Manifesta en Barcelona: No aprender de los errores ajenos
Ada Colau anunció como un triunfo que Barcelona haya comprado esta franquicia ultraliberal disfrazada de arte crítico.
Hay un libro por escribir, y es el de los grandes desastres culturales. Si nos ceñimos al arte contemporáneo sería interesante ver qué ha pasado con el MUSAC, qué representó la política expositiva del Instituto Cervantes, los negocios de Cristóbal Gabarrón, la gestión de Pedro Alberto Cruz en Murcia, la Bienal de Arte de Sevilla, el CAC en Málaga… si seguimos llegaremos a la conclusión de que no es un libro, sino una enciclopedia la de los fiascos en cultura, uno de los tomos sería las políticas relativas al arte contemporáneo y un capítulo, destacado, serían las Manifesta celebradas en España.
Para quien no esté familiarizado, diré que en lo que respecta a lo autodenominada “bienal nómada” no hablamos de un certamen al uso; es el producto que gestiona una eficiente empresa holandesa vendiendo, a modo de franquicia, las ediciones a las ciudades que las pueden pagar por precios que, en los datos que tengo para las tres ediciones españolas, oscilan entre el millón y medio y los seis millones y medio de euros. Ada Colau anunció como un triunfo que Barcelona haya comprado esta franquicia ultraliberal disfrazada de arte crítico. Parte de la prensa lo dio como un bombazo sin tener en cuenta el fracaso que significó para Murcia hace bien poco aquel desastre económico y artístico.
Esto funciona así. Manifesta vende la franquicia, generalmente a ciudades que buscan relevancia espectacularizada. En la Murcia de los años del consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz encontraron un filón, tanto que no sabemos cuánto costó aquella deficiente muestra que se basaba en la filosofía de la propia Manifesta, algo que nos explicó Hedwig a lo que llamaban entonces “actores” del sistema del arte en Murcia.
Nos reunieron en el Centro Párraga, proyectaron un mapa de Europa con todas las localizaciones de Manifesta para que viésemos que íbamos a estar en la lista con grandes ciudades, pero habían situado Murcia en el norte de Italia. Un desliz, falta de cariño o de interés. Nos explicaron entonces que buscaban ciudades que fuesen frontera, trabajaban sobre conflictos fronterizos. No lo entendimos, porque Murcia no es frontera de nada desde hace cinco siglos. Entonces nos dijeron que es que África estaba cerca. La realidad fue un ejercicio de colonización cultural que para nada tuvo en cuenta la realidad del arte en Murcia. La despreciaron pensando “qué sabréis vosotros de lo que es modernidad, paletos. Pagad que os traemos luces de colores”. Y nos dieron cuentas de cristal a cambio de nuestras tierras.
Sobre esos mimbres levantaron una bienal de un nivel tan bajo que New York Times hizo una demoledora crítica. Se celebró que el NYT escribiera sobre Murcia, lo publicaron en las redes de la Consejería sin leerlo. Otro triunfo más. En la calle se generó una opinión contra el multimillonario evento, desarrollado sin la mínima pedagogía, sin el menor interés en contar qué iba a pasar. Más que una opinión se despertó una reacción contra todo lo que oliese a arte contemporáneo. Para los que trabajábamos el día a día fuera del baño de millones fue una experiencia frustrante.
En su día, desde T20, tuvimos que trabajar con ellos. Varios artistas nuestros participaron en tal o cual sección. Fue una experiencia poco relevante en la vida y la carrera de todos, la verdad. Cuando se publica la noticia, Francesc Torres, Rosa Martínez y Teresa Sesé cuestionan en redes sociales la compra de la franquicia para el año que viene en Barcelona , y tienen razón, hay un fallo de fondo que Barcelona tardará en descubrir, y eso solo ocurrirá cuando las factura se hayan pagado a la empresa Manifesta, y será tarde. La de Murcia se hizo en el contexto económico expansivo e irresponsable de un consejero erróneo, que dilapidó una cantidad de dinero inmoral en eventos buscando publicidad. La idea era que Murcia sonara. Así de simple, así de banal, así de condenable. No se generó tejido, no quedó nada de aquel dinero. Murcia, tras aquella fase de colorines en al que se llegó a pagar un pabellón de Murcia en la Biennale de Venecia, quedó sumida en la nada cultural.
Hedwig, una sensacional ejecutiva en labores comerciales, nos contaba que aquello era una inversión. Que alguien me diga cuándo recuperaremos algo si casi nadie de los que leen esto sabían o recordaban que en Murcia se hizo Manifesta. Que alguien me cite una obra memorable, una exposición buena, algo que perdurase. Se cerraron las salas públicas, se cancelaron proyectos, se recortaron horarios de bibliotecas porque no se podía pagar personal, se eliminaron los programas formativos infantiles, se acabaron las ayudas para colectivos, para galerías, las becas para artistas, las compras de arte para una colección que se paralizó totalmente, se tuvo hasta que vender la sede de la Consejería, un edificio barroco que hoy es propiedad de un banco.
Antes de comprar esta franquicia para que Barcelona “suene” Colau debería haber estudiado el desastre que fue Manifesta en Murcia para evitar el que representará su edición, por mucho que la empresa venda lo cool de una bienal de arte joven internacional. Hoy Murcia se recompone. Las sucesivas consejerías han ido reconstruyendo lo que se perdió y, lejos del baño de millones, hoy hay una escena cultural sensata, creadora de redes, con deseos de futuro. Aprendimos de aquel estrambote en el que no volveremos a caer gracias a gestores sensatos, gente que de verdad ama la cultura y hace de ella su vida.
Pero, volviendo a Barcelona, ya se han comprado las cuentas de cristal, el intermediario ha cobrado su comisión y Barcelona desembolsará a la empresa holandesa un capital que no llegaremos a saber del todo porque utilizan el concepto de “pago en especie” para una parte del total. Solo se puede esperar que el nivel artístico sea mejor que en Murcia y preguntarse... ¿de verdad hacían falta más espectáculos de luces teniendo la Font Magic en la falda de Montjuic?