Maradona, modelo y ejemplo
Especialmente aterradores son los mensajes laudatorios de la supuesta izquierda, Gabriel Rufián, Pablo Iglesias o Íñigo Errejón.
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Muere Diego Maradona y se desencadena una sarta de tópicos y un maremoto de panegíricos ahogadores. Con honorables y escasísimas excepciones (casi todas femeninas), pocos artículos mencionan que era un putero confeso y un maltratador certificado. Como máximo se quedan pegados a la cocaína y no pisan más allá de la raya de las drogadicciones; se suelen circunscribir a lo que afecta a su cuerpo, a su persona.
Llama la atención que incluso comentaristas en general solventes, sensatos y en ocasiones brillantes pasen de puntillas sobre ello. De diferentes maneras, por ejemplo, con el uso de un «todo» que lo esconde.
Yo no quiero que mi hijo tenga una vida como la suya. Sus dos goles contra Inglaterra en el Mundial de 1986 no compensan todo lo demás.
O con la mención al final del artículo de la pesada carga del hombre blanco; en este, caso de la del futbolista fundador.
Sobre sus solitarias espaldas se edificó el gigantesco edificio actual del fútbol. Nadie puede pensar que esa carga es soportable.
O ya al principio de un artículo, dejando bien claro (incluso en el título, «Adiós a Diego y adiós a Maradona») que se puede o que debe disociarse obra y hombre, e invirtiendo la carga de la prueba, la hipotética culpa. ¿Víctima, un agresor?
No van a encontrar un solo reproche, porque el futbolista no tenía defectos y el hombre fue una víctima.
A la vista de estos tres artículos y de muchos otros, se podría pensar que Maradona no tenía elección, no tenía más remedio que ser un putero o un maltratador. Por un lado seguramente hay hombres —quiero pensar que muchos— que a pesar de la fama, las drogas y el endiosamiento al que los ha encumbrado la gente (o alguna gente), ni son puteros ni maltratadores. Por otro, el mundo está lleno de puteros y maltratadores que —por decirlo de alguna manera y si atendemos a algunos de los artículos— lo son porque sí, sin motivo, puesto que nadie les ha colocado en un pretendido Olimpo (o infierno) que les haya empujado a serlo: lo son a pesar de no ser famosos ni drogarse.
Porque una cosa no lleva la otra. Pensar que era inevitable que Maradona fuera un maltratador, que fuerzas superiores le han obligado, eso sí es una elección. Más bien parece una decisión, una actitud personal (por mucho que el entorno lo permita), como la de cualquier otro maltratador.
Para acabarlo de arreglar un eslogan como: «No me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con la mía», resumen de tantas y tantas opiniones, da carta blanca para perpetrar lo que sea, caiga quien caiga, sufra quien sufra, porque la felicidad de los goles (ni que sean con la mano, ejemplar, vaya) lo tapa todo.
Especialmente aterradores son los mensajes laudatorios de la supuesta izquierda, Gabriel Rufián, Pablo Iglesias (que la eleva a categoría de Dios) o Íñigo Errejón, que, entre otras cosas, dice: «Que siempre peleó por aquello que creyó justo. Que fue imperfecto, como nosotros». Debe disociar justicia y mujeres o no debe encontrar que sean dignas de justicia. Imperfección que tiende a justificar lo injustificable; que otorga licencia para zurrar.
Y no, no es por los goles, ni porque el fútbol y los futbolistas tengan bula, tampoco es patrimonio del deporte. Es del todo generalizado y afecta a cualquier ámbito.
A finales de octubre murió el actor Sean Connery, orgulloso maltratador que encarnaba un personaje con licencia para matar. Diane Cilento, con quien estuvo casado, lo explicó en sus memorias en 2006.
En 1965, Connery hizo apología del maltrato en la revista Playboy. Explicó allí que propinar una bofetada (una hostia) a una mujer era bueno y saludable y necesario; detalló minuciosamente cuándo, cómo, dónde y por qué; afirmó incluso que las mujeres lo desean. Partía de la base que los hombres eran más que las mujeres y que estaban así construidos. Qué le vamos a hacer. Veinte años después, en 1987, se reafirmó en ello. Cincuenta años más tarde, en 1993, tampoco quiso rectificar.
Sin movernos del cine. Otro actor muy querido por la izquierda —que también murió un octubre, el de 2017—, Federico Luppi, fue un violento manifiesto y otro maltratador cubierto por capas y capas de silencio, y de glorificación y de alabanzas. Lo explicó su ex, la actriz Haydée Padilla. De hecho, la nómina de actores machistas, violentos y maltratadores es interminable y absolutamente desesperanzadora.
Curiosamente, o no tan curiosamente, también fueron muy alabadas por la, digamos, izquierda, películas donde actúa Luppi como Lugares comunes (Argentina, 2002), donde un Luppi gruñón y desabrido (impensable en un personaje femenino positivo) es la mar de generoso con la herencia que recibe la protagonista interpretada maravillosamente por la premiada Mercè Sampietro o, aún peor, la putrefacta Martín (Hache) (Argentina, España, 1997). Film que presenta una tópica y sudada relación entre padre e hijo, un corporativismo que se edifica en parte en la muerte de la siempre estupenda Cecilia Roth.
Cuando salí del cine, me encontré a un conocido que, sensible él, se declaró muy tocado y conmovido por la historia entre los dos hombres. Cuando mencioné el drama del suicidio de la única, aunque secundaria, protagonista, arguyó, insensible, que no tenía ninguna importancia, que bueno, que lo importante eran ellos. Más claro, el agua. En internet, las sinopsis del film opinan como mi conocido: ni lo mencionan. Realidad y ficción se entrelazan por partida triple.
Hay briznas de esperanza en el mismo fútbol. Paula Dapena, una futbolista gallega del Viajes Interrias FF, se negó a rendir homenaje a Maradona. Durante el minuto de silencio, se sentó en el césped en dirección contraria a las otras jugadoras para no homenajear al Pelusa, a quien calificó de «violador, pedófilo, putero y maltratador».
También argumentó que si, tres días antes se había conmemorado el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres sin guardar un minuto de silencio por las víctimas, no estaba dispuesta a guardarlo por un maltratador en lugar de por las víctimas. Más claro, el agua. Esperemos que no le pase nada. Lo que es seguro es que un gesto así era impensable no hace mucho tiempo.