Luis, Boris, y la ironía de necesitar los servicios que recortas y profesionales a los que expulsas
Había una vez un primer ministro en el Reino Unido que ante una gran crisis que acechaba al mundo, y siguiendo su tónica y su estilo habitual, minimizó el riesgo que conllevaba.
Desde el más alto peldaño del podio de la supremacía, como pueblo elegido no veía problema alguno con que sus vasallos se enfrentaran cara a cara con una pandemia que hacía estragos en “las débiles naciones mediterráneas de Italia y España… ya superamos dos guerras mundiales, fuimos el mayor imperio y ganamos un mundial de fútbol en 1966”, pensaban muchos de sus votantes dando la razón a Boris.
Contaba con muchas armas a su favor y la primera era la certeza de que contaba con un pueblo que no había cuestionado el Brexit a pesar de sus numerosas irregularidades, injerencias rusas, falta de transparencia en la campaña electoral, escaso margen de la victoria que no justificaba una salida sin acuerdo o la utilización de ayudas financieras externas para impulsar una decisión basada en mentiras, falsos eslóganes y mitos pueriles (la famosa forma de los plátanos impuestos por la Unión Europea, por ejemplo).
Una segunda es la colaboración de los medios de comunicación con una censura en lo publicado y falta de transparencia que dificulta ver los gráficos comparativos que España publica a diario en los medios británicos.
Tras pasar a liderar un partido que lleva en el poder desde 2010 y siendo uno de los más fervientes defensores de sus posturas más ultraliberales entre las que destacan los recortes, los ataques a las capas menos favorecidas de la sociedad (Universal Credit) y reduciendo en términos reales las inversiones en educación y sanidad, Boris Johnson en sus primeros meses de mandato no solo seguía con la misma tendencia, sino que además, engordado por los resultados electorales, decidió unilateralmente volar por los aires puentes con la Unión Europea. Boris rehusaba la posibilidad de incrementar el margen de negociación para salir de una manera menos alocada de esta unión de países impulsada en parte por Churchill, y a la que llegaron por decisión del pueblo en 1973 con un 67.2% del apoyo… muy lejos del 51.9% con el que se revocó la intención de seguir en 2016.
El Partido Conservador logró que en 2019 el 47% de los hospitales en Reino Unido acabaran en déficit, tras años en los que no solo no se invertía lo necesario para cubrir a una población que crece y envejece, sino que además lleva años exigiendo que se logren una “eficiencias” que no son más que recortes sobre recortes.
El gobierno laborista de Tony Blair llegó a incrementar anualmente el presupuesto del NHS (Servicio de Salud Nacional) por encima del 10% para mejorarlo, cubriendo los numerosos fallos de un sistema sanitario al borde del colapso.
En 2011 ya con gobierno conservador, los presupuestos se mantuvieron y durante el mandato la media de crecimiento fue del 1.1%. No es casualidad, ya que el gobierno de David Cameron llegó con ganas de hacer pagar al sector publico los fallos de su economía.
Los objetivos de reducción de tiempos de espera dejaron de ser importantes, y el logro de 18 semanas de espera máximo para visitar al especialista tras cita con médico de cabecera ha pasado a ser algo del pasado… cualquier cita lleva meses, muchos, y cuando te llega la cita lo celebras cual gol de Iniesta a Holanda.
En este estado de la sanidad nos enfrentamos en 2020 con una pandemia que ha encerrado a todo el mundo en casa para proteger a sus ciudadanos…
¿En todos los países con la misma determinación? ¡No, por supuesto no!
Boris confía en el buen hacer de este pueblo elegido, que se quedará en casa voluntariamente y no se tomará a la ligera la petición de reducir el contagio, saliendo de casa solo para pasear al perro, ir a comprar, salir a correr... y menos mal que no se le ocurrieron más excusas, ya que si no acabaríamos saliendo de casa más aún que cuando no estábamos encerrados.
Pues con un NHS que fue crucial en el resultado del Brexit y con esos buses enormes con el lema “350 millones de libras extras semanales al NHS” como promesa tras dejar la UE (incumplida), esta semana nos hemos encontrado con, oh ironías de la vida, un prime minister al borde de añadir su nombre a la cuenta de víctima del Covid-19 salvado por el NHS al que los suyos han ahogado y exprimido durante la última década, y con un plantilla en declive y problemas para atraer a profesionales de la sanidad de países europeos.
Un 91% fue la reducción de nuevos enfermeros de la UE registrada en el Royal College of Nursing desde 2016, perdiendo igualmente a cientos que retornan a sus países de origen debido al cambio en el ambiente hacia los extranjeros.
Y la guinda a este cuento de nuestro rubio Boris Johnson viene de la mano de un enfermero, y no uno cualquiera, no. Un enfermero europeo, de Portugal para más concreción.
En el hospital, nuestro protagonista tan fan de los recortes y las afrentas al sector público, que votó por no subir el sueldo a los profesionales de la sanidad y que recorta los derechos de los ciudadanos europeos, entre la vida y la muerte, contó con la profesionalidad y el trabajo de muchas enfermeras que, según él, le han salvado la vida.
Destacó a dos enfermeras: Jenny de Nueva Zelanda y Luis, del norte de Portugal. Un Luis que tendrá que pasar por el trámite de convencer a la Home Office de que es un ciudadano digno de estar en este país de manera indefinida.
Si no lo hace, el próximo 1 de enero le podrían invitar a volver a Portugal, o podría elegir entre los 27 países de la Unión Europea un nuevo destino… y donde vaya es probable que trabaje en unas condiciones laborales mejores y con unos medios que Reino Unido ni tiene ni tendrá jamás bajo el mando de nadie que se llame Boris, Theresa, David, o Margaret, por ejemplo.