Los siete tipos más peligrosos que te puedes encontrar en la calle
"Si el coronavirus tuviera conciencia estaría descacharrándose de risa frente a nuestro comportamiento errático y autolesivo".
El motivo por el cual el coronavirus no acaba de ser controlado es muy evidente: nuestro comportamiento. Tras un primer momento en el cual nos lo tomamos muy en serio y plagamos las redes sociales de compromiso y solidaridad —e incluso aparecieron soplones en todas las comunidades—, hemos pasado a otro muy diferente. Ha llegado el verano y estamos volviendo a nuestro ser natural: el de la cañita y el chipirón, la toalla en la playa y el gregarismo futbolero.
Si este virus tuviera conciencia estaría descacharrándose de risa frente a nuestro comportamiento errático y autolesivo. Es más, rápidamente habría aprendido que los seres humanos en general, y los españoles en particular, sólo son capaces de ciertos esfuerzos. Se envalentonan, eso sí, cuando la ola está en lo alto. Pero en cuanto rompe, a muchos se les vacía el ánimo y la conciencia, volviendo entonces a su ser perezoso y egoísta.
Es verdad que esto no aplica a la totalidad de la población, ni siquiera a una mayoría, afortunadamente. Sin embargo, sí a un irresponsable porcentaje de personas que, con gestos aparentemente nimios, como por ejemplo no llevar mascarilla, nos están poniendo en riesgo a todos. He aquí un elenco de los personajes más peligrosos con los que te puedes cruzar por la calle estos días:
1. El desafiante. Tiende a ir contra cualquier medida que venga desde arriba porque le parece que restringe su libertad. Entre sus grandes éxitos también figura preguntar si le pueden cobrar sin factura, fumar donde no debe y bañarse con bandera roja.
2. El inconsciente. Se lo han explicado mil veces, pero todavía no entiende que hay una relación directa entre las medidas individuales y el éxito o el fracaso colectivo. Es un caso de falta de luces, sin más.
3. El macho-alfa. Cuando ve a personas con mascarilla le da la sensación de que están enfermas o de que son débiles, y él no quiere verse así. Por tanto, desde su olimpo de arrogancias decide no llevarla. Lo cual, por cierto, le provoca un regusto en la entrepierna.
4. El conspiranoico. Se ha pasado desde enero leyendo en redes sociales todo tipo de bulos falsos sobre el coronavirus, y ha llegado a la conclusión de que esta pandemia es un invento del poder establecido para controlar a la población. En su particular y errado imaginario, el virus no es grave y, por supuesto, no es letal. Eso suponiendo que de verdad exista. Por tanto, no tiene por qué llevar mascarilla.
5. El que se ha cansado. Hay personas para las que todo tiene un límite. Cosas como el estudio, la asistencia al gimnasio o las dietas. En un momento dado, en su cabeza algo hace clic y piensan “ya está bien”. Entonces se zampan un muffin de chocolate porque uno solo no les va a hacer daño, abandonan el ejercicio porque consideran que tampoco están tan mal, y dejan de estudiar porque se merecen un descanso. Y por supuesto, dejan la mascarilla en casa. No se sabe por qué, pero este tipo de personas existen.
6. Al que le molesta. En una aterradora muestra de infinito egoísmo, hay quien decide que el calor o el picor que produce la mascarilla es motivo más que suficiente para no llevarla. Son los mismos que dejan la basura en el descansillo, tiran de taladro un sábado a las 8 de la mañana o aparcan en doble fila para hacer la compra.
7. El olvidadizo. Sin comentarios.
Dicen que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. De igual forma, la barrera contra el virus, y de hecho contra cualquier amenaza, será efectiva solo si todos lo somos. Si intentamos que cada vez haya menos desafiantes e inconscientes, menos machos-alfa y menos conspiranoicos y, por supuesto, menos cansados y menos molestos. Con los olvidadizos es fácil: cariño, paciencia y dejarles colgada la mascarilla en la puerta para que se la encuentren al salir.