra cosa y puede tener su lado bueno. Mi novela es eso, aferrarnos a lo poco bello que podamos encontrar en la vida, porque creo que hay pocos momentos luminosos y si los atesoramos así nos acompañan en el transitar de nuestras vidas”.
Margarita García Robayo marca distancias entre su literatura y su vida. En la escritura asegura encontrar un refugio que le permite volcar todo eso y le resulta un alivio, una especie de paliativo. Lamenta la autocomplacencia con que la gente asume su vida y reflexiona sobre la primera persona en la escritura.
“Hay mucha autocomplacencia. En realidad esto surge de la propia intimidad, pero cuando abordo la primera persona, en textos como mi último libro, intento que no sea una primera persona del singular sino del plural. Hablo del nosotros o nosotras intentando buscar esa voz colectiva. Si tu yo se agota en la anécdota no sirve para nada. Si pretende ser literatura tiene que aspirar a lo plural. Es cierto que el mayor defecto contemporáneo es la autocomplacencia en todos los niveles. La incapacidad de autocrítica. Estoy convencida de que si uno se mira mucho a sí misma es imposible que te quieras o que te quieran.
Muchos hablan del hastío del yo en la literatura. Las etiquetas a mí no me dicen nada, son carcasas. Cada autor decide como llama a lo que escribe. No creo en el hastío de los formatos porque siempre viene alguien que te sacude un poco. Cada uno tiene una mirada distinta, los temas son genéricos pero el talento está en singularizar cada cosa”.
“Siempre fui muy curiosa. Mi padre también lo era. Recuerdo que él hacia este tipo de ejercicio de mirar cosas, analizar y comentar. En todas estas búsquedas hay más preguntas y más preguntas y menos certezas. El objetivo tampoco es buscar respuestas unívocas. Una manera de evolucionar en el conocimiento o en el sentido de las cosas es formular las preguntas indicadas”.
A partir de esa premisa de preguntas indicadas, la escritora cuenta la vida, el mundo, inmerso en lo cotidiano, en lo corriente, en lo que vive mucha gente. En lo que muchos no le prestan atención de manera consciente. Es parte de la enseñanza de José Emilio Pacheco, uno de sus autores de referencia. a él se suman otros nombres como la novelista, guionista de cine y feminista mexicana Josefina Vicens o la narradora, ensayista, dramaturga y política italiana Natalia Ginsburg y varias poetas.
Y en todas esas historias corrientes de aparente falta de trascendencia está la sombra del amor en todo su arco sin estruendos, otro de los temas de García Robayo. Pero un amor descolorido, desencantado o acomodado, y eso abre la mirada del narrador. Hay una parte del proceso de enamoramiento que le interesa.
“Dura un minuto, el flechazo, y de repente pasa a otra cosa y continúa. Me interesa explorar cómo es que después de esa experiencia insuperable del enamoramiento una relación puede convertirse en otra cosa. Me encanta el enamoramiento pero también cuando pasa a otro estadio. Creo que tiene que ver con algo a lo que aferrarse. El amor es algo a lo que aferrarse. En la vida si hay algún atisbo de amor en algún lado es un ancla posible. Para otros ese ancla es la religión. El amor funciona en ese sentido, es algo a lo que puedes acudir. El amor es una religión.
La vida es difícil y no hay muchas cosas de las que uno diga ‘¡qué bonito!’. Al menos a mí no me pasa con frecuencia. Pero cuando vuelves y miras ese ancla a lo que aferrarse, que es el amor convertido en algo que te contiene, eso me gusta”.
Ahora es el tiempo de la lectura de poesía en Margarita García Robayo. “Cuando un poeta se rebaja a escribir narrativa es como un milagro porque tiene mucho más respeto por las palabras, por el lenguaje. A los poetas les interesa la condensación y cuando lo trasladan a la narrativa el resultado suele ser luminoso”.
En Cartagena de Indias veían un poco raro que se dedicará a escribir. Pero al llegar a Buenos Aires, a finales de 2004, vio que allí era algo normal, nada extravagante. Y todos los temas son posibles. El de lo femenino y todo lo que se ha desatado a su alrededor lo expresa, en parte en uno de los textos de Primera persona:
“- ¿Las escritoras tienen suficiente reconocimiento?
– Según quién -digo, pero enseguida me muerdo la lengua, porque el reconocimiento es otro de los conceptos que me irritan.
Me irrita que se dé por sentado que todos los escritores están corriendo la maratón de la fama. Yo no conozco a ninguno lo esté: los escritores que conozco están preocupados por otras cosas, una de ellas es la de ganarse la vida (es decir: comprarse tiempo para escribir). (…)
La cuota femenina en la literatura es una frase con demasiados sesgos. Me parece muy desubicado colocarla en una mesa sobrepoblada de causas como la equidad salarial, o el aborto legal seguro y gratuito, o la necesidad de extender las paupérrimas licencias por matermnidad que existen en los países cavernícolas que habitamos”.
- Margarita García Robayo: Primera persona (Tránsito) y Tiempo muerto (Alfaguara).