Ya sólo unos pocos quieren a Macron
El presidente, tras tres años de mandato, acumula una derrota electoral tras otra, mientras se suceden las manifestaciones por sus reformas y su gestión de la pandemia
Emmanuel Macron acaba de pasar por otra calamitosa cita con las urnas y ya van tres elecciones consecutivas en las que su formación, La República en Marcha (LREM), cae derrotada. El pasado domingo, cuando se decidía la renovación parcial del Senado de Francia, apenas logró la cuarta posición, en una pugna ganada por la derecha. Desde su victoria en las elecciones presidenciales de 2017, el mandatario galo no ha vuelto a ganar. Ahora ya no cosecha pasiones allá por donde pasa, sino abucheos y lanzamiento de huevos. El “chico de oro” ha perdido su brillo.
En un país marcadamente bipartidista, en el que los conservadores y los socialistas siempre se repartían el pastel, el joven banquero de Amiens se impuso hace tres años y medio con su promesa de renovación, su estampa de página en blanco sin contaminar, de luz ante la sombra de la ultraderecha en ascenso. Pero su caída ha sido en picado: En Marche perdió primero las elecciones europeas de 2019 (por poco, pero vencieron los ultras de Marine Le Pen), luego las municipales de este año (apenas se hizo con una veintena de ciudades grandes, frente a las más de 200 de la derecha) y, ahora, le toca al senado.
Siguen siendo la primera fuerza en la Asamblea Nacional, donde llegó en volandas muy poco después de las presidenciales, pero incluso ahí ha perdido su poder absoluto, con la marcha de un grupo de diputados del ala izquierda de la formación, descontentos con Macron y su trabajo.
Anthony Berthelier, analista político en la edición francesa del HuffPost, sostiene que Macron, en las elecciones de la pasada semana, “salvó los muebles” porque en realidad se quedó como estaba, pero el problema es que supone un suma y sigue “preocupante”. Sólo un 35% confía en su gestión ante el Covid-19, el mayor problema que tienen hoy las naciones occidentales, un hándicap importante cuando quedan dos años para las siguientes presidenciales. Mucha brecha que superar de aquí a entonces, aunque a día de hoy sigue siendo el favorito.
Su descenso es multicausal: la dureza de la gestión desde El Elíseo -el poder desgasta-, la profundidad de las reformas sociales y económicas que ha emprendido y los efectos de la pandemia de coronavirus, que deja unos 578.000 casos y más de 32.000 fallecidos, son los motivos esenciales. Esa suma le ha pasado factura y apenas conserva el apoyo del 36% de los ciudadanos, cuando en su momento se impuso con el 66,1% de los votos.
Adam Nossiter, el jefe de la delegación del New York Times en París, publicó en febrero un comentado artículo en el que llamaba al presidente “el reformista odiado por los franceses” y en el que explicaba que su falta de popularidad se debía en gran parte al calado de los cambios que trata de abordar. “La antipatía es una medida de la profundidad del cambio que está generando en Francia”, afirma. Un “mandato turbulento”, al final, ha venido acompañado de “turbulencia social”.
Y es que Macron no ha dejado títere con cabeza: ha planteado una reforma laboral, otra de pensiones y desempleo, de universidades, un nuevo modelo de colaboración con las grandes empresas y privatizaciones, una reforma fiscal... En respuesta a todo ello se ha topado con la huelga de transportes más larga de la historia de Francia, con los estudiantes y los abuelos en la calle, luego con los sanitarios enfadados por la falta de medios públicos contra la pandemia y, en fin, y con un movimiento nuevo y feroz, los chalecos amarillos, que le han granjeado los tragos más amargos de su mandato. Hasta ha logrado el triste récord de enmiendas contra un texto legislativo, con 41.000 presentadas contra el proyecto de jubilación.
La lejanía de la calle, la distancia entre los despachos y los problemas reales de los ciudadanos, es uno de los motivos, según las encuestas, que más han pesado en la degradación de un líder deseado, pero con no pocas lagunas de partida. LREM tiene una escasa representación territorial, no está ni por asomo en todos los rincones del país, peca de centralismo y de base urbana.
