Madres antes de los 30: cinco historias que rompen con el drama de la natalidad en España
El 88,1% de las mujeres españolas de entre 18 y 30 años aún no tiene hijos.
María José, Isabel, Ana, Eva y Jessie son parte del 11,9% de mujeres que rompen la dramática estadística de la natalidad en España. Ellas fueron madres antes de cumplir los 30, algo que se ha convertido en una rareza en un país en el que la edad media para tener el primer hijo es de 30,9 años.
Esta cifra ha ido progresivamente al alza desde 1975, año en el que el Instituto Nacional de Estadística comenzó a publicar los datos. En 2007 era de 29,45 años. En 1997, de 28,70. En 1987, de 26,14. Y en 1977, de 24,85. Estos números sitúan a España como el país de la Unión Europea con la edad de maternidad más alta, según el Informe sobre el Estado de la Población Mundial 2018 del Fondo de Población de Naciones Unidas.
En la práctica, este aumento indica “un desplazamiento de la ventana de años en los que las mujeres se plantean tener hijos para situarla en unas edades en las que la fertilidad decae de forma acelerada”, expone un informe reciente desarrollado por la Universitat Autònoma de Barcelona. Según este, en 2025, las mujeres de 50 años serán las más infecundas de todas las generaciones nacidas en el país durante los 130 años anteriores a 1975.
Y hay más. Siguiendo esta tendencia, España se convertirá a mediados de siglo en la segunda región más envejecida de la OCDE, después de Japón. En 2050, la proporción de mayores de 65 años respecto a la población de 20 a 64 años será del 75,5% (en 2015, se situaba en el 30,4%).
Busques donde busques, los datos son tan demoledores como preocupantes. Pero aún más las historias que aguardan detrás. Según la Encuesta de Fecundidad del año 2018, el 88,1% de las mujeres de entre 18 y 30 años aún no ha tenido hijos. A medida que aumenta el nivel educativo se retrasa la maternidad y las que trabajan tienen menos hijos que las inactivas. Además, la principales razones para no dar el paso hacia la maternidad son económicas, laborales o de conciliación. Según los números, el problema, además de ser demográfico, es de precariedad.
Con una panorámica así, no es fácil encontrar casos que rompan con la estadística. Estas cinco historias pretender ser un halo de luz sobre esta quimera. Son cinco mujeres, millennials y madres.
María José tiene 31 años y una hija de tres. Lo suyo es cuestión de convicción. “Siempre he tenido claro que quería ser madre joven”, asegura, consciente también de que, en su caso, la coyuntura lo hizo posible. Ella es profesora y su pareja, administrativo. La estabilidad laboral de ambos les da cierta tranquilidad en lo económico y, aunque el ser uno más “se nota”, “organizándote, es viable”.
El mayor problema para ellos es la conciliación. Con horarios rígidos, imposibles de flexibilizar, la ayuda de la familia es a veces imprescindible. “La conciliación es mentira. Una reducción de jornada llevan consigo una reducción de sueldo y todo el mundo no se lo puede permitir”, explica María José, que tiene claro que si no supusiera una merma en los ingresos, lo haría.
Jessie y Salva, en cambio, son sus propios jefes y disfrutan de una total libertad en lo que a lo laboral se refiere. Ambos se dedican por completo a mantener en activo el blog de ella, Seams for a desire, un trabajo que les dio la estabilidad que buscaban para hacer realidad su sueño en común: formar una familia. Ahora, son cuatro. Olivia llegó cuando Jessie tenía 26 y Bruno, dos años después.
“Estábamos dispuestos a retrasar otros objetivos para conseguir ser padres”, cuenta Jessie, que reconoce que a veces sucumbe el pensamiento de “si nos hubiéramos esperado, hubiéramos abarcado más y conseguido otras metas a nivel profesional”. Aunque eso no es un lastre para ella, que estudió psicología. “No siento que me haya perdido nada a nivel personal. Cuanto antes tengas un hijo, infinitamente mejor. Te pilla con una mentalidad más despreocupada. No nos preocupamos por cosas banales sino por pasar tiempo con ellos jugando, por viajar. Nunca nos ha dado nada pereza”, reconoce.
