¿'Mammón' o 'El tratamiento'? Mejor 'La extraña pareja'
Si sigue las recomendaciones de la crítica o sigue la información escénica en los medios, el próximo 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, seguramente le gustaría ver la comedia destroyer de Mammón de Nao Albet y Marcel Borràs en los Teatros del Canal (si encuentra entradas) o la comedia melancólica de El tratamiento de Pablo Remón en el Teatro Pavón Kamikaze. Sin embargo, también debería tener en cuenta La extraña pareja, el clásico de de Neil Simon en versión femenina, que empezó en Nueve Norte, una pequeña sala off, y, como si tal cosa, acaba de pasar a la sala grande del Teatro Lara gracias a su éxito de público en dicha sala.
Mammón, el bombazo catalán que agota entradas en Madrid
Tiene esta obra la impostura con la que suelen llegar muchas de las obras que vienen de Barcelona. La impostura pijo-guay-malote que mira por encima del hombro. La idea parte de contar la historia de Mammón, el dios que se hizo carne para avisar a un pueblo del desastre que se les avecinaba, y en el aviso del riesgo y de cómo afrontarlo, estaba la desgracia que acabó con el pueblo que lo adoraba. Todo por hacerles entender que las piedras que les rodeaban, eran de oro y de diamantes, y que les servía de moneda de (inter)cambio.
El dinero es malo, ya se sabe. Un dinero que según la obra, sus autores necesitan para representar Mammón y que se van a buscar a Las Vegas .Y, con esta premisa, ya se sabe que estos autores no han leído Sapiens, el bestseller de Yuval Noah Harari. Por tanto, no están tan a la última, como pretenden hacernos ver en su obra en la comprensión del mundo que les rodea.
Eso sí, técnicamente el espectáculo es brillante, tanto que deslumbra al personal. De la modulable escenografía a las (omnipresentes) imágenes de video. Un texto que en la técnica tampoco es objetable hasta el final (lo es en el contenido). Unas actuaciones de libro. En las que Irene Escolar pierde la humanidad que demandan sus personajes debido a la valentía y al arrojo con que se entrega a este y a la mayoría de los proyectos en los que interviene.
Una humanidad que, sin embargo, sí presenta Ricardo Gómez, el actor al que se ha visto crecer en Cuéntame. Alguien al que se le ve lidiar con sus personajes en esta obra con la humildad del chico de barrio al que le dejan entrar en el círculo de los guays. Es esa humildad la que desarma cualquier mirada crítica, en la que se ve toda la potencialidad de un actor que sabe que lo suyo es un oficio al servicio. Al servicio de unos personajes, de una historia, de un público antes que de su persona. Una actitud que permite pensar que como actor tiene mucho futuro por delante. Lo demás es ruido, es furia.
Esta obra también pertenece a otra sensación. Esta vez madrileña. Se trata del autor Pablo Remón, que con sus tres obras anteriores ha conseguido una legión de fans incondicionales entre los que se encuentran la pomada teatral y no pocos jóvenes, que reducen de manera importante la edad media de los asistentes habituales al teatro.
Obra que cuenta la historia de un guionista de cine cuarentón en crisis personal y profesional que encuentra la felicidad en la renuncia a sus expectativas, aceptando, personal e individualmente, lo que hay. Por ejemplo, todas las modificaciones que le piden que haga en su guión, por extrañas que sean. Historia de una rendición como forma de salvar la vida y salvar el mundo, cada uno el suyo.
Algo que posiblemente sus espectadores conocen en su propia piel, motivo por el que empatizan con su protagonista (y es fácil hacerlo con el personaje que tan bien compuesto de Francesco Carril). Una corriente que se nota y se siente desde la butaca en forma de interés por lo que pasa en escena y por lo que les pasa en escena a los personajes.
Obra que ejemplifica la forma en la que se alcanza la felicidad en nuestros días. Según los gurús de la cosa, cambiando la aptitud personal frente a los hechos y la tozuda realidad. De lo contrario, todo es ansiedad y un prurito constante y sonante.
Frente a los dos ejercicios de autor anteriores, llega una obra sin ínfulas que da lo que promete y lo da bien. Una comedia de toda la vida que aparte de la licencia poética de cambiar de género a sus personajes, como ya hiciera su propio autor en los años ochenta del siglo pasado, mantiene el ritmo y la frescura del original. En gran parte debido a una de sus actrices protagonistas, Susana Hernáiz, a la que siempre la habían dado papeles trágicos y que se descubre en esta obra como una reina de la comedia.
La historia es de sobra conocida gracias a que esta obra de teatro se convirtió en una película muy popular protagonizada por Walter Mathau y Jack Lemon. Hombres de pelo en pecho que en esta versión se transforman en dos mujeres hechas y derechas. Una, brillante y exitosa productora de TV de vida desordenada. La otra, una ordenada y ultracatólica ama de casa. Ambas recién separadas. Amigas de siempre y para siempre que entran en conflicto cuando la segunda se va a vivir con la primera.
Típica obra de antagonistas que no se sabe cómo pudieron llegar a ser amigas. Duda que es raro que se plantee el público gracias a la consistencia de la puesta en escena. Y, claro, al grado de realidad que con todo en contra (una producción pequeña, un atrezo simple) sus actrices son capaces de conseguir en el conflicto. Lo que hace que el patio de butacas se parta de risa durante la representación y se huela el próximo Burundanga de esta sala. Méritos para ello no le faltan.
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