Un partido débil
“El presidente llegó al poder lanzando una enmienda a la totalidad del establishmen de Francia. Su mensaje era muy ansiado por los ciudadanos. El cansancio de los grandes partidos era grande. Sin embargo, por muy personalista que fuera, por mucho carisma que tuviera, Macron también tuvo el viento de cara”, explica el analista Matthias Poelmans.
Ganó, pero también por deméritos del adversario. “Aquel año no se presentó a la reelección François Hollande (por los socialistas), François Fillon (de Los Republicanos) tuvo mil escándalos, y dos hombres potentes como los de Manuel Valls y Alain Juppé se quedaron en el camino de las primarias (en las socialistas y en las de la derecha, respectivamente). Tiene valía, pero también se le despejó el camino”, recuerda.
En ese momento, el Financial Times lo pintó como un líder importante “para el mundo”, en la pelea contra el nacionalismo, el extremismo y el populismo, y en la mejora de la economía y el proyecto europeo. “Lo era y lo es”, sostiene Poelmans, pero además de la radicalidad de sus propuestas, ha tenido el problema de no contar con una estructura de partido detrás, tanto en lo organizativo como en lo ideológico, que le ayude a conseguir sus metas.
“Su partido no era ni eso, era un movimiento, una amalgama de gente de todo signo político, cercanos al neoliberalismo pero con distintos colores, que se lanzó a acabar con lo viejo. Era una apuesta de concentración más que de centro. Francia es muy de hiperliderazgos, pero este es extremo. No tiene esqueleto detrás”, sostiene.
No ha habido apenas debate interno en la formación ni en el Gobierno y, cuando lo ha habido, han acabado marchándose varios ministros y un primer ministro o miembros del organigrama de En Marcha. Esa soledad tampoco ha sido buena para Macron, que ha llevado sobre sus hombros toda la responsabilidad. “Es un problema de los nuevos partidos, que tienen que asentar sus estructuras”, añade el experto.
Le Monde ha publicado que, de cara a 2022, Macron estaría pensándose darle una vuelta a sus siglas, crear un nuevo gran proyecto “nacional”, que aglutine a otros partidos menores y sensibilidades diversas, para poder así mantenerse en el poder.
El “embajador”
Donde la imagen de Macron no se desluce es en el plano internacional. No es que logre acuerdos de paz ni deserciones de terroristas, no, pero pelea.
Para empezar, aunque no era sencillo, ha convencido a la canciller alemana Angela Merkel, para renovar el eje francoalemán y fortalecer la Unión Europea. Ambos han peleado por el respeto a sus valores fundacionales, la recuperación común (con proyectos como el fondo de recuperación para el coronavirus) y hasta por una mejor defensa comunitaria. Juntos, también, levantan la voz clamando por una política común de inmigración. El último gesto del presidente francés ha sido acoger a 500 menores no acompañados que hasta hace un mes vivían en el campamento de Moria (Lesbos, Grecia), que ha quedado destrozado por un incendio.
Macron muestra su músculo diplomático tratando de convertirse en un interlocutor preferente con Rusia en materias como Bielorrusia o Ucrania, a la vez que ofrece asilo político al opositor ruso supuestamente envenenado Alexei Navalny y se preocupa por la seguridad de estados periféricos como Letonia y Lituania. A la vez, regresa a Líbano (antigua colonia) a reclamar un Gobierno estable y a pasearse por una Beirut reventada por la explosión del puerto. Se ha convertido en referente en la lucha contra el yihadismo en el Sahel y, en concreto, en Mali (a la que acaba de implicar aún más al Ministerio de Defensa español) y se ofrece a mediar en la crisis por los recursos naturales del Mediterráneo que se traen Turquía y Chipre.
En unos corrillos diplomáticos, unos dicen que el mandatario se ofrece, en busca de protagonismo, pero otros lo niegan y dicen que son los países los que lo llaman en busca de soluciones. Es la doble lectura, como la de los que defienden su proyección exterior como un empeño en que Francia recupere su papel desvaído de potencia mundial y los que ven en sus gestos una moderna vuelta al colonialismo.
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