Su discurso es una oda a la maternidad siendo joven: “Sé que hay gente que no puede tener hijos porque no consigue esa estabilidad necesaria pero otros no lo hacen porque quieren quemar mucho una etapa, creen que cuando te conviertes en madre no te va a quedar nada y no es verdad. Es justo cuanto más lo retrasas, cuando estás condenando más tu futuro”.
La misma idea, pero en otros términos, abandera Isabel, que tuvo a su hijo con 26 y a su hija con 29. En su caso, también se encontraron las ganas y la oportunidad, aunque no esperaba lo que en realidad suponía esta aventura. “No sabía que iba a ser una responsabilidad tan grande. Tener un hijo te cambia la vida por completo. Pese a lo que digan, ninguna mujer está preparada para ser madre hasta que lo es”, afirma, al tiempo que defiende que “siendo joven es como mejor se puede afrontar”.
Su pareja cuenta con un trabajo estable, aunque poco flexible, y ella han montado su propio salón de belleza. La llegada de los pequeños a penas la han notado en lo económico pero sí en lo laboral: ella ha cargado en sus espaldas todas las consecuencias. “Después del primer nacimiento, la baja de maternidad no me cubría los gastos de tener el negocio cerrado y volví al trabajo a los 13 días gracias a que mi familia se pudo hacer cargo del pequeño. En el segundo, todo fue a peor. No tenía con quien dejar a mi hija, estuve 16 semanas cobrando una miseria y dos meses más sin trabajar porque no podía gastar el dinero que iba a ganar en una guardería”, lamenta.
Según el reciente informe del INE, en la horquilla que aglutina a las mujeres menores de 30 años, son mayoría las que estaban en situación de inactividad en el momento de tener su primer hijo. Es el caso de Eva, que fue madre a los 19. “Me vino así. Yo no lo busqué; es más, estaba tomando anticonceptivos. Cuando me enteré, estaba de 3 meses y en ningún momento me planteé abortar”, cuenta. Entonces, estaba haciendo un curso y su pareja estaba trabajando. Su vida se frenó de golpe. “Los tres primeros años se los he dedicado en exclusividad. Un hijo te paraliza. En su momento, me costó pero tenía claro que mi vida no se acababa ahí”.
Ella habla de un paréntesis, ya cerrado. Actualmente, está terminando un grado superior de Educación Infantil y preparándose las oposiciones para Policía. Eva transmite coraje al hablar y no se emblandece al reconocer que ser madre le ha cerrado muchas puertas y que, a pesar de ello, “lo volvería a hacer”. “El mundo está hecho para los hombres, a nosotras nos señalan. Por eso entiendo que haya tantas que no den el paso, además de por cuestiones económicas. Un hijo supone muchos gastos y todo el mundo quiere una estabilidad”. A pesar de eso, niega que ser madre joven le haya “arruinado la vida” más bien todo lo contrario, le ha regalado tiempo para cuidar su hijo.
Ana tiene 29 años y fue madre, la primera vez con 26, y la segunda hace solo unos meses. En su experiencia, también habla de un paréntesis. Ella estaba preparándose las oposiciones para conseguir una plaza como profesora, él trabajaba como funcionario de la Guardia Civil. Sin preocupaciones en el ámbito económico, llegó su momento y decidió dejarlo todo al margen.
“Cuidar un niño requiere un tiempo y, si no lo tienes, no puedes hacerlo”, asegura Ana, que, después de su segunda maternidad, ha vuelto a dedicar tiempo a las oposiciones, gracias, en parte, a su familia y a que su pareja ha tenido flexibilidad para adaptar sus turno. “Nunca he puesto por delante de mi familia mi carrera profesional, siempre lo he tenido claro. A veces pienso que corrí demasiado, que si quizá no hubiera tenido un hijo podría tener un trabajo estable, pero no me arrepiento, mis hijos son lo mejor que me ha pasado”, afirma. Ana cree que la maternidad es un tema muy personal que reside, en gran parte en las ganas: “Si tu trabajo, por horario o sueldo, no te permite ser madre, ¿debes renunciar a serlo? Yo buscaría otras opciones, aunque hay quien no quiere o realmente no puede”, argumenta.
Lo suyo, como lo de María José, Isabel, Eva y Jessie ha sido coyuntural y, por eso, todas aseguran entender los datos que las colocan como una minoría. Pero ante todo, son madres orgullosas de haberlo sido jóvenes.