'Maestríssimo', música y risas ¿quién necesita más?

Yllana estrena Maestríssimo en los Teatros del Canal por una corta temporada. Eso significa que hay que dejar todo para ir a verlos. Más en estos tiempos pandémicos en el que el mundo no está para muchas alegrías. Se sabe que sus espectáculos, como poco, colocarán la sonrisa en el público. En este caso, además, le harán escuchar buena música correctamente interpretada, aunque el adverbio usado puede dar lugar a error.

Correctamente significa que la música sonará bien, como le corresponde a la calidad del cuarteto barroco que protagoniza la obra. Un cuarteto al que le piden una composición para que su director sea nombrado maestríssimo. Es la búsqueda de esa gran obra la que les permite interpretar los standards del barroco, que haberlos, haylos. He hibridarlos con standards del rock, el pop y las bandas sonoras de todos los tiempos. Así, en el escenario suenan Bach, Pachbel, Vivaldi y Elton John, The police, John Lennon y John Williams, entre otros. Hasta tiene su flamenco y su olé.

Obra que juega con los arquetipos sin cortarse un pelo. Juego que saben graduar. Así, chistes que se reiteran no resultan ni cansinos ni evidentes. Siempre se esperan, aunque a la vez pillan con el pie cambiado al público, que los adelanta o retrasa, provocando a algunos de ellos una risa fuera de tiempo. Como por ejemplo el chiste del beso, que la gente que esté pensando ir agradecerá que no le cuenten para reírlo, disfrutarlo y jugarlo en el teatro. Sí, el público también es parte del espectáculo con un uso escénico del gel hidroalcohólico y la mascarilla que parece que siempre estuvo aquí.

Se trata, por tanto, de una sencilla comedia musical que nada tiene que ver con los musicales. Una obra necesitada de buenos intrpretes que no solo sean buenos actores y payasos, sino también buenos intérpretes musicales, pero sin pasarse. Es decir, que sepan hacer payasadas mientras tocan un instrumento. Algo que no hacen como la Filarmónica de Berlín, pero que hacen con la suficiente destreza para tocar los instrumentos de cuerda o un teclado tuneado (al menos eso parece) como un clavecín.

Con todo eso y con 4 personajes más un utillero que sale de vez en cuando, unas luces bien colocadas, un uso eficaz del telón y unas cortinas al fondo, se montan todo un espectáculo. Un espectáculo que es, en su absurdez, como la vida misma.

Y, si no lo es, es decir, la vida no es como se ve en el escenario, al menos, es como gustaría que fuese. En la que las pequeñas traiciones, los malentendidos y la broma sean rápidamente olvidados por los amigos. Donde el cariño que nos tenemos los unos a los otros, sobre todo con los que nos rozamos más (incluso en estos tiempos), prevalezca frente a cualquier otra cosa que las relaciones humanas hayan podido provocar.

Porque lo importante no es lo que se hace solo, sino lo que se puede hacer en equipo, en grupo. Ya que la unión hace la fuerza, aunque, como en este caso, sea una fuerza musical. La que hace sonar a este pequeño cuarteto de cuerda o risa y regocijo.

¿Y lo demás? Lo demás son tan solo palabras, palabras que no necesitan estos cómicos que hacen del gesto y de la corporalidad su herramienta de trabajo. Puestos al servicio de este juguete cómico con la eficacia y la necesidad que exige la comedia para ser reída y disfrutada por el público que lo agradece con un gran y largo aplauso final y poniéndose en pie. Pues hay ganas de pasarlo bien.